Pongamos que hablo de Valencia

Puede que fuera la mal llamada pandemia la causante de abrirnos los ojos, no a muchos, pero si a los suficientes. Recientemente, he tenido que llevar a mi madre a urgencias de un hospital público, pongamos que hablo de Valencia y la sensación de tercermundismo es evidente para unos ojos que quieren ver y no sólo mirar. 

Después de tres horas de reloj, sin que el médico la viera, tras pasar por un triaje con médicos tan jóvenes que fijo acaban de salir de la universidad y con evidente desconocimiento de lo que es un examen correcto y completo de aquel que se acerca a urgencias, determinan a que box (consulta) vas, ahí te la juegas si te toca el facultativo que está hasta los mirlos de urgencias y que en algún momento del camino se dejó la humanidad. 

Mientras estás esperando o más bien desesperando, ves gente con mucho dolor rezando para que su nombre aparezca en la pantalla, si vienes con principio de infarto que quizás no se detecta a simple vista, puede que fallezcas; eso sí, en la sala de un hospital, algo es algo. Con este panorama yo que suelo ser educada, me transformo, gente para arriba y para abajo, algunos dando a entender que se ganan el sueldo, lo que, evidentemente, es mentira. Por fin, Albricias, el nombre de mi madre aparece en la pantalla. Vamos a ver al chamán de la tribu. 

El médico tiene acompañante en prácticas, me parece correcto, pero la camilla donde hay que acostarla es para gente de 1.90, pregunto si no se puede bajar, mi madre no puede subir y me dicen que no, hay que llamar a un celador, llega celadora que, aunque domina no evita que al bajarla casi se vayan las dos al suelo, a todo esto, médico y acompañante observan sin levantar el culo del asiento. Son Dioses, no pueden rebajarse a ayudar, han perdido la “humanidad”, insisto, increíble. 

Le ordena pruebas y aquí viene lo surrealista, en una de las pruebas un celador se encara conmigo y me llama mentirosa delante de sus compañeros que lo miran sin comprender nada, dice que yo he dicho que mi madre tenía un infarto y que eso no es verdad. Que el último mono de la cadena, con todos mis respetos, te insulte es algo que nadie espera, le digo que ya tengo una hoja de reclamaciones y que, por supuesto, va a llevar su nombre; su contestación, «me importa un comino». Así estamos, chulería. Resumiendo, para no hacerlo largo: la Sanidad Pública en Valencia ya se acerca al tercer mundo y me pregunto qué ha estado haciendo Chimo Puig y su gobierno de inútiles con nuestro dinero, porque a mejorar hospitales y personal no. Algunos hospitales se han quedado obsoletos y necesitan inversión urgente.

Señores, estamos en Europa y no en Marruecos, aunque con el dinero que envía Pedro Sánchez quizás allí los hospitales sean más modernos, pero eso da para otro artículo. Tenemos políticos miserables a los que la gente les importa un comino, sólo pretenden perpetuarse en el poder y ayudar a los suyos. Eso sí, pero no tocan calle montados en sus coches oficiales, van a hospitales privados y poco saben de lo que pasa en su Comunidad o lo que es peor, lo saben, pero no les importa. 

Los que podemos recurrimos a un seguro particular, nada que ver con la Sanidad Pública, pero es injusto porque pagamos ambas. Es muy triste ver a ancianos realmente enfermos esperar horas en una camilla sólo porque quien lo puede solucionar gasta el dinero en chorradas que no benefician a nadie. Y si el pueblo no es capaz de inundar estos hospitales con cientos de quejas estamos abocados a una Sanidad al estilo cubano. Lo único bueno fue el cariño de algunas celadoras hartas de llevarse broncas que no les corresponden, tienen que aguantar insultos porque el paciente se desespera y exige un trato humano. 

Hace diez años la Sanidad española era la envidia de Europa ¿Qué nos ha pasado? Pues que los sucesivos gobiernos han sido nefastos, negligentes y muy poco profesionales. No sé cómo está la Sanidad en otras Comunidades, pero me temo que no mucho mejor y parece que a nadie le importa. Se lo escribo a usted Señor Mazón, presidente de la Comunidad Valenciana. Pise calle, pregunte y demuestre que la gente le importa, de lo contrario, pensaré que es usted un político mediocre, uno más que tenemos la desgracia de padecer. 

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