Reflexiones personales sobre la inmigración

Vaya por delante mi admiración y respeto por todos aquellos que toman la difícil decisión de dejar atrás sus familias, amigos y países en busca de una vida mejor. Dicho esto, pasemos a analizar algunas de mis preocupaciones. Cuando alguien emigra, lo hace por motivos económicos o de seguridad personal. En ambos casos, lo hace con la esperanza de obtener una vida mejor. Hasta aquí, todo perfecto. Todos tenemos el derecho de aspirar a una vida lo mejor posible. ¿Tiene el país de su elección obligación de acogerlos? Aquí empiezan los problemas. Lo siento mucho, pero mi respuesta es no.

Aunque, moralmente, pudiésemos aceptarlos, puesto que todos tenemos derecho a la mejor vida posible. También es verdad que tenemos que asimilar que cada país tiene sus propias necesidades y recursos limitados. Recordemos que donde comen dos, comen tres, pero no 50. No se puede acoger a todo el mundo para ser todos pobres y con nuestra moral intacta. Si algo tengo claro es que no haríamos un favor a nadie. Un país cuenta con una capacidad limitada para poder aceptar, con éxito, a un número determinado de personas. Hay que poder proveer de sanidad, trabajo y vivienda. Como bien digo, los recursos son limitados.

Un inmigrante, en su nuevo país, tiene que ser necesario además de aportar en beneficio de este, además de su necesidad de mejorar su propia vida. Es una situación en la que las dos partes deben obtener algo de igual valor. La conciencia tranquila, lo siento, pero no me es suficiente. Un inmigrante tiene la obligación absoluta de integrarse, aprender el idioma del país y de aceptar las costumbres, cultura y religión de la sociedad que lo acoge. Además, debe tener un profundo respeto por la sociedad que lo acepta.

Todo esto no significa que no pueda conservar su cultura, idioma o religión dentro de su vida privada, pero no puede bajo ningún concepto, imponer su forma de vida al país y sociedad que lo acoge. Recordemos que este ha emigrado por la situación en su país de origen. Esto trae como consecuencia que no se pueden aceptar imposiciones que, en su lugar de nacimiento acabaron siendo el motivo de su emigración. Si en sus países no funcionaron, está más que claro que aquí tampoco va a hacerlo.

Durante muchos años, la Unión Europea ha aplicado políticas buenistas que, no solo no han funcionado, sino que además ponen en peligro nuestra sociedad, cultura y convivencia. Se han invertido cantidades cuantiosas de dinero y esfuerzo poniendo a disposición de los inmigrantes todas las herramientas posibles e imposibles, para propiciar la tan anhelada integración. Hasta tal punto que cualquier extranjero tiene más derecho a cualquier ayuda social que un natural del país.

Estas políticas comienzan a tener consecuencias inesperadas: comenzamos a escuchar voces que nos hablan de racismo y xenofobia. ¿De verdad vemos actitudes racistas y xenófobas en la población o solo vemos la reacción normal de una sociedad ante el abuso de una parte de esa población inmigrante? Vemos familias inmigrantes que han convertido las ayudas sociales como su modus vivendi y que se niegan a trabajar. ¿Por qué? ¿Para qué? Si pueden vivir sin hacerlo. Es objetivamente imposible poder mantener a una parte de la población parasitando al resto. Todo esto podemos comprobarlo en el aumento de la delincuencia: con un 15% de la población extranjera habitando en nuestro país, un 60 de todos los que se encuentran presos… son extranjeros. Vemos con preocupación el aumento de la violencia de género y de las violaciones.

Un inmigrante tiene que estar dispuesto a contribuir con su esfuerzo y al enriquecimiento del país que lo acepta. Si no está dispuesto o no es capaz de adaptarse, ¿para qué lo necesitamos? El estado de necesidad no es cualidad suficiente para ser aceptado. Un inmigrante tiene que aportar algo del mismo valor que lo que recibe… o el trato no será equitativo. Entiéndase con esto que no hablo de élites culturales, científicos etc. La aportación puede ser perfectamente su capacidad de trabajo, pero tiene que aportar otras cosas más.

La inmigración ilegal es cuestión aparte. Todos los países del mundo tienen cauces legales que regulan la inmigración. Es la necesidad de cada país la que marca quién y cómo se puede acceder a él. Este es un derecho inalienable el que tiene cada país a aceptar en su territorio, a aquellos que les sean más beneficiosos. Recordemos que los recursos no son ilimitados. Cuando un inmigrante violenta las fronteras de cualquier país, se está saltando sus leyes y perjudicando a sus habitantes nativos y extranjeros que accedieron cumpliendo con sus leyes y trámites pertinentes. De facto, es un delincuente y sin pena ninguna, digo que, delincuentes me sobran todos. Se gastan cantidades ingentes de dinero en ayuda humanitaria en los países pobres o en guerra. El que quiera venir que lo haga legalmente, respetando la ley y las necesidades del país al que pretende pertenecer.

Otra cuestión más es qué hacer con los extranjeros que cometen delitos en nuestro país. Bien por desconocimiento o, por qué sencillamente, son criminales. En cuanto al que comete un delito por desconocimiento, solo puedo decir que el desconocimiento de una ley no exime de su cumplimiento. El que comete un delito, porque “son sus costumbres”, lo siento, pero aquí las únicas costumbres que importan son las nuestras. Pongo un dramático ejemplo: la ablación del clítoris. Pero como esta, muchas otras. En cuanto a los criminales, bastante tenemos con los nuestros, no necesitamos importar más.

El hartazgo social que tenemos en asuntos relacionados con la inmigración en España está alcanzando límites peligrosos. Necesitamos de soluciones urgentes. Las masas voluminosas descontroladas acaban siendo muy peligrosas y si de algo estoy segura es de que estas nos acabarían trayendo, como esto no lo modifiquemos, fatales consecuencias. Dicho todo esto, bienvenido a todo aquel que esté dispuesto a trabajar, integrarse y ser uno más ayudando al crecimiento de este país, independientemente, de su país de origen, raza o religión. Necesitamos gente receptiva a arrimar el hombro.

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