La condena de la convivencia social

Decía Martin Luther King, en una de sus sentencias más acertadas y premonitorias, aquello de que “hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”. Quizás lo único desacertado en ello es que entre muchos hermanos no prima, tampoco y precisamente, la convivencia, ni en el mundo de los humanos ni en el reino animal.

El mundo, desde la II guerra mundial, no se encuentra más enquistado en enfrentamientos fratricidas, en conflictos que se desenvuelven a través de la violencia o la imposición, de posiciones enfrentadas con falta de diálogo y entendimiento. El posicionamiento político, hoy en día, en nuestra propia sociedad española, debemos reconocer, es un deporte de riesgo según el escenario en el que se produzca. Ya mejor, no hablar de las redes sociales o de los nuevos medios digitales de conexión.

Todo esto, en una era en la que existe, precisamente por el desarrollo tecnológico, una sobre exposición digital, no sólo de las personas que desarrollan una labor pública, sino de todos y cada uno de nosotros, convierte a nuestra sociedad en un polvorín. Ya no es que no hayamos aprendido a vivir como los idealizados hermanos que ideó Luther King, ya es que hemos olvidado que somos hermanos en nuestra propia humanidad y hemos olvidados valores tan importantes de la convivencia como son el respeto a la pluralidad y el debate, hemos olvidado que cualquier sociedad, sean cuáles sean los objetivos que tenga planteados, nunca conseguirá materializarlos si no existe un consenso social.

El diálogo se ha convertido, en la mayoría de nuestras sedes de gobierno, municipales, provinciales, regionales o nacionales, en verdaderas ollas a presión en las que las ideas no se cuecen, sino que luchan por escapar exitosas y triunfantes, imponiendo por la fuerza su discurso. Y para ello, el arma fundamental no es la razón, o el diálogo o ese necesario consenso, sino el descrédito de los otros, el acabar por completo con cualquier opción u oportunidad del adversario de que sus ideas puedan ser escuchadas. Matar al mensajero. El descrédito de si no piensas como yo te digo que pienses es porque eres o un fascista o un rojo es el pan nuestro de cada día, bendecido por las fauces de aquellos que, con nuestros votos, asumen la responsabilidad de, precisamente, llevar a Ley la voluntad mayoritaria a través del necesario diálogo y la unión de las diferentes ideas para construir lo más favorable para la sociedad, basándose en criterios de igualdad, pero también de eficacia y legalidad.

Lo que está sucediendo hoy en día entre israelíes y palestinos o entre rusos y ucranianos, no es sino una extensión más de una conducta que ha calado, poco a poco en las sociedades modernas, y que podría ser fruto no de otra cosa que de un proceso de llevar a los extremos el desarrollo de las ideas en marcos ideológicos o religiosos, al fundamentalismo en todas las vertientes de la vida pública. Y esto no es sino muy peligroso.

Cuanto más politizada o condicionada en sus extremos por una fe esté una sociedad, por mucho que lo edulcoren, será síntoma de una sociedad deshumanizada. Y no lo digo yo, lo dice la Historia. Los grandes crímenes, las mayores miserias, los peores genocidios vividos hasta el momento en el mundo han sido fruto de estas circunstancias.

En la actualidad, como he comentado, y al menos en el mundo desarrollado, hay dos focos internacionales de conflictos con rasgos de estudio muy similares, pero con un matiz diferenciador. Si en el caso de Ucrania y Rusia nos encontramos con una causa política, basada fundamentalmente en el imperialismo ruso, en el caso de Israel y Palestina nos encontramos con, ante todo, una cuestión de fes, la musulmana y la judía, luchando por el control de un territorio que ambos consideran Tierra Santa para sus confesiones.

El problema de trasfondo de una y otra causa podría radicar en que, en el primer caso, occidente se ha posicionado claramente ante la invasión de un Estado que ha respondido con la defensa de tu territorio, mientras que, en el segundo caso, nos encontramos con una respuesta a la agresión no tolerada por parte de occidente pero que, además, tiene otras connotaciones relacionadas con la fe musulmana y con la Yihad que ya estamos sufriendo.

A esto debemos unir, en esa falta de entendimiento producto de la interpretación política, interesada por cada una de las partes, del significado de las causas que han podido provocar esta guerra. Y el problema es que los medios de comunicación en este país, alineados en los bandos que se corresponden con las dos posiciones, interpretan al gusto de aquellos a quiénes les bailan el agua de su correspondiente ideología la responsabilidad de las partes, llegando, unos u otros, a justificar vilmente a los palestinos por la agresión o a los israelíes por esa contundente respuesta que, una vez más, siguen pagando civiles inocentes.

Seguimos sin entender que estamos, como seres humanos, condenados a convivir y que la base de una buena convivencia es el respeto a las normas que nos hemos dado, sin justificar a aquellos que se las salten, por muy en nuestra posición ideológica que pudieran estar, y que ese respeto a las normas incluye el respeto a las distintas posiciones que obliga al diálogo, el entendimiento, y al consenso teniendo en cuenta todas las posiciones, debatiendo, sin manipulación y con el fin de llegar a los mejores objetivos sociales, cualquier tema relevante o no que pudiera ser trascendental para la ciudadanía.

Seguimos sin comprender que, como seres humanos, la dignidad que nos une y que pretende reflejar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no va en el sentido de la imposición de posturas sino en el de protección de la vida, algo que no sería comprensible desde un posicionamiento extremista e intolerante con los demás pensamientos, y mucho menos impositivo.

Esta condena de la convivencia nunca se hace más visible cuando aquellos que nos dicen representar nos obligan a pensar como ellos sin entender que la vida, la evolución y el progreso son el resultado del contraste de posiciones, del enfrentamiento dialéctico, que no bélico ni visceral, sobre las diferentes ideas sustentadas en visiones de la realidad diferentes. Eso sí, siempre desde la perspectiva de la norma y con la visión de una construcción basada en principios de igualdad y de humanidad, esa que tanto se echa de menos entre quiénes nos gobiernan, sean del color que sean, y entre los que les siguen los hilos teniendo la responsabilidad de los medios de comunicación para ejercer ese poder mediador y transparente que forma parte de su función social. Mejor, no hablemos de aquellos políticos que hayan osado censurar a medios o a periodistas, atentando contra los principios fundamentales en los que se sostiene toda democracia.

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