Vox y voto

Uno de los gritos de guerra del llamado “Procés” es “fora feixistes dels nostres barris”. Cataluña (Catalunya, perdón) es territorio minado y bien lo sabe “el facha” Javier Cercas. Está en el punto de mira de los francotiradores, como antes estuvieron Boadella, Espada o Azúa. Ha declarado que no piensa irse ni callarse. Por feixiste pasa todo aquel que no abrace el catecismo soberanista hasta sus últimas consecuencias. Se ganó el piropo incluso un tibio Joan Manuel Serrat. Muchas voces que habían callado se alzaron alto y claro en su defensa: ¿cómo iba a ser facha el compositor de Mediterráneo, si es tan majete?

Exiliado en Madrid, Azúa afirmó que “la extrema derecha en España no es Vox, sino los separatistas catalanes”. Son ideas no tan contraintuitivas como para que no las entienda un progre de catálogo. Es difícil olvidar la imagen de Cayetana Álvarez de Toledo, (¡puta!, ¡fascista!, ¡fora!) detenida ante una turba: en voz baja y frenando a sus guardaespaldas susurraba democracia, democracia, democracia

No era, desde luego, la primera vez que sucedía. Basta cambiar la palabra “barrios” por “campus”. En la Complutense (la Complu, que queda más molón) Rosa Díez no pudo hablar ni ser escuchada por quienes lo deseaban, en 2008. Los reventadores de entonces se impusieron al decano, al rector y acabaron en el gobierno. Gritaban ¡fuera fascistas de la universidad! La conferenciante era cabeza de lista de Unión, Progreso y Democracia. Si les votabas (y eso lo recuerdo bien) había que dar muchas explicaciones. Lo que hoy se hace con Vox, ya se hizo con otros, incluido el cordón sanitario al Partido Popular.

La perversión del lenguaje llegó al paroxismo en el País Vasco. La consigna era “¡vosotros, fascistas, sois los terroristas!”. Los que así clamaban estaban emocionalmente cerca de los etarras y muy lejos de las víctimas: en el discurso eran reabsorbidas como culpables. Así las cosas, no deberían sorprender ciertas declaraciones. Yo, hace ya tiempo, escribí en un estado de Facebook “según los estándares actuales, me declaro facha”. Cayetana Álvarez de Toledo afirmó en una entrevista que “si no te llaman facha, no eres nadie”. Isabel Ayuso bromeó con Teresa Campos, convencida de que “si te llaman fascista, es que estás haciendo las cosas bien”. Otro “facha” ilustre es el periodista y escritor Antonio Pérez Henares. Afirma que nunca había visto tanto “antifranquista” como ahora. Cuando había que echarle bemoles… ¡tararí que te vi! Él mismo escribía para Mundo Obrero. Nunca abrazaría el comunismo zombi que se hizo carne en el centro de la capital, el día 14: seguía una estricta alineación paramilitar, alternando banderas republicanas con las de la Unión Soviética. Ondeaban, entre otras, la efigie de un santo benefactor como Stalin. Un venezolano espontáneo gritaba: ¡aquí en Madrid es muy fásil ser comunistas, gilipollas!

Lo más chic en este momento es negarle la voz a Vox. Es un truco para neutralizar preventivamente el valor del voto futuro. Si habla Garriga en el Parlament, se levantan los soberanistas y se largan. Son gente que puede dar lecciones. Un gobierno Ayuso-Monasterio (cien por cien femenino) queda así estigmatizado de entrada. Saldrán a rodear la Asamblea, como ya ocurrió en la Junta de Andalucía. Si el gobierno fuera PP, Vox y Cs sería lo mismo: con el concepto «trifachito” mataron tres pájaros de un tiro. Todo eran parabienes, sin embargo, cuando se selló el gobierno de la nación. Un tiempo inédito iba a transformar “este país” maldito. Se congratulaba toda la bancada “antifascista”, no solo el PSOE y Unidas Podemos: ERC, Junts, Compromís, BNG, EH Bildu, PNV solo son “racistas” con los de casa.

Al mitin de Vallecas asistió Isaac Parejo, más conocido como Infovlogger. Nacido extremeño, vive en el barrio y triunfa como youtuber de éxito. Le formuló una pregunta a Ignacio Garriga, divertida y brillante: ¿qué le parece que el candidato de un partido al que algunos llaman racista y homófobo sea negro y esté siendo entrevistado por un homosexual? La otra perla viene de la mano de Jorge Vestrynge. Ferreras quiso constatar que el politólogo consideraba fascistas a los de Vox. Le contestó airado “¡qué más quisieran!”. Después añadió, desbaratando el guion de “Al rojo vivo”: “lo sé porque yo fui fascista”.

No en vano Vallekas, con “k”, fue defendida por los fans del ex-vicepresidente. La satanización de Vox era cosa hecha, antes de un mal cartel. Pero existe un Vallecas, con “c”, dispuesto a escuchar a Santiago Abascal. Algún currela (y currelas somos todos) puede estar de acuerdo con él, al menos en algunos aspectos. Y es que, según Echenique, los de Vox son pijos (o sea, sin derechos) provocando en paraísos obreros (o sea cinturones rojos). Las agresiones que sufrieron eran inevitables y están justificadas. Ahora, a mitad de campaña, ha cambiado el cuento. Un sobre con cuatro balas le ha sido remitido a Iglesias Turrión. El rifirrafe entre él y una torpe Monasterio está siendo magnificado y resulta muy ilustrativo. En torno a «Pablo», a secas, cerraron filas los mismos que niegan a otros la piedad que exige la decencia. Angels Barceló practicó un periodismo «de parte» (¡qué magreo con el niño bonito!), concluyendo que Vox es definitivamente «el neofascismo». Aislarlos es el objetivo, cada día, en todas partes. La Ser cambió su escaleta a última hora, a medida. Siempre las amenazas se habían solventado con la discreción máxima. Aquí, misteriosamente, se impone la difusión con foto, bombo y platillo.

No sé si el incidente habrá afectado los planes de Lucía Etxebarría, que acababa de lanzar una advertencia en Instagram. Parece que refutó a Vox en algún aspecto de “la cuestión MENAS” y Rocío Monasterio la ha invitado a un almuerzo, para discutir el asunto. La escritora se declaró asombrada, en plan «me han llamado los fachillas». Así y todo, estaba dispuesta a ir y jugársela. No ha corrido la misma suerte con los tolerantes del PSOE y Unidas Podemos: desataron una caza brutal contra ella, (¡facha!). Discrepa de la inminente Ley Trans y casi acaban con su salud. Cosas de la buena gente.

Vox  sobrevuela hasta el plató de la docuserie “contar la verdad para seguir viva”. Marc Giró no lo menta, pero se sobreentiende. Es un partido blasfemo, por señalar la inconstitucionalidad de la Ley Integral contra la violencia de género, aunque el propio Alfonso Guerra cuenta que se aprobó “bajo fuertes presiones”. Uno queda muy bien, por tanto, haciendo una limpieza pública ostentosa y sobreactuada. Los amigos gay de Monasterio (¡estamos hasta los huevos!) le dicen que salir del armario es votar a Vox. Por eso en Vallekas, con “k”, había tanto mujerío dispuesto a exorcizar con agua bendita. Desinfectaban, en palabras de Irene Montero, acompañadas de sus hijas, sus hijos y sus hijes

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