11-S: ¿hemos aprendido algo?

El segundo martes de septiembre de 2001 marcó un antes y un después en la Historia del “Mundo Libre”. El 11S será recordado como el mayor golpe recibido por occidente desde la gran ofensiva nazi que comenzaría en 1939. Ese día descubrimos que el enemigo ya no vestía uniforme militar con la enseña de su país ni que para iniciar una guerra hacía falta una declaración formal de la misma. Con el impacto del segundo avión en el World Trade Center entendimos que el terror vive entre nosotros. Puede ser tu vecino, tu compañero de trabajo o el camarero que se sirve el café de la mañana con el que se inicia tu día. Ya nadie está a salvo puesto que no hay forma de distinguir entre un ciudadano ejemplar de un terrorista y para cuando esto es posible, tal vez sea demasiado tarde. Y vaya que así ha sido. Nada ha cambiado desde aquel histórico y desdichado día.

Menos de tres años después seríamos nosotros los golpeados. Después Londres. Y desde entonces muy pocos países pueden celebrar el haberse visto a salvo de la barbarie islamista entre un sinfín de atentados de toda índole en suelo europeo. Y todos ellos con un denominador común: prácticamente todos los asesinos eran residentes en los mismos países en los que cometieron los atentados. Incluso en las mismas ciudades. Todos tenían un empleo o estudiaban en centros de la zona. Nadie sospechaba de ellos.

La Guerra contra el Terrorismo que inició George Bush pocas horas después de la caída de las “Torres Gemelas” ha obtenido un éxito al que podríamos denominar, como poco, relativo. Cierto es que con la invasión de Afganistán en 2001 y la consecuente caída del régimen talibán que daba cobijo a los terroristas de Al-Qaeda se eliminó un foco de entrenamiento masivo de ellos. Sin embargo, no les fue en absoluto difícil encontrar cobijo en otros países islámicos como Indonesia, Pakistán, Iraq o Malí, entre otros. El terrorismo ya había cruzado la línea de llevar a la práctica una masacre en la ciudad más importante del mundo y únicamente fue necesario enseñar a pilotar en academias civiles a un puñado de fanáticos. Los campos de entrenamiento sirvieron para el impulso de la insurgencia en la Guerra de Iraq (2004), el Sahel o los distintos conflictos que nacieron tras la Primavera Árabe de 2010 (Libia, Egipto, Siria e Iraq, principalmente).

Pero todos estos conflictos solamente constituían una vertiente de acción de Al-Qaeda o el Daesh. Ellos conocían -y conocen- las debilidades de occidente y saben que el verdadero terror no viene dado por la lucha en tierras lejanas en estados considerados fallidos o en camino de serlo. Son plenamente conscientes de que la influencia ideológica y política de los éxitos militares del wahabismo fundamentalista en Oriente Medio y África solo es rentable -desde el punto de vista del terrorismo- si se traduce en atentados en las calles de las capitales europeas y norteamericanas. Los infieles deben conocer de primera mano el “sufrimiento del pueblo musulmán”. Es su máxima. No les vale con que lo veas por la televisión. Debes sufrirlo en tus propias carnes.

Y es que entre homenaje y homenaje más que merecidos y necesarios a todas y cada una de las víctimas de la barbarie, debemos hacernos una pregunta: ¿hemos aprendido algo? Hemos iniciado guerras, hemos aumentado la cantidad y la calidad de servicios de inteligencia destinados a la lucha contra el terrorismo y hemos blindado ciudades enteras, al menos, tras cada atentado sufrido. Y tras toda esa pérdida de vidas de nuestros policías, soldados y conciudadanos en la guerra contra el terror, seguimos cometiendo los mismos errores del pasado. Los mismos errores que estrellaron los aviones contra el emblema del capitalismo mundial, los que volaron los trenes de Atocha, los que acabaron con la magia de París durante años y los que condujeron aquella furgoneta blanca Rambla abajo en Barcelona. La política de fronteras abiertas es la principal Némesis de la seguridad plena. Países como Hungría o Polonia son buena muestra de ello. Mientras permitiendo la llegada -y permanencia- en nuestros países de elementos extranjeros sin ningún tipo de control seguiremos sufriendo el mismo clima de inseguridad que llena los mercadillos navideños de militares a lo largo y ancho de Europa o que han llenado de maceteros “antiatentado” nuestras calles más transitadas.

Si queremos devolver la seguridad a Europa deberemos ser plenamente conscientes de que no hay mayor efectividad que la de no crear la oportunidad. Y creo firmemente que esa es nuestra gran lección pendiente de aprender desde aquella tarde en la que nadie nos creíamos del todo lo que nos mantenía pegado al televisor. Estoy de acuerdo con la teoría de que hay que perseguir a los terroristas hasta la última de sus “madrigueras”. Pero ¿qué ocurre si esa “madriguera” es el piso de al lado?

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