Menos prohibir y más educar

Hace unas horas en el Congreso de los Diputados se ha aprobado una iniciativa de Unidas Podemos por la que se insta al Gobierno a adoptar medidas para prevenir la propagación de mensajes de odio en las redes sociales. También hace unas horas, en ese mismo hemiciclo, se ha rechazado una iniciativa de Vox que instaba al Gobierno a prohibir los actos que entrañen un enaltecimiento del terrorismo y/o justificación de los delitos terroristas y sus autores.

¡Terrible! Dirán unos. ¡Necesario! Dirán otros, pero si miremos un poco más allá de lo inmediato, de todo esto lo importante no es el resultado de las votaciones, sino la estrategia con la que se quiere acabar con los discursos que no nos gustan. Todos, absolutamente todos, desde la izquierda ultrarroja a la ultravioleta derecha, quieren acabar con lo que no les gusta prohibiéndolo.

Qué lejos quedan aquellos tiempos del mayo del ’68 cuando se coreaba aquello del “prohibido prohibir” o aquella aún más talludita “Liberté” que acompañaba a la Égalité y a la Fraternité en la Revolución Francesa. El problema de limitar la libertad de expresión es que con relativa facilidad se volverá contra nosotros. Lo que me gusta escuchar a mí es posible que no le guste a mi vecino y viceversa. Prohibiendo una cosa damos pie a que se pueda prohibir la otra y al finalmente no tendremos más que palabras huecas y discurso teledirigido.

No seré yo el que considere que esté justificado el insulto o el enaltecimiento de asesinos, pero creo que los partidos presentes en la Carrera de San Jerónimo deberían esforzarse un poco en hallar soluciones efectivas que no nos enfrenten. La respuesta no está en la prohibición sino en la educación. Un ciudadano formado consigue tener un espíritu crítico. El que tiene un espíritu crítico no se deja llevar por la primera proclama que le dice su partido de cabecera y es capaz de distinguir cuándo le están tratando de manipular.

La educación y con ella la capacidad de separar la paja del grano acabaría con las noticias falsas y condenaría al ostracismo a aquellos medios que se dedican a airearlas. La vieja ley de la oferta y la demanda en manos de una ciudadanía crítica haría que subieran enteros las informaciones objetivas y quienes presentan los datos de un modo claro y sin doblez. Así mismo harían quebrar a aquellos que pretenden darnos gato por liebre.

Pero la educación sólo entra en el arco parlamentario para ser arrojada a la cara del adversario. Los unos por la pública, los otros por la concertada y al final la gente se queda desnuda ante la amenaza del engaño, de las medias verdades y de la manipulación. Todos defienden a la educación pero nadie hace nada para fortalecerla.

Lo terrible es que posiblemente ese sea el plan. No educar y comenzar a prohibir. Limitar nuestra capacidad crítica y hacernos creer que ellos saben lo que es bueno o malo que leamos, a dónde debemos o no debemos ir a manifestarnos, a quién o no tenemos que ensalzar. Rebelémonos contra ese plan perverso. Libertad, educación y más libertad.

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