El problema catalán

Podríamos asegurar, sin riesgo a equivocarnos, que la II República fue uno de los escenarios más interesantes de la política moderna española.  Solo hay que recurrir al diario de sesiones del Congreso para poder darnos cuenta de la política de alto nivel que se hacía, así como el alto nivel de muchos de aquellos políticos.

Sin ánimo de ser exhaustivo, me permitirán que rescate un pequeño fragmento de un cara a cara entre don Manuel Azaña y don José Ortega y Gasset.

JOG. El problema catalán es un caso corriente de lo que se llama nacionalismo particularista. ¿Qué es el nacionalismo particularista? Es un sentimiento vago, de intensidad variable, que se apodera de un pueblo y le hace desear ardientemente vivir aparte de los demás pueblos. Sienten, por una misteriosa y fatal predisposición, el afán de quedar fuera, exentos, intactos de toda fusión, reclusos y absortos de sí mismos. Es algo de lo que nadie es responsable, es el carácter mismo de ese pueblo, es su terrible destino, que arrastra angustioso a lo largo de su historia.

MA. Encuentro esa definición un poco excesiva y exagerada. Los hombres de talento exageran aunque no se lo propongan. A mi se me representa una fisonomía moral del pueblo catalán un poco diferente de este concepto trágico de su destino. Porque este acérrimo apego que tienen los catalanes a lo que fueron y siguen siendo, esta propensión a lo sentimental, ese amor a su tierra natal en la forma concreta que la naturaleza les ha dado, esa persecución del bienestar me dan a mi una fisonomía catalana pletórica de vida, de satisfacción de sí misma, de deseos de porvenir, de un concepto sensual de la existencia poco compatible con el destino trágico que se entrevé en la concepción fundamental del señor Ortega y Gasset.

No tardó don Manuel Azaña en darse cuenta de que la exposición de don José Ortega y Gasset era mucho más ajustada a la realidad que aquella visión optimista del propio Azaña, a quien le fue imposible defender por mucho más tiempo el “seny català”.

La proclamación del Estado Catalán en 1934 por parte de Lluis Companys o la obsesión de los políticos independentistas por firmar la paz con Francisco Franco  durante la Guerra Civil y a espaldas de la II República, hizo que aquel sentimiento de empatía por el catalanismo desapareciera para dar paso a la decepción y a la resignación.

“Ustedes desde la Generalidad no han proclamado una revolución nacionalista o separatista. Querían hacerla pasar a favor del río revuelto. Un programa del 6 de octubre, ampliado. Ya que entonces no pudieron ustedes contar con el levantamiento de los sindicatos que no les importa nada el Estatuto, han aprovechado el levantamiento de julio y la confusión posterior para crecer impunemente, gracias a la debilidad en que la rebelión militar dejaba al Estado (…) ha vivido no solamente en desobediencia, sino en franca rebelión e insubordinación, y si no ha tomado las armas para hacerle la guerra, será o porque no las tiene o por falta de decisión o por ambas cosas, pero no por falta de ganas, porque la intención está conocida”.

El nacionalismo catalán es insaciable porque necesita ese victimismo en que vive instalado para seguir medrando y haciendo más densa cada vez su red clientelar asegurándose de esta forma perpetuarse en el poder. Y aprovecha como ave de rapiña, cualquier síntoma de debilidad del Estado para avalanzarse sobre él cobardemente.

El problema catalán de hoy, llegó de la mano de José Luís Rodríguez Zapatero cuando como recordarán, aseguró eso de “aprobaré lo que llegará de Cataluña”. Y el parlamento catalán parió un nuevo Estatuto inconstitucional. Esta situación desembocó en un golpe de estado y en una inestabilidad política regional y nacional sin precedentes.

El Presidente Zapatero cometió el mismo error que don Manuel Azaña defendiendo el Estatuto de Nuria. Pero a diferencia de Azaña, tanto José Luis Rodríguez Zapatero como el actual Presidente Pedro Sánchez, siguen alimentando a la fiera que aspira a devorar la mano que lo alimenta.

Desengañado Azaña por el fanatismo del nacionalismo catalán, terminó por bajar los brazos y rendirse a la desesperanza.

“Asaltaron la frontera, las aduanas, el Banco de España, Montjuic, los cuarteles, el parque, la Telefónica, Campsa, el puerto, las minas de potasa… ¡Para qué enumerar! Crearon la Consejería de Defensa, se pusieron a dirigir su guerra, que fue un modo de impedirla, quisieron conquistar Aragón, decretaron la insensata expedición a Baleares, para conseguir la gran Cataluña…”

“Las extralimitaciones y abusos de la Generalidad y la mayor parte de los decretos publicados por sus Gobiernos son de tal índole que no cabe ni el federalismo más amplio. ¿Qué significan? Añada usted el tono general de los periódicos catalanistas, de los discursos y arengas oficiales, su ambigüedad, cuando no su descaro. Delegaciones de la Generalidad en el extranjero. Eje Bilbao-Barcelona…”.

Incluso el propio Negrín, hastiado del separatismo catalán, llegó a afirmar: “Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere, pero estos hombres son inaguantables. Acabarán por dar la razón a Franco”

Los intentos de los diferentes gobiernos socialistas y populares por contentar al nacionalismo catalán a base de prebendas a cargo del resto de España  no han dado sus frutos sino todo lo contrario.

El Congreso de los Diputados ha asumido lo peor de la política catalana: aprobación de leyes inconstitucionales, utilización del reglamento de la Cámara en beneficio del partido que gobierna y sus socios, pactos partidistas contra natura…. Los políticos catalanes viven en una guerra declarada al resto de España desde hace siglos y como afirmaba Sun Tzu “no hay instancia de una nación que se beneficie de una guerra prolongada”

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