La Segunda Revolución Americana

El resultado del referéndum del Brexit y la victoria de Trump en 2016, hicieron saltar todas las alarmas de ese “gobierno mundial en la sombra” que conforman los grandes poderes religiosos, militares, financieros, tecnológicos y políticos transnacionales.

El Brexit en el Reino Unido y Trump en los Estados Unidos, representaban dos enormes torpedos en la línea de flotación del proyecto globalista, dada la importancia estratégica de ambos países en el sistema de poder mundial.

Pero el Brexit y Trump no surgían de la nada. Fueron una reacción a varias décadas de globalización financiera y deslocalización de la producción que habían dejado en la cuneta a los agricultores, ganaderos, mineros y obreros industriales occidentales.

Después de largo tiempo siendo ignorados y despreciados por la clase dirigente de sus países, estas personas de clase trabajadora, comprendieron que la única posibilidad de recuperar unos trabajos dignos con los que poder ganarse la vida pasaba por el proteccionismo económico y la desglobalización que proponían estos líderes “extravagantes” como Donald Trump o Nigel Farage.

La división de propaganda de la psicopatocracia globalista (los autodenominados “medios de comunicación”) no sólo se encargó de demonizar a estos líderes “rebeldes”, sino que también repitió hasta la saciedad que sus votantes (los “brexiters” británicos y los “trumpistas” estadounidenses) eran gentes incultas, soeces, racistas y machistas, y que sus votos no deberían ser tenidos en cuenta. Hillary Clinton, la carnicera de Libia, bautizó a esta gente humilde y trabajadora, machacada por la globalización, como los «deplorables» en un mítin de campaña en 2016.

Cuatro años después, el fenómeno del “trumpismo” en los Estados Unidos, ha trascendido completamente a la figura de Donald Trump y por supuesto, al Partido Republicano. Se ha convertido en un movimiento autónomo, absolutamente transversal, popular y de base, como se ha podido comprobar a lo largo de la reciente campaña electoral.

Los “deplorables” ven su movimiento como una Segunda Revolución Americana, que promete arrebatar el control de ese país al “estado profundo” imperialista/globalista para devolvérselo al pueblo estadounidense.

Este año, la operación terrorista global COVID-19 ha puesto negro sobre blanco que la verdadera naturaleza del proyecto globalista es la imposición de una monstruosa dictadura mundial tecno-sanitaria de tintes eugenésicos.

Y el movimiento patriótico “trumpista”, amalgama en estos momentos a todos aquellos estadounidenses que se oponen conscientemente a esta dictadura: una marea multicolor de gentes tan dispares como agricultores, evangelistas, policías, indios nativos americanos, judíos ortodoxos, conservadores, raperos negros, amish, veteranos de guerra, obreros industriales, libertarios y hasta algunos viejos punks, como el mítico cantante de los Sex Pistols, Johnny Rotten. En definitiva, un montón de gente de distintas razas, credos y pelajes unidos por unos valores compartidos muy básicos: verdad, libertad, paz y prosperidad.

El pueblo estadounidense había despertado y la victoria aplastante de Trump en la elección presidencial del pasado 3 de noviembre estaba cantada. Pero las élites globalistas no creen y nunca han creído en la democracia y en la voluntad popular.

Para ellos, las urnas sólo son una manera de legitimar a sus capataces en los distintos gobiernos nacionales y si, por un milagro del destino, triunfa un candidato que se opone a su agenda, éste debe ser exterminado de un modo u otro.

Por esa razón, sus apoderados en los Estados Unidos (el Partido Demócrata, la CIA, los “medios de comunicación” y las grandes tecnológicas de Silicon Valley) no han tenido más remedio que llevar a cabo un pucherazo grosero y escandaloso por su magnitud.

Independientemente de lo que falle el Tribunal Supremo de los Estados Unidos sobre la elección presidencial, ninguno de los dos bandos de esta guerra (las élites globalistas y el pueblo estadounidense) va a aceptar la derrota: los unos por sus ansias de poder y los otros por sus ansias de libertad.

Todo parece indicar que Trump y los suyos tienen pruebas abrumadoras del pucherazo, que conducirán a una deslegitimación total del Partido Demócrata y del resto de implicados en la operación, particularmente de los medios de comunicación al servicio de la mafia globalista.

Semejante crisis de legitimidad puede muy bien desembocar en un escenario revolucionario y, en esta ocasión, la historia ha reservado a Donald J. Trump el papel que tuvieron George Washington o Thomas Jefferson en 1776.

Los humanos somos seres gregarios. Para bien o para mal, seguimos buscando líderes que nos guíen, especialmente en estos tiempos oscuros e inciertos. La cuestión es si esos líderes y sus seguidores son los perros que controlan a un rebaño de ovejas temerosas o son los jefes naturales de una manada de lobos. Sin duda alguna, Trump y los “deplorables” son de la segunda clase…

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