
Se está fraguando a lo largo y ancho del mundo “una nueva normalidad” que, de normal, no tiene nada. Gobiernos del mundo entero parecen estar sustrayendo de la teoría del caos la oportunidad de la creación que consiste en que, frente a situaciones de cambio rápidas, que requieren soluciones inmediatas y creativas y que no pueden ser controladas por los estándares normales son oportunidades y no siempre sinónimo de crisis. De crisis, para los gobiernos, claro y no para nosotros los ciudadanos que vamos boqueando, casi respirando por las agallas, pues el ahogo económico, social y las imposiciones y restricciones a las que hoy somos sometidos y son efímeras, son modificadas sino en semanas en días y nos están convirtiendo en una sociedad aturdida, desequilibrada y casi bipolar.
Yo no veo ninguna nueva normalidad en improvisadas restricciones e imposiciones, más bien se me antoja desorden y hasta calculado con algún tipo de pretensión. Espero que las futuras generaciones no tengan que examinarse en el colegio con una pregunta tipo; “Restricciones por Comunidades Autónomas en España durante la pandemia COVID19 en los años 2020, 2021 y 2022” o, “Restricciones en los siguientes países de Europa“, porque no habrá ni un alumno que apruebe, si es que aún queda educación nacional, pero ese es otro tema. Y opino así porque fíjense qué panorama tenemos.
En Francia y según el diario Le Figaro, el Gobierno francés se ha asegurado con la Declaración de “Secreto de Defensa” a todo lo referente a sus decisiones política durante la pandemia, que nadie pueda realizar investigaciones sobre estas, y las actas no podrán ser consultadas hasta que hayan pasado 50 años, lo que hará imposible pedir responsabilidades. Mientras tanto, este fin de semana, Macron sacó 7000 efectivos a la calle para frenar las protestas en París. Pues una caravana de camiones emulando a Canadá, pretendiendo atravesar la ciudad de la luz. Ya hubo tertulianos, los más críticos, que en las televisiones se atrevieron a preguntar; ¿Por qué razón no saca todos esos efectivos cuando en París y su periferia se queman coches, negocios y mobiliario urbano y público al perder un misero partido de fútbol?
En España, por poner uno de los ejemplos más recientes, el Real Decreto Ley que volvía a imponer las mascarillas en la calle se votó con la actualización de las pensiones en base al IPC o la habilitación de profesionales sanitarios jubilados para ayudar con la pandemia. Votar no a la mascarilla, era votar no a las actualizaciones usando a nuestros mayores como mera herramienta, todo un chantaje para tres días después anular la obligatoriedad de las mascarillas. Y, una semana después, en la gala de los premios Goya, el presidente Pedro Sánchez acudió y se besó sin mascarilla (y se besaron unos y otros) con toda la plana mayor de políticos y personalidades allí presentes del mundo del cine cuando lo recibieron a la entrada del evento sin mantener distancia alguna entre ellos. Todo esto ocurriendo, al mismo tiempo que los niños en los colegios siguen con sus mascarillas y los más pequeños ya con un patrón de conducta instintivo, donde ni se abrazan ni se besan, incluso en casa lo mantienen, y a los abuelitos ni qué decir tiene. Un sin sentido, pero un abuso consciente.
En Canadá, concretamente en Quebec, se está planteando crear un impuesto para las personas que no se hayan vacunado. Los despidos federales ya son un hecho. Quien no tenga vacuna es despedido o suspendido de puesto y sueldo. En Pakistán, concretamente, en el departamento de salud de la región de Punyab, se está desactivando la tarjeta SIM a todo ciudadano que se niegue a vacunarse. Es decir, se quedan sin acceso a telefonía e internet. Parece una broma, pero no lo es. ¿En serio esta es la nueva normalidad? ¿Infantilizar a la población y forzar conductas y patrones sin mayor explicación?
Repito, a mí me parece un sinsentido y más cuando nos encontramos con el otro extremo, como es el caso de Japón, dónde a sus ciudadanos se les trata como los adultos, es decir, como lo que son. En el país nipón, a cada individuo que decide no vacunarse, se le avisa para que comunique a las autoridades si reciben un trato discriminatorio o de presión por no hacerlo y, de ser así, el Estado los defenderá.
Pues allí, en el país nipón, por ley, cada individuo tiene la información explícita de los riesgos y beneficios sobre la vacuna por escrito y el individuo ha de firmar el consentimiento y conocimiento de lo que se le está inyectando, dejando a su libre albedrío en caso de tomar la decisión de hacerlo. Claro que es un país donde el sentido del respeto y responsabilidad también nos lleva años luz a los países de Europa, donde se confunde libertad con libertinaje, o en nombre de “estoy en mi derecho” pisoteo el tuyo. Reflexión: Cuando lo anormal se normaliza, se desvirtúa la realidad.

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