Las elecciones de Castilla y León se acercan. La fecha se antoja caprichosa. De nuevo se precipitan los comicios al gusto de un presidente autonómico, que tal y como van las cosas por aquí, me parece que va a resultar complicado vivir para contar una legislatura completa con sus cuatro años como Dios manda. Mañueco, como es lógico, adelanta las elecciones sólo si le beneficia hacerlo y ahora es el momento en el que todo pinta de maravilla para el del Partido Popular en Castilla y León. Pronto deberían caer Murcia y Andalucía, que junto a la Comunidad de Madrid y Castilla y León completan el combo PP-Ciudadanos de las traiciones. De todos modos, si yo fuese Mañueco, andaría con ojo porque, aunque las encuestas le dan como vencedor, todos sabemos que los millones que riegan las macetas de los periódicos salen de la misma fuente que escribe los discursos a Casado o a Sánchez según convenga y muy frecuentemente, las encuestas, acaban teniendo la misma credibilidad que Iker Jiménez hablando de fantasmas.
En España, cuando se presenta un partido político nuevo, pequeño y con ganas de cambiar las normas establecidas, se espera que los dinosaurios lo traten con condescendencia, lo menosprecien y lo ridiculicen. De este modo, desde que irrumpieron Santiago Abascal y los suyos en el panorama político, hemos vivido en el Congreso, en los medios y en las calles el bullying sistemático de los matones de instituto que, a base de dinero, redes clientelares y mucha, pero que mucha corrupción, se han repartido el pastel. Con todo y con eso, los de Abascal no se esconden ante los insultos, no se encogen ni se arrodillan ante el acoso, la mentira y el desprestigio. Al contrario, cuando más leña echan al fuego, más crecen las llamas.
Ahora, a las puertas de unas elecciones autonómicas, las prácticas de los de siempre vuelven a ponerse en marcha, la maquinaria globalista silencia a la tercera fuerza política del país y los medios de comunicación de toda la vida sólo hacen referencia al papel de VOX en los comicios para hablar mal de su candidato, hablar mal del partido y hablar mal de sus votantes. Siempre la misma cantinela. Funcionan como robots, llevan haciendo lo mismo desde que el primer periódico salió de las rotativas. De lo que no se dan cuenta es que nada de esto funciona ya. Las tecnológicas y las redes sociales, incluso con censura, les han comido la tostada y su independencia les hace intratables. Llegan a más gente y muchos estamos cansados de que nos mientan en la cara.
Hasta noviembre de 2013, Santiago Abascal militaba en el Partido Popular. Tras casi 20 años, la constante pérdida de valores y la corrupción en la formación azul, le llevó a construir el partido que hoy es tercera fuerza en España y aspira a ser la primera. Santiago sabe que no es un camino de rosas, al contrario, lo tiene todo en su contra, menos a la gente, que cuando tiene la oportunidad de escuchar su discurso, sin filtros y sin cortes, más le apoya. El líder de Vox entiende que tiene un muro difícil de escalar por delante, que el PP le ha declarado la guerra y que hará todo lo posible para gobernar sin su ayuda. No pone en duda que, si mañana los populares necesitasen apoyos, la balanza caería del lado del PSOE. Él es consciente que tiene las mejores ideas, las más claras y razonables, que no tiene que contentar a nadie, que no depende de nadie ni tiene que rendirle pleitesía a los de arriba y mucho menos a las élites de Bruselas. Las ganas que tiene Abascal de devolverle a su país y a sus ciudadanos lo que nos pertenece, son infinitamente más grandes que las ganas que tienen los de enfrente de robarnos, dividirnos y silenciarnos.
El 13 de febrero en Castilla y León, los ciudadanos tienen la oportunidad de dar un golpe en la mesa y dejar claro que están hartos de 40 años de expolio. España necesita una alternativa, no necesita las políticas del bipartidismo que sólo han traído, odio, fragmentación, abandono y desindustrialización. No necesita dirigentes envueltos en la bandera del progreso y arrodillados al poder de la Agenda 2030.
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