Nos estamos equivocando

Vamos por mal camino. Así lo reflejan los indicadores… ese palabro. Somos de alguna manera esclavos de los indicadores, impuestos en normas, impuestos por las circunstancias y, en la mayoría de las ocasiones, por la necesidad de disponer de elementos que analicen la realidad de una forma empírica y nos den el cuadro más realista de la verdad que nos afecta como ciudadanos, como Gobierno o como empresarios. Los indicadores señalan, son armas infalibles y determinan, a partir de la realidad que exponen, nuestro futuro, las acciones que debemos de llevar para cambiar las cosas.

Hoy en día tenemos demasiados indicadores negativos en nuestra sociedad que nos alarman sobre el mal camino que llevamos, sobre cómo nos estamos equivocando. Y digo “nos” porque todos somos cómplices y partícipes de todas las decisiones, hasta de las políticas, bien eligiendo a aquellos que ya nos han defraudado o bien asumiendo todo lo que nos echen como verdad irrefutable porque aún creemos en un mundo en el que están los buenos y los malos y a “los nuestros”, que siempre serán los buenos, siempre hay que alabarles lo que hagan porque, además, hay que creerles sus excusas y defender hasta sus ataques, aunque estos sean injustos y sólo justificables bajo el lema de una ideología u otra, cárceles mentales y emocionales que confortan a aquellos que carecen de criterios propios y se refugian en consignas simples pero poco realistas… las de los buenos y los malos.

Hoy sabemos que la violencia de género sigue siendo un auténtico cáncer difícil de extirpar. Pero también debemos ser conscientes, por esos indicadores, que las políticas millonarias que se están acometiendo al respecto no están dando los frutos deseables, más allá de un aumento de las denuncias. Pero es que cuanto más se percibe ese indicador más llamativo resulta encontrar voces políticas que niegan esa realidad. La violencia de género existe, por muy incómoda que resulte admitirla y por muy doloroso que suponga la necesidad de tomar medidas para acabar con ella, para reconducir conductas y para trabajar esa igualdad de forma efectiva más allá de lo teórico.

Hoy los indicadores nos señalan cómo la división entre los ciudadanos de este país por motivaciones ideológicas es la mayor de la historia de nuestra etapa democrática, sin duda. Y llegar a los extremos de que este país lleve a su conjunto las teorías de buenos y malos más allá de los debates, de la necesidad democrática de que se planteen los discursos, la objetividad y apreciar los planteamientos que son mejores para la ciudadanía, más allá de dibujar cada mañana el cielo de lo que se hace del color de la ideología que tercie es una suma de errores que sólo tiene como conclusión el frentismo y la división nada constructiva en torno a colores, ni siquiera a ideas concretas.

Una de las peores consecuencias de lo dicho anteriormente es encontrarnos con discursos que plantean el negacionismo del otro o el alter ego propio en base a propuestas y con explicaciones muy poco convencionales. La política se está basando en hacer análisis de situaciones a través de inocular el miedo en la sociedad y plantear soluciones al respecto sin tener en cuenta, en absoluto, los análisis más profundos, la atención a los expertos, a la propia verdadera Historia de nuestro país y del mundo, a la necesidad de contar con el elemento más humano y necesario en política que es la empatía; una empatía que no debe quedarse nunca en mirar los intereses desde los que parten los demás, sino sus propios sentimientos de pertenencia, de libertad o de igualdad, de derechos y de deberes.

La deriva en la política no tendría justificación si no fuese acompañada, desde hace muchos, demasiados años, con una destrucción de los valores de construcción integral de los alumnos en los centros escolares, con continuas reformas de la Educación que, y lo dicen los indicadores, están llevando a jóvenes vagamente formados en terrenos fundamentales como en sus capacidades de pensar por sí mismos, de tener criterios, de no dejarse llevar por pensamientos y consignas simples tan fáciles de inocular por las fuerzas ideológicas que pretenden controlar las mentes de este país. La Filosofía o el conocimiento integral de la verdadera Historia de nuestro país, de sus instituciones, de los grandes autores políticos de todos los tiempos es algo absolutamente imprescindible. Porque sin conocer las funciones de las instituciones o de dónde parten sus competencias no podremos saber dónde recae la responsabilidad de muchas decisiones o a quién exigir que ciertas cosas cambien. En los tiempos en los que más se habla y se pone como escudo a la Democracia y a los mismos Derechos Humanos nos encontramos con la sociedad más joven que menos conocimiento real tiene acerca de ello más allá de dos o tres consignas afiladas al amor de defender derechos que muchas veces ni siquiera podría considerarse que llegan precisamente al nivel de derechos. Los indicadores en relación al aprendizaje en muchos casos son nefastas. Como dice Andreu Navarra, profesor de secundaria, en una entrevista hoy en el diario El Mundo, «hay alumnos de 13 años que apenas saben leer y estudiantes de Bachillerato que no ponen ni una tilde».

Hoy estamos en una sociedad cuyos indicadores señalan que existe, especialmente entre los jóvenes, un desprecio sistemático hacia lo público. Se producen continuamente ataques a aquellos elementos de nuestro entorno que son de todos, menoaprecios constantes a las normas ya las Fuerzas y Cuerpos de Seguridd del Estado. Jóvenes reivindican el cambio de postura ante la crisis climática y destrozan aquellos lugares que dedican a sus encuentros nocturnos ensuciando y vertiendo toda su suciedad sin preocuparse por recogerla. Pintan en espacios que no son suyos, que son privados, o deciden usurpar bajo la consigna de un derecho mal entendido, la propiedad de otros. Y, encima, siempre hay corrientes políticas que defienden este modo de entender la libertad machacando la ajena.

Y, como no, son la mayoría jóvenes los utilizados por corrientes radicales para manifestar a través de ellos sus peores intenciones, para lanzarlos a la calle y, con consignas, conquistar espacios para unos pocos que no son sino de todos sin excepción. Independentistas que alimentan a sus hijos desde pequeños con el odio a España, disfrazando su inocencia de esteladas, culpando de todo aquello que son incapaces de luchar por sí mismos a un país que no ha dejado de alimentar con sus esfuerzos colectivos las ansias de poder y dinero de una élite que no ha hecho sino aprovecharse de unos conceptos históricamente erróneos y jurídicamente inaceptables. Pero se sigue haciendo, y consintiendo.

También nos equivocamos al convertir las universidades en fábricas de destrucción de sueños. Cientos de miles de jóvenes, y no tan jóvenes, que han dedicado todos sus esfuerzos en la Universidad durante años para conseguir adquirir unos conocimientos y unos títulos que les abran el mundo de oportunidades y acaban desfilando por las colas del paro sin presente y sin futuro. Estos jóvenes no serán sino carne de cañón de aquellos que sean capaces de redirigir sus frustraciones y hacer uso de ellas contra el propio sistema que les niega oportunidades. Y, puestos a hablar de universidades, les invito a dar un repaso a la ideologización de las mismas, al uso de estos espacios para inocular pensamientos ideológicos determinados. Analicen cómo se desarrollan mcuhas elecciones a rectores de estos centros y encontrarán parte de la respuesta. 

Pero el uso de la manipulación es tal que en este país se ha llegado a fusilar mediáticamente (y hoy en día mediáticamente incluye las redes sociales) a un partido político libre de corrupción por el mero hecho de denunciar la corrupción y no querer compartir Gobierno con presuntos corruptos, como es el caso de Ciudadanos en Murcia. Más allá de los errores que pudieran cometer en aquel movimiento político no hubo mayor interés que defender lo que desde siempre ha defendido. Como ha hecho ahora en Andalucía, dónde cogobierna, consiguiendo después de más de seis años de lucha la aprobación de una Ley integral contra la corrupción y el fraude. ¿A este grado de manipulación hemos llegado? ¿Realmente así se premia a un partido que sólo ha luchado por los intereses de este país, que se ha enfrentado a los separatistas, que se ha enfrentado al propio Gobierno, que ha denunciado absolutamente todo aquello que atentaba contra los intereses de todos los ciudadanos? ¿Así se premia a los que te roban y se castiga a los que te defienden de los ladrones?

En este caso, en todos, les invito a que miren los indicadores, que repasen sobre las acciones, los programas, el pasado y el presente de los partidos más allá de las consignas en gran medida falsas que se vierten, y que en base a esos indicadores tomen decisiones con respeto en primer lugar a ustedes mismos y a aquellos que no merecen el castigo que les están imponiendo justo en el momento en el que lo que menos necesita este país son enfrentamientos radicales y falta de políticos y políticas con mayúsculas.

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