Tinta de calamar

Afirmaba Luis Tosar (tan dispuesto a comprender) que, de haber nacido en el País Vasco, él mismo podría haber acabado en ETA. Apuesto todo lo que tengo a que nunca habría dado la misma respuesta, si la cuestión fuera una posible militancia en un grupo criminal de “extrema derecha”. Entonces desaparecería todo relativismo, y no solo moral. ¡Jamás me veréis a mí mezclándome con gentuza de esa ralea! Al ser actor y protagonista en la película Maixabel, lo que dice cala entre sus fans. A uno “le mola” ser como sus ídolos o, al menos, compartir su punto de vista. Es lo que se ha dado en llamar la farandulización de las ideas. Un consejo: baje usted del pedestal al mismo Papa.

Sólo una estafa histórica negaría que ETA gozó de predicamento. El asesinato de Carrero Blanco (¡no matarás!) fue visto como una obra maestra contra el Régimen. Después moriría el generalísimo, llegaría la Transición, las primeras elecciones libres y generales. Casi toda la actividad delincuencial de la “organización” tuvo lugar en democracia y después de una amnistía general que vació las cárceles de etarras en el año 1977.

Sembraron el terror en aras de una suerte de limpieza étnica: eran los libertadores de esa Euskal Herría que apadrina Otegi. Abrazaban una ideología, grosso modo, que exhibían y los definía: eran marxistas leninistas, es decir, izquierda de la buena. Mataron discriminada e indiscriminadamente. Los blancos eran escogidos, aunque otras víctimas pasaban por allí. Los más afortunados (dentro del infortunio) podían “elegir” salvar sus vidas, previo pago de una extorsión “revolucionaria” en forma de “impuesto”. Una especie de mito popular fue el caso Olarra. Era un empresario del acero que despertaba admiración soto voce. Se decía que había plantado cara, ¡si tocáis a mi familia, estáis todos muertos! Otros abandonaron el País Vasco definitivamente.

Así se fue tejiendo una tela de araña monstruosa. La sociedad se encanallaba en un silencio miserable, cuando no en aquiescencia. Si ETA te apuntaba, ¡algo habrías hecho! La víctima era culpable. Llegaron a matar más de 100 personas al año. Los convoyes de la Guardia Civil saltaban por los aires. Explotaba un coche bomba o alguien caía abatido en plena calle: le pegaban un tiro a quemarropa. Quien esto escribe fue testigo en el boulevard de San Sebastián. Dos terroristas disfrazados de policías locales recorrían una acera comercial. En una esquina, un guardia civil cubría su turno. Lo remataron en el suelo y a plena luz del día. La Europa de entonces era todavía más lábil que la que afrontó el Procés. En el “santuario” francés, los terroristas regentaban bares y empresas tapadera. Costó mucho que tal connivencia (¿cómo llamarla, si no?), se trocara en colaboración con un país abandonado a su suerte. Fue el principio del fin.

Una España post-pandemia celebra la década sin crímenes. Se acabó malvivir con escolta, revisar los bajos de los coches, vigilar tu sombra. La comunidad vasca (hoy tan autocomplaciente) ha levantado el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, sito en la antigua sede del Banco de España, en Vitoria. Consta de 6 salas y hasta exhibe un zulo. Pretende ser una réplica (¡insensatos!) de la tumba en vida de Ortega Lara, que agonizó 532 días sepultado bajo tierra. La sociología política es tan perversa que lo devuelve a la oscuridad, por militar en Vox ahora y antes en el PP. La exposición permanente habla de “los diferentes terrorismos”. ETA causó daños, sí, pero los GAL también, y el yihadismo. Así, en un totum revolutum, se diluyen los contornos y las responsabilidades se reparten. Tampoco se distingue una “causa primera”. Líbreme Dios a mí de rebajar la gravedad de los Grupos Antiterroristas de Liberación. Liquidaban gente con dinero público, al amparo de un gobierno socialista. Pero no eran más que mercenarios y corruptos sin implantación social ni apoyos. Y el atentado de Atocha, ¿qué tiene que ver?

Otegi juega su papel en este aniversario y habla, ¡tomemos nota! Es el hombre que ordenaba matar, reciclado en una misión redentora. Pretende sacar de las cárceles a 200 presos como moneda de cambio. Después ya nos entretendremos con el franquismo. Se ha convertido en una obsesión recurrente para las nuevas generaciones. Son los mismos jóvenes que participan en coloquios muy civilizados, sentados frente a frente con los familiares de las víctimas del terrorismo. Tienen que esforzarse para no parecer un poco perdonavidas, o indiferentes, con expresiones del tipo “superación” o “mirar hacia el futuro”. No pueden disimularlo.

También habla la prensa, con sus estándares habituales. Los tertulianos de sueldo fijo se lucen en los platós. Todo el mérito fue de Zapatero, que vio la luz al visitar a Eduardo Madina en el hospital. Decidió que le regalaría una Euskadi sin violencia. Esther Palomera se lanzó en Twitter, crédula hasta decir basta. Considera un “tremendo relato” lo que recuerda un tal Jonathan Powell. Fue uno de esos mediadores que no mediaron nada y que cobraron mucho. Según él, (y la ironía es mía) a la gente del PP le apetecía seguir poniendo la nuca.

Deseaba Xavi Fortes que “las víctimas, cuando menos, sirvan para algo”. Se lo decía al hijo de Tomás y Valiente. Es tanto como admitir que un estado de cosas requería de mártires, y todo para conseguir una paz que quebrantaron como espoleta. El huérfano no quiere oír hablar de los tiparracos que mataron a su padre. Maixabel participó en el programa de encuentros restaurativos, con el asesino de su marido. Ahora bien, nadie está legitimado para convertir su caso en causa general. Quizá el grito de la madre de Pagaza a Patxi López (¡dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre!) no sea tan inspirador para los guionistas chupi guay.

Afirma Otegi que “aquello” simplemente “sucedió”. La voluntad de los ejecutores o no existe o no se menta. Son también víctimas, más allá del “daño ocasionado”. Cuando salen de la cárcel, llegan al txoko en olor de multitudes. Se oyen aplausos, se baila el aurresku, se les vitorea. La crème se ha dado cita en el paseo de la Concha, manifestándose con un indultado de ERC. Es el partido cuyo viejo líder, Carod Rovira, negoció con ETA no matar, pero solo en Cataluña. Esa es la miseria que nos asola. Con una mano el gobierno vasco aprieta para avanzar en la sobrefinanciación. Con la otra liofiliza la muerte y la mete en conserva. Da gusto recorrer los pasillos abrillantados del Memorial. Todo allí invita a echarse una siesta.

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