Precios políticos

Decía Winston Churchill que “el político debe ser capaz de predecir lo que va a ocurrir mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido”. Y aún se encuentra el noqueado PP sin poder o querer explicar realmente lo que ha sucedido en las elecciones pasadas en las que predijo, junto a numerosas encuestas, que iba a haber un cambio de Gobierno, que lo encabezaría su líder y que supondría una inflexión en las políticas llevadas a cabo hasta el momento. Todo parece indicar que no va a ser así.

Los de Sánchez, por su parte, no dejaron de decir que la izquierda ha ganado en dichas elecciones en este país, algo erróneo, ya que si sumamos los escaños obtenidos por la izquierda no suman más que los de la derecha si incluimos en esta derecha al PNV, que todo pinta volverá a hacer un sacrificio ideológico por defender otro del que posiblemente saque más tajada económica, pero un mayor destrozo de cara a su electorado objetivo. Luego tampoco encontrará explicaciones a que Bildu le esté comiendo la tostada. Y es que no se puede estar en misa, replicando y a la vez abanderando lo que no se es. O la sociedad vasca ha mutado considerablemente o el PNV está desubicado y no lo encuentran ni los suyos. Craso error.

Si hay una expresión que debiera liderar hoy todos los informativos de este país es el de “precio político”. Y es que resulta curioso que este término es usado en términos jurídicos para expresar los precios que los Gobiernos ponen a los servicios públicos para los ciudadanos sin tener en cuenta el precio de coste real que estos pudieran tener. Tras las elecciones nadie ha asumido un precio político a la derrota porque todos se han visto vencedores, en las urnas, a la fuerza o mediante pactos que están por descubrirse o de los que, lo más probable, nunca sepamos nada. Y efectivamente, todo parece indicar que ese precio político de la formación de Gobierno, lo consiga quién lo consiga, no tendrá el menor miramiento sobre el verdadero coste que para la ciudadanía de este país tengan dichos acuerdos.

Por su parte, el PP sigue llevando a cabo pactos con VOX en comunidades como la de Aragón, ya sin nada nuevo que perder ante la baja probabilidad de que se vuelvan a repetir elecciones y, sellando con ello, la sentencia de los de Abascal. Y es que esta jugada de artes marciales políticos suele tener siempre el mismo resultado. En Andalucía lo sabemos muy bien. Siempre que un partido político entra a formar gobierno en minoría acaba derrotado o extinto. Ya ocurrió con el Partido Andalucista, que entró en un Gobierno del PSOE y terminó desapareciendo, casi sucede con IU cuando hizo lo mismo, y sólo se salvó por ser un partido histórico, y ya sabemos dónde están colocados todos los exconsejeros de Ciudadanos en la anterior legislatura, y no es precisamente ocupando puestos de parlamentarios andaluces, sino siendo altos cargos de los colocados a dedo por un Partido Popular que, engullendo a los de Inés Arrimadas, consiguieron una mayoría absoluta en Andalucía que lejana les quedó en las pasadas generales.

Otro caso es el de PODEMOS, socio de Gobierno del PSOE en la pasada legislatura, se vio avocado a cambiar sus siglas y a apoyarse en una nueva marca, y no me refiero a SUMAR, sino a Yolanda Díaz, convertida en un subproducto de la izquierda, mal plagio de Evita Perón, que salvando los muebles de su propia estancia dejó en el camino a los que la alzaron al poder. La reducción, no obstante, de escaños de esta nueva formación con respecto a la anterior y sus socios es más que llamativa y sólo ha llevado a disimular un drástico palo a una extrema izquierda que no tuvo una evaluación satisfactoria en general en su paso por el Gobierno, pero que posiblemente repita. Esperemos que hayan aprendido la lección y que estén dispuestos a morir martirizados asumiendo todos los errores que el nuevo ejecutivo cometa porque, si estratega es Yolanda mucho más Sánchez, que sabe que es la oportunidad de darle el puntillazo a esta opción que le resta capacidad de llegar a tener una mayoría absoluta. Ya lo veremos.

Volviendo a los pactos, apoyos y acuerdos para formar Gobierno, parece ser que nadie, una vez más, se hubiese dado cuenta de lo maravillosamente estratega que es Sánchez que, ante una situación tan tensa, en la que podrían correr ríos de tinta, con un simple viaje de vacaciones a Marruecos ha conseguido desviar la atención pública a un hecho que nada tiene que ver con la actual situación política y que tendrá la segunda parte de acusaciones en parlamentos y fuera de ellos y como respuesta un nuevo victimismo de quién es herido por las especulaciones y coartado en su libertad personal. Lo de Sánchez, me van a disculpar, es para quitarse el sombrero como estratega. Y ojo, la base del éxito de sus acciones no radica sino en un conocimiento extremo del comportamiento de su enemigo y un manejo espectacular de las malas compañías. Alguien que se crece ante los retos.

En definitiva, miren sus carteras, lo que los políticos están apostando en su nombre y con su dinero para conseguir su espacio de poder, quiénes están en disposición de ganar más y, finalmente, preparen sus tarjetas de crédito porque lo del peaje de las autovías va a quedar como una simple anécdota porque en este país, los precios políticos siempre los terminamos pagando los ciudadanos, gobierne quien gobierne, por exceso o por defecto, en impuestos o en recortes, en cesiones o en concesiones.

Quiero terminar este artículo con una mención a una gran política de la Historia, la que fue presidenta de la India Indira Gandhi, cuando dijo “nunca olvides que cuando estamos en silencio somos uno pero que cuando hablamos somos dos”.

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