Mascarilla de humo

Cada día me levanto con la sensación de que el esperpento del día anterior, en lo que se refiere al desgobierno que sufrimos, es, en la práctica, imposible de superar. Y cada día, cuando me acuesto, me doy cuenta de lo equivocado que estoy.

Ayer asistimos al enésimo encuentro de cogobernanza (ya saben, ese nuevo concepto que hace que nadie tenga que hacerse responsable de nada), entre el presidente del Gobierno y los virreyes palanganeros de cada una de las autonosuyas. El motivo de la reunión, anunciada el domingo pasado (no fue sin tiempo), era el de competir con el objetivo de averiguar cuál de los virreyes era capaz de hacer la propuesta más absurda y tiránica. Como bien saben, el título está muy disputado.

Pero entre la maraña caciquil, siete destacados próceres patrios marcaron la diferencia. A saber, los socialistas de Navarra, Castilla-La Mancha y Comunidad Valenciana; el nacionalista vasco y los populares de Castilla y León, Andalucía y Galicia. Estos siete aguerridos líderes (no sé si la ironía se entiende bien en los artículos, ya saben que no tengo mucha experiencia) encabezaron una propuesta que Sánchez aceptó sin demasiado pestañeo. La propuesta consistía en recuperar la obligatoriedad del uso de la mascarilla en exteriores. Tres socialistas, tres populares, con Feijóo a la cabeza y el nacionalista vasco. Si hay algo que se ha demostrado como transversal es el odio a la libertad.

Como es lógico, teniendo en cuenta que la mascarilla en exteriores no tiene ningún tipo de utilidad e, incluso, puede llegar a ser contraproducente, como así reflejan múltiples informes médicos; el escándalo se produjo de forma inmediata. La “presión social” y de sus propios partidarios y aliados obligó, casi al instante, a una recogida de cable automática por parte de Sánchez, que anunció que esta “obligatoriedad” tendrá excepciones, como la de la distancia entre no convivientes. Es decir, tras el retrato liberticida de los siete magníficos, Pedro Sánchez aprobará una norma haciendo obligatorio el uso de mascarilla en exteriores cuando no se pueda mantener la distancia, como sustitución de la norma anterior, que hacía obligatorio el uso de mascarilla en exteriores cuando no se pueda mantener la distancia. Mamarrachada sobre mamarrachada. Si no nos estuviera costando dinero sería graciosísimo.

Y es aquí cuando surgen las dudas que desembocarán en una pregunta final. Permítanme un somero análisis de lo que ha sucedido estos últimos días. El sábado 18, desde Moncloa, se publicita a bombo y platillo que su Sanchidad hará, al día siguiente, una declaración institucional mega, ultra, hiper, trascendente; aprovechando, eso sí, un viajecito en Falcon al Congreso del PSC. En la comparecencia del domingo 19, nuestro amado líder nos obsequia con unos minutos de vacuidad adornados con un anuncio, el de la convocatoria, el miércoles 22, de una nueva Conferencia de presidentes extraordinaria para analizar la evolución de la pandemia y estudiar medidas. Parece extraño que, si la urgencia es tal como para convocar una reunión extraordinaria, se convoque para tres días después… Pero ya tenía lo que necesitaba, la atención. Y es que, amigos, a Sánchez se le puede acusar de muchas cosas, pero no de no saber poner el foco sobre su persona cuando lo necesita para desviar la atención de otras “cosillas”, pero continuemos.

Durante el lunes y el martes, las especulaciones sobre el posible resultado, en cuanto a medidas, de la reunión urgentísima, acapararon toda la atención consciente e inconsciente de medios de comunicación y ciudadanía. No había espacio para nada más. Y a ello también ayudaban las disparatadas ocurrencias que, los de las autonosuyas, ya habían lanzado en los días previos y seguían lanzando. La maniobra funcionaba. Y llegó el miércoles. Por supuesto, la reunión urgentísima tenía que ser por la tarde, porque la atención del personal ya estaba enfocada por la mañana en las bolas del bombo de la izquierda, según se mira, del salón de loterías. Así que la reunión urgentísima, por la tarde. Y por la tarde pasó lo que tenía que pasar, un “parece que lo cambio todo para dejarlo todo como estaba”, pero precedido de una buena polémica que siguiera captando las miradas y los pensamientos de todos, todas y todes. Me estoy imaginando a Sánchez, anoche, con la satisfacción del objetivo conseguido. Y es que su objetivo no era otro que mantenernos entretenidos para que, una vez más, a nadie se le ocurriera liarla con fruslerías como que, desde el día 18 de diciembre, día del anuncio de la comparecencia para esa declaración institucional mega, ultra, hiper, trascendente, el precio de la luz ha superado todos los horizontes conocidos, hasta plantarse, hoy jueves 23 de diciembre en más de 400 euros/MWh.

Con respecto a la pandemia, no hay estrategia nacional. No existe información veraz, nadie ha asumido, ni asume, ninguna responsabilidad, la inseguridad jurídica y sanitaria es el pan nuestro de cada día y los intereses de unos y otros se entrecruzan, dejándonos al albur de los caprichos políticos de los tiranos de turno. Y lo que es peor, una situación en la que se utilizan restricciones ilegales con el único fin de atemorizar, de dividir y de mantener enfocada la atención de la población, sólo nos traslada a la pregunta final: ¿No es acaso, todo esto, una mascarilla de humo?

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