Programa: ‘Bussing’

Ante el maremágnum mundial provocado por la pandemia del coronavirus, durante este año, pocas noticias han sido poco más que una encogida sombra en los medios de comunicación. Algo por otro lado, es muy comprensible. Pero a codazos, las elecciones presidenciales norteamericanas se han hecho un hueco importante en las principales cabeceras, iniciando todos los informativos del planeta. 

Quizás el interés por la noticia radica más en sí Trump perdía, que no si ganaba Biden pero no voy a entrar en las disquisiciones estratégico políticas y mucho menos opinar en ese sentido, dado que ya hay una avalancha de opiniones, valoraciones y análisis. Seguramente algunas de ellas más o menos elaboradas que otras y otras, con inclinaciones de un lado o del otro. No obstante, hay un efecto en estos comicios con una causa que se remonta cincuenta años atrás.

Una causa con efecto directo en la elección de Kamala Harris como vicepresidenta del país más poderosos del mundo. Con anterioridad y durante toda su vida, había roto muchos techos de cristal con el martillo de la firmeza tras el corte fino con el diamante de la memoria propia. Kamala nació en otoño de 1964, en el multiétnico y deprimido Oakland (California), un entorno muy marcado por diversas etiquetas sociales negativas. La hoy vicepresidenta, “ayer” no cumplia con todos los requisitos ni tan siquiera para subir al entresuelo del ascensor social, algo que les sucede, y les sigue sucediendo a la inmensa mayoría de sus vecinos de la niñez. 

Un grano no hace granero”. Y a pesar de los tibios intentos de facilitar la igualdad de oportunidades de los ciudadanos en los EE.UU durante la historia, ni esa igualdad ha pasado de ser una falacia hipócrita en la que se escudan todos a los que les va bien, que no piensan que para conseguir el éxito hay muchos factores internos del individuo, y externo al mismo, el más importante el esfuerzo propio.

Pero como decimos, hay muchos ajenos a la voluntad de las personas: el nivel económico en la familia que naces, la depresión del barrio donde resides, el color de la piel o el idioma que hablas, las limitaciones intelectuales, las etiquetas que te cosen los triunfadores por miedo a perder parte de su poder en favor de alguien que a primera vista no se parece a él.

Con el movimiento por los derechos civiles poniendo el enfoque en la segregación racial en las escuelas como paso previo a la integración racial total en la sociedad estadounidense. Y apoyados en las teorías ambientales de la criminología. A finales de los cincuenta y en la plena época dorada acontecida en los EE.UU, entre las décadas de los setenta y ochenta, nació el “programa bussing”, para el transporte escolar de niños de barrios deprimidos a colegios de zonas con menos problemas sociales.

Lo llamaban “La discriminación positiva” y a pesar de una involución en las últimas decadas, seguro que ha facilitado a la humanidad que muchas personas hayan alcanzado metas importantes en la vida. Que mejor ejemplo que Kamala Harris y que ella con su experiencia, pueda impulsar la vida de otros.

Nos referíamos antes a las teorías ambientales en la criminología. Newman en 1972, con la teoría del espacio defendible define muy bien tres elementos clave que definen los guetos de las ciudades; la conducta antisocial por sentirse amparado en una zona social-delictiva; la vigilancia interna de los vecinos al margen de las autoridades; el entorno urbanístico marginal, desprovisto de cualquier inversión de carácter social, y económica, y así que no facilite al recién llegado al barrio un asilo basado en la cultura anti-social.

Hay distintos ejemplos en el mundo que afianzan estas teorías sin despreciar o complementar a otras. A finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, EE.UU recibió una avalancha migratoria espectacular de diversas procedencia, estas se asociaron a la delincuencia en los suburbios de las grandes ciudades.

Entre ellos, a los inmigrantes italianos, judios e irlandeses, que como bien define Newman, acaban hacinados en mugrientos barrios a medio hacer como “Little Italy”, de los que salieron a la luz pública muchos gangsters, italianos como Charly “Lucky” Luciano, Maranzzano, Masseria, Morello, o Capone, entre cientos de miles de inmigrantes. Es cierto que desde su lugar de nacimiento, llegaron algunos con costumbres poco recomendables que se dedicaban a atemorizar a la mayoría de inmigrantes italianos recién despiojados en la Isla de Ellis, que eran sus primeras víctimas y que tenían que convivir con ellos.

Antes de la guerra castellammarese por el control de la distribución de alcohol, ya existio la precursora organización “la mano negra”, a la que las autoridades no solo no pusieron freno, es que además, muchos estamentos se pusieron a su servicio, en una simbiosis de intereses espurios, que iban del policía de barrio corrupto, hasta las más altas instancias de Tanmany Hall, pasando por el sistema judicial.

Pero aún así, hubo italoamericanos que consiguieron triunfar en diversos ámbitos como el alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia, o el incorruptible teniente de la policía Joe Petrosino, ¿Cuántos La Guardia o Petrosinos hubieran surgido con unas políticas diferentes de acogimiento? y, ¿cuántas Kamala habrían en la actualidad si se hubieran seguido las políticas de integración real?

¡Informado al minuto!

¡Síguenos en nuestro canal de Telegram para estar al tanto de todos nuestros contenidos!

https://t.me/MinutoCrucial

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*