La escopeta nacional

Bueno, parece ser que, una vez más, acerté en mis predicciones y, una vez más, toca hacer balance de lo ocurrido y de lo que está por pasar. Lo primero que debo indicar es que sí, me reitero en lo que indiqué en mi último artículo. Ha ganado el miedo sobre las propuestas y hasta, incluso, sobre las previsiones más arriesgadas (sin contar la mía). Si dije que Pedro Sánchez es un auténtico estratega político al que le gusta rodearse y ser aconsejado por los mejores la evidencia de los resultados electorales no deja lugar a dudas.

También comenté en uno de mis artículos que la bipolarización de estas elecciones no era una cuestión bipartidista sino una cuestión de enfrentamiento de bloques. Uno de los bloques es el ya conocido del Gobierno del PSOE con PODEMOS (Ahora SUMAR), más el apoyo externo de los partidos nacionalistas e independentistas, el otro, sin embargo, lo representaba la opción de un Gobierno del Partido Popular y VOX. En el primero de los casos pesa la experiencia vivida en la pasada legislatura, que las influencias nacionalistas se producen presumiblemente desde fuera del Gobierno y que existe un sello de lo social; en el segundo de los casos existe, de entrada, un enfrentamiento directo entre las propuestas de VOX y las de un Partido Popular que de ninguna manera podría aceptar ciertas exigencias a costa de incendiar un país que no se lo iba a permitir.

VOX es el partido de una minoría en este país, como lo puede ser cualquier otro partido, incluso como lo puede ser SUMAR o su antigua marca, pero se distingue del resto en que el resto de la ciudadanía no quiere a VOX en el Gobierno. La jugada de plantear estas elecciones el 23 de julio por parte de Sánchez estaba seriamente vinculada a este hecho. Después de las elecciones municipales y autonómicas, el Partido Popular se iba a ver obligado a pactar con el partido que una mayoría no desea que gobierne. Un partido que ya ha mostrado en Castilla y León donde sí gobierna junto al PP desde hace tiempo, tal rechazo que el batacazo en las urnas en esta comunidad ha sido de órdago.

Por lo tanto, plantear las elecciones en el tiempo de descuento de la formación de los gobiernos que salieron de las elecciones del 28M era la oportunidad irrepetible para el PSOE de Sánchez de escenificar esa elección de bloques de Gobierno, en uno de los cuáles se encontraba, y las encuestas ayudaron a ello, sin ningún remedio para la suma de la mayoría, el partido que la gran mayoría de la ciudadanía no quería que entrase en ese presumible Gobierno.

Por supuesto que hay muchos otros factores que han jugado su parte, como la política de Sánchez con los denominados golpistas del procés, que ciertamente ha debilitado a unos partidos que no han demostrado lo que tanto parecían defender y que han quedado escenificados como aquellos que han vendido a Cataluña a costa de sus libertades. De alguna manera que pocos han podido leer bajo líneas, se produce una imagen de sometimiento al Estado con un partido en el Gobierno que cambia el pulso del anterior por un presumible diálogo en cuya trampa cayeron los de Puigdemont y Junqueras. Y es que en una revolución todo se desinfla cuando la propia revolución se convierte en un juego de cartas en el que las cartas están marcadas. El ascenso del PSOE en Cataluña a costa de los nacionalistas ha sido crucial para entender el resultado del pasado domingo.

El PP, por su parte, cometió una serie de errores que le costaron algunos escaños tan necesarios para ellos en estos momentos. Por un lado, entendieron esta campaña como ganada desde un principio convirtiéndola en un paseíllo triunfal pero sin fuegos artificiales, ahogados estos en tierra la noche electoral. Marcar un perfil de cierta equidistancia con VOX no les daría más votos y, por supuesto, echarse en sus brazos en plena campaña tampoco. Se echó de menos desde las filas de derechas una campaña más combativa, con más presencia, sin la huida del candidato de un debate que era quizás más importante que el anterior no por el interés que pudiera despertar sino por los titulares que podría haber generado. Pareciera que nadie destacó en propuestas tanto como en acusaciones al adversario, mentiras o errores en las argumentaciones y metidas de cabeza bajo el lodo cuando sonaba la tormenta.

Otro elemento de error aprovechado por Sánchez en la campaña fue el cambio de actitud respecto a la demonización de los medios y de los periodistas. Si Feijoó se enfrentó a una dura entrevista en TVE ante una periodista que, simplemente hacía su trabajo y respondía con datos, el candidato nunca debió matar al mensajero, ni a la periodista ni al medio, en plena campaña. Por su parte, Sánchez multiplicó sus apariciones en medios y, muy especialmente, en aquellos que más críticos habían sido con su Gobierno.

Sumar y Yolanda Díaz, por su parte, hicieron una buena campaña no basada tanto en sus propuestas como en el trabajo de punto y aparte y olvido de aquellas leyes aprobadas en el Gobierno por alguna de sus ministras que fueron catastróficas y que molestaron tanto a grupos incluso afines a la izquierda como el feminista. Consiguieron con ello, y con el cambio de marca, así como aprovechando cierto tirón de la Ministra de Trabajo, no tanto recuperar el voto perdido en las municipales y autonómicas como salvar los muebles y posicionarse de nuevo como indispensables en el caso de que un Gobierno de izquierdas saliera adelante.

VOX, sin embargo, y al igual que el PP, vendió la piel del oso antes de cazarla, mal asunto para un partido tan cercano a caza, y enturbió las elecciones mostrándose, como es habitual, más en contra de colectivos y propuestas que a favor de la propia ciudadanía en un discurso más destructivo que constructivo, escenificando un relato político que cada vez convence menos, máxime aún después de lo visto en su incursión en los distintos gobiernos a los que el PP le ha permitido entrar. Los bochornosos carteles en pleno Madrid o sus órdenes contra las banderas LGTBI en algunos ayuntamientos lo sentenciaron a perder unos votos que, en muchas ocasiones fueron a reforzar al PP, Partido Popular que perdió la confianza de muchos ante el miedo a que reeditara esos gobiernos en el central.

El escenario que tenemos en estos momentos es terrible, aunque visto desde la distancia podría ser hasta divertido. Y es que también acerté al decir, tras cerrar las urnas en mis perfiles sociales que podría depender del PNV, partido de derechas, la mayoría que pudiera alcanzar el PP para gobernar, siempre que VOX se echara para un lado y no entrara en dicho Gobierno. ¿Qué ocurre? Pues que la situación para el PNV es complicada, habiendo perdido en estas elecciones la mayoría del voto vasco en favor de Bildu y encontrándose a las puertas de unas elecciones autonómicas allí. Sin embargo, creo que la lectura que ellos han hecho hasta el momento podría no ser la acertada. Como he dicho, el PNV es un partido de derechas, aunque quizás no una derecha clásica. Lo cierto es que su apoyo al Gobierno de izquierdas de Sánchez es más que probable que le haya provocado gran pérdida de votos de los que entienden que no habiendo partido de derechas, para votar a alguien que los ha traicionado preferirían votar nacionalismo combativo como es el de Bildu.

¿Qué han dicho que no entrarán a apoyar aun Gobierno del PP que dependa de VOX? Bueno, quiero recordar que en pasadas elecciones su posicionamiento inicial con el PSOE fue el mismo hasta que llegaron a negociar. Saben que están en una posición muy complicada pero no imposible y, sobre todo, saben que nunca como ahora están en posición de sacar el mayor provecho de cualquier negociación. En ese aspecto el PP lo tiene mejor que el PSOE, tendría menos entre los que repartir en estas negociaciones. La clave está en el papel de VOX, que hasta el momento ha sido nada autocrítico y ha lanzado dardos de responsabilidad a un PP que, simplemente, ha sido víctima de su existencia.

En relación a las posibles negociaciones de Sánchez con independentistas y con el partido y el propio Pugdemont todo es esperable, ya lo sabemos, pero también sabemos que Sánchez seguirá siendo un enorme estratega y que ni nos enteraremos en tiempo y forma de lo que pacten y que, si alguna vez lo hacemos esto se producirán con tal nivel de naturalidad que nos parecerá hasta lógico dentro de un proceso ya iniciado vendido como normalización de las relaciones institucionales y que llevarán, sin duda, a la paz social en Cataluña. El problema es que la única salida para el independentismo después de esa jugada será volver a las andadas pero con un procés más elaborado, y quizás más agresivo, para volver a entusiasmar a una parte de los catalanes que han sido educados y programados en la línea de enfrentamiento con un Estado al que dicen no reconocer pero del que no les importa formar parte en las instituciones, cobrar de él y negociar más prebendas a costa de los derechos de igualdad de trato de otras comunidades. En definitiva, nada nuevo. La escopeta nacional.

¡Informado al minuto!

¡Síguenos en nuestro canal de Telegram para estar al tanto de todos nuestros contenidos!

https://t.me/MinutoCrucial

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*