Estos días, lo confieso, estoy quedando aterrorizado, asustado decepcionado con la humanidad de una parte de los españoles y estupefacto con aquellos que señalan ahora a Israel y hablaron con la boca pequeña, y porque no les quedaba otra, cuando se produjo la cesión definitiva en el reconocimiento por España como territorio marroquí de pleno derecho del territorio saharaui.
Lo sucedido en Israel estos días, la tormenta de crímenes de inocentes, el ensañamiento en las muertes, la exhibición pública de los mismos, la justificación religiosa en cada uno de ellos, esas imágenes de una joven, una vez muerta en una furgoneta, golpeada y escupida al grito de la grandeza del dios de los asesinos, no puede ser justificada bajo ningún concepto.
Además, acudo con asombro al conocimiento exhaustivo que muchos pretenden tener de los hechos, de la Historia, del derecho palestino sobre el pueblo israelí o sobre unos territorios que, a lo largo de la Historia de la Humanidad, y que se sepa desde el siglo XIII antes de Cristo, ha sido tierra compulsa que ha pasado de unas a otras manos pero que tiene su origen, en estas fechas, entre pueblos hermanos. Los filisteos, que serían los antepasados más directos, si se pudiera hacer una referencia directa, del pueblo palestino, ocupaban en aquél entonces una minúscula parte de este territorio, especialmente aquellos que lindaban con el mar en la franja de Gaza, llegados desde fuera a él en el siglo XII y pertenecientes a pueblos costeros que terminaron por asentarse en estas tierras en las que fundaron ciudades. Precisamente, adoptaron costumbres de otros pueblos que ya estaban asentados como los cananeos.
Precisamente los cananeos están muy ligados a las tribus israelitas que, según los textos bíblico, llegaron a esta región provenientes de Egipto de donde huyeron. Estamos hablando de fechas muy aproximadas. Cananeos e israelitas compartían costumbre y lengua, el hebreo. También entre esos pueblos llegaron los arameos. Lo cierto es que ya en esa época, sobre el siglo XI antes de Cristo, nos encontramos con dos grandes pueblos, los filisteos y los israelitas, que controlaban gran parte de los territorios de la zona. Fueron los filisteos los que, organizados militarmente, arrasaron en primer lugar a los israelitas, que tardaron unos cincuenta años en recuperar estos territorios después de unir sus diferentes pueblos, doce tribus, en una monarquía fuerte con la que hacer frente al peligro de los de Gaza.
Los filisteos serían derrotados posteriormente por los egipcios y, años después, sería el ejército de Alejandro Magno el que se hiciera con su territorio. Por su parte los israelitas controlaban principalmente dos territorios, Israel al norte y Judea al sur. Ambos territorios fueron conquistados y devastados, Israel en el siglo VIII antes de Cristo por los sirios y en el siglo VI Judea por los babilonios. En esta conquista la mayoría de los judíos fueron deportados a Babilonia mientras en el territorio tuvieron su asentamiento los samaritanos, que se declaraban descendientes de alguna de las tribus de Israel.
Sin embargo, en el siglo VI antes de Cristo, Persia fue conquistada por Babilonia, que permitió el regreso del pueblo judío a su antiguo territorio bajo su autoridad, pero con una considerable autonomía. Fue la época en la que los judíos unificaron algunos de sus textos antiguos y elaboraron la Torá o libro sagrado. Posteriormente serían los griegos a las órdenes de Alejandro Magno los que controlarían el territorio a partir del 333 antes de Cristo. Eso sí, bajo el control territorial de egipcios y sirios. A pesar de que los israelitas macabeos conquistaron y reinaron durante un corto periodo en el siglo I antes de Cristo, en el año 63 Pompeyo se haría con el territorio para el Imperio de Roma. Permitió el reinado de los judíos y devolvió el nombre de Judea a este territorio en el que, 30 años después, nacería Jesús de Nazaret en la ciudad judía de Belén.
A pesar de la aparente buena relación de Roma con los judíos, estos iniciaron varias revueltas ya en el siglo I y II después de Cristo. En esta segunda Roma intentó alejar a los judíos de esta tierra y llegó a prohibirles la entrada en la ciudad de Jerusalén. Hay autores que señalan que en esta época los romanos renombraron a esta tierra llamándola Palestina para así desligarla del pueblo judío. En el siglo VI se produce un hecho que cambiaría, en principio, todo. El emperador romano Constantino I emite el Edicto de Milán por el que permite a los cristianos profesar su fe, cuando hasta ese momento habían sido perseguidos. Transcurrieron siglos de prosperidad hasta que, en el siglo VII, los persas conquistaron de nuevo este territorio, conquista que duró poco tras la invasión y conquista de por parte de los musulmanes de Jerusalén en el año 638.
Esta invasión tuvo, sin duda, gran justificación religiosa. No en vano, Mahoma declaró como primera quibla a Jerusalén. Es decir, los primeros rezos de la fe islámica debieron realizarse orientando la cabeza hacia esta ciudad palestina de la judea hebrea. Posteriormente esta costumbre cambió, ayudada por la convicción de que Mahoma habría ascendido a los cielos desde la Miraj, lo que contribuyó al cambio de la oración en dirección a La Meca, en la que se construyó la Mezquita de la Roca, lugar de oración y peregrinación de los musulmanes, al menos una vez en la vida.
Nos encontramos, pues, con que Palestina o Judea son un territorio que es tierra santa para judíos, cristianos y musulmanes, las tres religiones monoteístas del mundo. En principio, la convivencia entre los pueblos bajo el dominio musulmán se produjo de forma ordenada, sin exigencias. Poco a poco, gran parte de la población se fue convirtiendo al islamismo. Sin embargo, y tras pasar el califato que controlaba este territorio a poder de los de Bagdag en el año 750, Palestina cayó en el olvido, siendo víctima de continuas incursiones y fue dominada por diversos pueblos. Finalmente, bajo el poder de los mamelucos, esta tierra terminó en la decadencia, alejada de esos años de esplendor cultural y filosófico, fruto de la unión de todas las culturas que en ella convivieron.
Tuvo un nuevo momento de esplendor tras la conquista en el siglo XVI por los turcos otomanos, pero la caída de este imperio un siglo después devolvió a Palestina a una crisis económica y social que debilitó a la población, que fue disminuyendo. Pueblos como el egipcio colaboraron en su desarrollo y evolución económica y administrativa, aunque fueron precisamente los judíos y alemanes los que, a finales del siglo XIX, introdujeron la industria en la zona con la exportación de maquinaria para su industrialización. Se trata de una época en la que la mayor parte de la población palestina estaba formada por árabes, pero que convivían con judíos y cristianos. Sin embargo, las reivindicaciones sobre el territorio de los primeros molestaban a los árabes en una época en la que muchos de estos, ante el incremento del anti semitismo en Europa, emigraron a Palestina, dónde se instauraron y abrieron empresas a la vez que compraron grandes terrenos.
Fue Reino Unido quién, tras la I guerra mundial y la expulsión de territorio palestino de los turcos, quién defendió la creación de un Estado judío en la zona, que cayó bajo su influencia. En su Declaración Balfour, en 1917, Gran Bretaña no sólo prometió este Estado hebreo, sino que también el garantizar la convivencia con el resto de los pueblos que habitaran en la zona. Todo esto se produjo mientras la incesante emigración llenaba las ciudades palestinas de judíos que acudían al amor de esa tierra prometida a Moisés.
A esta iniciativa se unirían otros países europeos, como Francia o Alemania y, finalmente, Reino Unido dividió la tierra otorgando entre un 20 y un 30 por ciento de la misma para el futuro Estado de Israel. Esto provocó revueltas y asesinatos en sacudidas antisemitas en Palestina por parte de la población árabe.
Tras la llegada del régimen nazi a Alemania, en el año 1935 unos 63.000 judíos emigraron a Palestina, lo que provocó ya en 1936 una serie de revueltas árabes que se prolongaron hasta 1939, periodo en el que Reino Unido limitó la emigración judía a la zona y la compra de territorios en Palestina por parte de estos para mitigar las reacciones de los árabes.
Tras la II Guerra Mundial se produce un impasse y, pese a la prohibición de la emigración de judíos a tierra palestina, ésta se sigo produciendo de forma ilegal aprovechando la simpatía creada en Europa hacia las víctimas del holocausto nazi. Reino Unido llegó un momento en el que temió no poder controlar una situación que se tensionaba por momentos y decidió ceder a la ONU, en abril del 47, las competencias sobre este tema. Ese mismo año, la Organización de las Naciones Unidas presentó un plan consistente en la división territorial en dos estados, uno judío y otro árabe, plan aceptado por los primeros pero no por los segundos que, al año siguiente iniciaron una guerra ayudados por algunos pequeños países árabes vecinos.
Debemos tener en cuenta que los judíos no sólo poseían un mayor poder económico sino una gran preparación que los hacía más habituados al autogobierno y al desarrollo social e industrial, así como a la preparación de un ejército adecuado para la defensa del nuevo Estado de Israel. La victoria de los israelitas se produjo más por la falta de un apoyo real de los países vecinos que por la capacidad mermada de los judíos, a los que se les vetó la compra de armamento. Y, ojo, en la firma del armisticio de esta guerra Israel consigue el 78 por ciento del territorio palestino, la franja de Gaza queda en poder egipcio y Jordania se hace con Cisjordania, expulsando entre todos a un pueblo palestino que queda sin Estado.
Muchos de ellos emigraron y se asentaron en países colindantes, principalmente Jordania y Líbano, muchos en campos de refugiados. Posteriormente se creó la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Medio (UNRWA), que dio apoyo a los refugiados palestinos asentados en diversas zonas colindantes al nuevo Estado de Israel, incluida la Franja de Gaza.
Y llegamos a un fatídico año, el de 1967, en el que el Estado de Israel atacó de forma simultánea en la que se llamó la Guerra de los Seis Días, Egipto, Siria y Jordania obteniendo una victoria aplastante, y conquistando Cisjordania y Jerusalén Este de Jordania, los Altos del Golán de Siria, la Franja de Gaza y la península del Sinaí de Egipto. Esta última fue devuelta a los egipcios tras la firma del acuerdo de Camp Davis. Sin embargo, el resto siguen hoy en día bajo control israelí a pesar del no reconocimiento y condena de la ONU, ocupaciones que ha declarado como ilegales en multitud de resoluciones.
Tras décadas de guerras sin cuartel por estos territorios, en 1993 se produce la firma de un acuerdo de paz entre la autoridad palestina Yasir Arafat y el primer ministro israelí, Isaac Rabín, por el que se declaraba la autonomía de los territorios ocupados.
Sin embargo, una vez más el extremismo de algunos grupos de judíos y el de la organización Hamás, nacida en principio para contrarrestar el poder de la Organización para la Liberación de Palestina, con apoyo de la misma Israel, pero que degeneró en una organización extremista ultra islamista y terrorista, llevaron al fracaso todos los intentos de paz.
Tras lentos pero continuos avances y progresos en la autonomía de estos territorios, en 2005 el entonces primer ministro israelí Arel Sharon procedió al desmantelamiento de los asentamientos de estas zonas y a la retirada militar de los israelíes de los mismos, que pasaron a depender de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).
Y aquí es dónde aparece un problema de gobernabilidad interno, ya que durante muchos años no se produjeron elecciones democráticas en la región palestina, algo que enfrentó al gobierno del presidente palestino Mahmoud Abbas con la organización Hamás, tras anunciar posponer las ya anunciadas elecciones que debían de haberse producido en 2021. Hamás es una organización que lleva a cabo un enorme control social, una organización terrorista cuyos líderes han estado en caza y captura por el Gobierno israelí. No sólo es una organización extremista que amenaza a la estabilidad en la zona, sino que supone un enorme peligro debido a sus pretensiones de convertir Palestina en un estado islamista. Se trataría de un Estado en el que las mujeres carecerían de derechos, los homosexuales, con toda probabilidad serían colgados por el simple hecho de serlos, como ocurre en esa Irán que los ha ayudado en los crímenes cometidos estos días.
Hamás no representa la liberación del pueblo palestino, sino que forma y formará siempre parte del conflicto, del problema, de la falta de diálogo y, como no, del extremismo islamista más peligroso no sólo para ese territorio, sino por sus conexiones para el resto del mundo. Y cuidado que hablar de Irán es hablar de un aliado de la Rusia del despiadado y psicópata Putin, un ser sin sentimientos capaz de cualquier cosa por conseguir sus objetivos al que no le importa la muerte ajena o asesinar al más próximo si no lo ve de su lado o duda de su lealtad.
Hamás está en esa parte del poder en el mundo que no construye, sino destruye, que no busca progreso sino control; que no representa libertad sino el yugo de su propio pueblo, la esclavitud de las mujeres y el establecimiento de un sistema subyugado a la voluntad de aquellos que dicen hablar en nombre de su dios, pero que no reflejan el más mínimo atisbo de la grandeza que en su libro sagrado representa la fe en la que creen millones de personas.
Pues esto es lo que muchos españoles observo defender a través de las redes sociales en estos días. Esto es lo que he tenido que escuchar a la vicepresidenta en funciones de mi país defender. No sé si fruto de la ignorancia o de la maldad más extrema de quiénes defienden en el mundo justo lo contrario de lo que dicen defender en nuestro propio país. Quizás no quieran ver en el patriotismo israelí el reflejo de la grandiosidad nacionalista catalana y prefieren compararla con la opresión del pueblo palestino, una opresión que la Historia nos dice de dónde arranca y adónde llega.
Por supuesto que el mundo debe defender, definitivamente, la creación del Estado palestino. Por supuesto que los asesinatos cometidos por Israel a lo largo de los años en territorio ocupado, especialmente los llevados a cabo sobre inocentes no sólo es condenable sino absolutamente deleznables, como los también cometidos por los palestinos sobre los israelíes, que también fueron muchos e indiscriminados, llegando a hacer uso de personas bomba que iban a perder su vida a costa de llevarse la ajena, reflejo de un fanatismo que debería hacernos pensar qué se cuece en Hamás más allá del relato palestino.
De lo que no cabe ninguna duda es de que lo llevado a cabo por Hamás en Israel es cruento, injustificable, condenable, inasumible y, por desgracia, no sólo no solucionará nada sino que apunta a empeorar la situación, y no sólo en la zona, sino también en el resto del mundo al ser aliento del fanatismo de una intifada sin autoridad moral que podría mover a muchos extremistas fanáticos del mundo a seguir sus pasos en territorios no palestinos ni israelíes. De nada bueno nada se debería celebrar, ni justificar ni aplaudir. A los que lo hacen, que no les tocase vivir en un Estado controlado por Hamás. Jamás Hamás.
Periodista, Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos por la Universidad de Granada, CAP por Universidad de Sevilla, Cursos de doctorado en Comunicación por la Universidad de Sevilla y Doctorando en Comunicación en la Universidad de Córdoba.
Be the first to comment