El abismo tiene sexo de mujer

Ellas pueden ser rubias, morenas o pelirrojas. De estatura que pase del 1.70 o de menos de 1.60. De siempre han sido mi perdición porque, de no haber irrumpido en mi vida en diferentes momentos, la frustración, la depresión y la amargura serían los actores protagonistas de mi historia. Sus labios, cuando son carnosos, consiguen reactivar mi libido y si además su delantera es voluminosa, mi mente perversa no para de sondear hacer de todo junto a ellas. Sí, me encantan las mujeres y si disfruto de sus carnes y compañía… mucho más.

Sus pieles tersas, sus traseros contoneándose ante mí, la manera en la que suspiran sintiéndose empoderadas cuando juegan a ser las jinetes que controlan el caballo al que represento, todo en ellas consigue excitarme. Si a todo esto, su voz es tan ardiente como la cantidad de fuego que debe haber en el mismísimo infierno, el éxtasis sería el causante de que mi cuerpo quiera ser tocado por ellas, a la vez que disfrutan a mi lado. Las mujeres se vuelven peor que una droga cuanto más liberales acaban siendo. Algunos me tildarán de machista por cosificarlas, pero no se dan cuenta de que ellas también lo hacen conmigo. Envidia es lo que tienen aquellos detractores hombres porque no los desean y si las quejicas son de sexo femenino, todo ello se debe a que no se encuentran en mi punto de mira. ¡Infelices!

Siempre lo diré gritando a los cuatro vientos: me encanta ser una ONG para el colectivo femenino. Repartir “amor” del bueno sanamente y que ellas consigan corresponderme es lo más de lo más. La mayor de las guerras no se da con las armas, tampoco por medio de la violencia; la cama es el mejor cuadrilátero para ver quién de los dos se cansa más, quién de los dos suda más, quién de los dos está dispuesto a quedarse seco y, lo mejor de todo, no siempre tres son multitud ni la tercera debe ejercer como árbitra para comprobar quién de los dos gana por K.O. técnico. El trío, que es fantasía para muchas, puede convertirse en realidad y algo que muy pocos en su vida llegan a ejecutar.

No me gustan para nada las mujeres cándidas, solo las perversas que estén predispuestas a hacer diabluras conmigo. ¿Si son prohibidas? Mejor que mejor, porque las normas son para los mediocres al mismo tiempo que aquellos dispuestos a saltárselas son los osados ganadores que, a la larga, recibirán el trofeo de ser en quienes las mujeres piensan en cada acto carnal monótono que mantienen con sus maridos insípidos y aburridos. Cuantos menos tabúes existan en una fémina y cuanto más atrevida sea esta, mayores posibilidades de que Jonko Blanco acabe en su piltra. Al fin y al cabo, soy el mejor coach carnal que toda mujer quisiera disfrutar al menos una vez en la vida.

Como habéis podido comprobar en el día de hoy, no escribo un relato ni en presente ni en pasado. Esta reflexión es una oda a las mujeres para decirles cuánto las deseo y que, cuanto más pervertidas sean, mejor para mi cuerpo moreno. Lo excitante siempre irá asociado a romper moldes, salir de la zona de confort, cometer locuras de todo tipo en las que el orgasmo es el trofeo mayor. La vida de por sí ya es demasiado compleja como para hacerla más complicada nosotros mismos. Para terminar, tan solo me queda mandar un mensaje a ellas: Mujeres, me encantáis porque sois el abismo del placer por el que yo siempre estaré dispuesto a caer.

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