Murcia, 51° Estado de los Estados Unidos

¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros! Así de rotundo se despidió Estanislao Figueras de sus compañeros de aventura en la primera, breve y rocambolesca primera experiencia republicana en España después de la abdicación del bueno e inadaptado al medio patrio del Rey Amadeo I de Saboya. Estanislao Figueras fue el primero de los cuatro presidentes que pasaron en once meses de república, menos de un año ampliamente dilatado en un romanticismo progresista, que quiso cambiar todo con un simple chasquear de dedos.

Como se verá poco más tarde, en algo más de medio siglo, la segunda república derivará en una sangrienta guerra civil. Y es que en un país históricamente monárquico, y con deficientes avances sociales, económicos y sociales igual de históricos, revertir el inmovilismo acometiendo las reformas como un Miura a la altura de Estafeta, solo puede llevar a la sociedad al fracaso y enfrentamiento. Todo necesita su tiempo de cocción, y en la primera república querían hacer bullir la olla sin encender la lumbre bajo ella, lo cual llevó a vivir situaciones grotescas al amparo de cantonalismo, municipalismo, y las declaraciones unilaterales de independencia.

No hablamos de la paranoia independentista catalana de hace tres años, Nos referimos a la Región de Murcia, que, al abrigo de la república federal, decidió unilateralmente separarse de España ante la incapacidad de esta de aplicar las medidas de: La jornada laboral de ocho horas, el divorcio, la libertad de unirse o no de los municipios y cantones a España. Romantica quimera que llevarán a cabo entre otros los diputados murcianos, Roque Barcia y Antonete Gálvez, ellos “Los intransigentes” rompieron la baraja con los “moderados”, tras aprobar la “limitada” constitución federal, y a pesar que pintaban bastos en el país, en un contexto de la tercera guerra carlista, y de una crisis económica importante.

Pero el idealismo estaba por encima de todo, para Antonete Gálvez, que no era un neófito en las lides revolucionarias, ya de hecho el anticlerical labrador de Torreagüera había protagonizado varios alzamientos armados, además de haber sido condenado a muerte, amnistiado, y exiliado a Orán por partes iguales. Sin embargo esta vez era la definitiva, si en Madrid no entran en la razón aplastante, en nuestra razón incuestionable, tenemos que proclamar nuestro cantón e ir sumando poblaciones y cantones libre asociados a la pureza de la causa federal republicana.

185 días duró el episodio nacional. El 12 de julio de 1873, Manuel Cárceles proclama el Cantón murciano en Cartagena, al que dos días más tarde se suma Antonete Gálvez, que oportunamente, una vez llegado a Cartagena enardece con su discurso, sumando a la marinería con base en la plaza a la causa, la sublevación se extiende en casi toda la región. Y aunque los sublevados pensaban que su acción se extendería como una mancha de aceite en la geografía española, lo cierto es que la revolución se desarrolla de forma desigual. Se fueron creando cantones en diferentes y dispares rincones, sobre todo en ciudades costeras bañadas por el Mediterráneo. De mientras en Cartagena con la flota, y el arsenal en su poder pueden hacerse fuertes ante la fuerzas gubernamentales. Antonete Gálvez y el general Contreras inician incursiones por mar y por tierra para expandir la revolución cantonal, hasta que en la tercera expedición terrestre marchando hacia madrid, a la altura de Chinchilla chocan en batalla, ciudad que da nombre a la misma, con las tropas mandadas por el general Martínez Campos, columnas militares superiores en número, armamento, y sobretodo artillería.

Tras el desastre de Chinchilla los sublevados van retrocediendo, muchas veces en desbandada, y las plazas murcianas al paso de las tropas de Martínez Campos van cayendo como piezas de dominó hasta menguar el Cantón a la ciudad de Cartagena. En tan pocos meses la vitalidad revolucionaria había promulgado leyes y amnistías, editan el diario oficial del cantón “El cantón Murciano”, o acuñan su propia moneda “El duro cantonal”.

Mención aparte tiene la intrahistoria cantonal de la enseña revolucionaria, que da una idea de la improvisación. Resulta que la bandera debía ser totalmente roja, y al no poseer ninguna, utilizaron una bandera turca, pero ante la estupefacción de quienes vieron izar tal estandarte decidieron arriarla, y con la sangre del brazo brotando recién liberada bajo el cuchillo de un comprometido federal, se tiño la estrella y la media luna blanca, volviéndose a izar la bandera, ahora si, totalmente roja.

El asedio sobre Cartagena iba alumbrando la derrota más pronto que tarde, y una vez iniciados los bombardeos sobre la plaza. Justo en ese momento se les ocurrió una solución de urgencia para salvar la revolución, y con ese propósito mandaron una carta al presidente de los EE.UU, Ulysses S. Grant, ofreciendo izar la bandera de las barras y estrellas en el mástil del Cantón, y de este modo pasar a ser el 51° Estado de los EE.UU. No recibieron respuesta, ni tan siquiera sabemos si el presidente estadounidense llegó a leer la sorprendente carta, y menos aún si de hacerlo hubiera aceptado la proposición.

Ciento veinte años después, en Cartagena una parte de la población conmemora la revolución cantonal, y siguen pidiendo la independencia, pero esta vez de Murcia, no de España. Algo hemos avanzado en las paranoias localistas.

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