Sobre la tiranía en tiempos democráticos

Berdiaeff creyó que las utopías, tan alejadas de la realidad que su mundo no está en lugar alguno, según su propio nombre, son empero mucho más realizables de lo que pueda parecer. Algunas podrían estar materializándose en el presente, de manera que ahora habría que hacer frente a una cuestión angustiosa: ¿cómo evitarlo y cómo hacer que una vida que marcha hacia la utopía de modo sutil y apenas consciente, pero con paso seguro, se desvíe del camino? ¿Cómo hacer para que la existencia retorne a un mundo menos feliz y menos perfecto, pero más libre?

La utopía que nos aguarda puede ser un estado totalitario semejante al descrito por Huxley en Un mundo feliz. No es preciso que se apoye en la fuerza bruta, que utilice cadenas y golpes, o hambre provocada, para domeñar a la gente. Este es un instrumento demasiado débil, sobre todo, cuando se puede disponer de una tecnología avanzada, como puede serlo la biotecnología.

El Estado tiránico ideal es aquel en que los súbditos aman su esclavitud, lo que se consigue por medio de una propaganda persistente encomendada a la prensa, la radio, la televisión y la escuela. La propaganda moderna, difundida con la mejor intención y la mayor de las convicciones por sus actores, es mucho más eficaz que todas las argumentaciones lógicas y todos los profundos tratados que nacen en ciertas cabezas aisladas y apenas comprendidas.

Un método infalible es lograr la seguridad para la mayoría de modo que, una vez lograda, se conceda a todo el mundo el derecho al placer, particularmente el sexual, porque es un hecho probado y conocido por muchos tiranos que cuando disminuyen la libertad política y económica aumenta la libertad sexual. El que aspire a la tiranía hará bien en fomentarla. De ese modo, los súbditos, haciendo lo que desean, en realidad obedecen la voluntad del tirano.

Lo que subyace a este grave asunto es la amenaza que se cierne sobre el hombre por causa de la biotecnología, la nueva herramienta que promete vivir más, no tener enfermedades, elegir la clase de hijos que se quiere tener, etc. No es que esta actividad sea perjudicial por sí. Todo lo contrario. Es el uso que de ella pueda hacerse. Saltan las alarmas cuando algún investigador, llevado por su afán de traspasar límites, se comporta como el Dr. He Jiankui, que el año 2018 “permitió que nacieran dos niñas editadas genéticamente saltándose todos los códigos vigentes hasta el momento” (A. Diéguez en ABC), por lo que fue condenado en China.

Esa amenaza va dirigida contra la idea de naturaleza humana, una idea que hasta el presente ha sido la fuente, junto a la religión, de lo que se considera bueno y conveniente, de paso que ha limitado las demasías de los regímenes políticos. Valgan estas palabras como esbozo de algo que parece estarse aproximando.

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