El irlandés errante

Trabajé una temporada en un hotel muy bonito que estaba situado en una montaña. Este tenía mucho césped y verde a su alrededor, pero como Dios da pañuelos a quien no tiene mocos, tenía una gestión pésima porque el dueño era un niño rico que no tenía ni idea de hostelería.

Este hombre, se dedicaba a dar órdenes totalmente contradictorias. Pagaba mal, tarde y se dedicaba a molestar en los momentos de más trabajo. En mi primer día, me confundí de parada y tuve que subir corriendo por la montaña para no llegar tarde.

Había periodos en los que estábamos 4 camareras y en otros, inexplicablemente, te dejaban sola para atender la terraza, el comedor, la barra y el room service. En varias ocasiones, tuvo que subir a ayudarme una de las cocineras.

Bien, en mitad de ese caos, un día llegué a hacer mi turno de tarde, esperando a ver qué nueva aventura me esperaba. Mi compañera, una rumana alta con mucha delantera, tenía mucha prisa por marcharse. Estaba casada con un señor muy enclenque que no le pegaba nada.

Eso debía de pensar también ella y por eso se acostaba con el jefe de cocina, que era un brasileño que se liaba con todas las mujeres que se le ponían por delante sin criterio alguno. Daba igual que fueran mayores, jóvenes, gordas o flacas. Él no hacía ascos a ninguna.

– Lo pasé muy mal cuando llegué a España, Rosa, aquí cuesta mucho ligar.

Se ve que luego le cogió el tranquillo y por eso no desperdiciaba ninguna ocasión. El caso es que debían haber quedado y por eso Daniela se marchó sin darme ninguna conversación. En la barra, estaba sentado un señor obeso. Un hombre de piel blanca y mejillas sonrosadas, cuyo pelo era muy rubio.

Estaba leyendo un periódico extranjero tranquilamente. Pensé que sería inglés o irlandés. Me pidió que le sirviera un vodka con cola light y medio chapurreando en inglés y castellano me confirmó que era de Irlanda. Era un hombre alegre y cordial, como en general todos en ese país, además los españoles, les caemos muy bien, algo que pude comprobar cuando tuve la ocasión de visitar Dublín.

Como esa noche había un evento, en unos de los salones yo estaba bastante atareada ayudando a colocar vajilla, repasando cubiertos con ginebra, además de atender la barra, así que, no prestaba mucha atención al hombre. Ella de vez en cuando me pedía que le pusiera otro combinado, yo se lo ponía y volvía a lo mío.

Cuando me pidió el quinto cubata sin despeinarse, no pude evitar pensar lo diferentes que somos metabolizando el alcohol los españoles. Nosotros damos voces, cantamos, bailamos. Los ingleses beben cuando vienen aquí de forma absolutamente descontrolada, alucinan cuando se lo echas sin dosificador y no paran hasta que se quedan dormidos de pie en las discotecas. El señor que nos ocupa, debía de llevar una cogorza impresionante y ahí estaba como si nada.

Los camareros extra empezaron a llegar. También los invitados al evento. Al poco, el hombre se levantó, me pagó, me dejó una buena propina y se marchó. Pasaría cerca de una hora cuando un niño apareció gritando:

– ¡Hay un hombre caído en el cuarto de baño!

Bajé corriendo y os podéis imaginar de quien se trataba. Estaba medio inconsciente con el cuerpo alrededor del inodoro. Le incorporamos como bien pudimos porque pesaba mucho mientras otra persona llamaba a una ambulancia, esta poco tardó en llegar.

Me fui a casa bastante preocupada, pensado en que quizás había bebido ya unas cuantas copas de más durante el turno de Daniela y que debía habérmelo dicho. De todas formas, si no se está en una situación de embriaguez muy evidente, el camarero poco puede hacer.

Al día siguiente pregunté si sabían cómo estaba y me dijeron que bien, que bajaría a cenar con sus amigos y que quería que fuera yo quien les atendiera en su mesa. Era un grupo de 8 hombres. Todos corpulentos y alegres cómo él, que no paraban de pedir cerveza, menos el accidentado:

– Yo agua, agua, solo agua – me decía mientras reía. Por su aspecto jovial cualquiera hubiera dicho que había estado a punto de abrirse la cabeza.

Y ese creo que es el resumen del carácter irlandés, un pueblo que ha sufrido muchas penurias  y aun así se mantiene orondo, risueño y amigable.

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