La esencialidad de la batalla cultural

La izquierda, en un par de décadas, ha hecho sus deberes. Con creces. Ha cambiado el lenguaje, ha pervertido la Historia, ha absorbido el sistema educativo para manipular generaciones enteras, ha dividido a la sociedad por condiciones insignificantes para la vida pública, ha monopolizado los grandes medios de comunicación e, incluso, ha logrado hacer sucumbir a las grandes instituciones supranacionales e internacionales, así como las principales corporaciones multinacionales a lo largo y ancho del globo. Y lo ha hecho casi con absoluta impunidad. Es más, lo ha hecho con la complicidad de la mayoría de las fuerzas políticas que tienen sus raíces en la tradición anticomunista europea y estadounidense.

Los inoperantes colaboracionistas abandonando los valores de la cultura judeocristiana que ha hecho de occidente la tierra de progreso que ha llegado hasta nuestros días, han traicionado a todos aquellos que creemos que la Familia, la Tradición y la Libertad son, precisamente, los pilares fundamentales de las Naciones y, por ende, los ingredientes indispensables para garantizar un crecimiento y un progreso en positivo. Estas tres instituciones son, precisamente, la última barrera frente al totalitarismo y la búsqueda incesante de la alienación social en busca de un modelo único de sociedad: el globalismo. El gran enemigo del individuo. El gran enemigo de la Familia. El gran enemigo de la Nación.

Desde la ONU, desde la Unión Europea, desde la mayoría de los gobiernos occidentales, desde ONG, desde ingentes cantidades de televisiones, emisoras de radio, páginas de internet y una eterna caterva de falsos benefactores de los más desfavorecidos, los ideólogos del globalismo han tejido una red que se abarca desde las grandes actuaciones políticas o macroeconómicas hasta la hasta ahora paz de nuestros hogares. Se han inventado innumerables falacias con tal de que el trabajador de a pie -cuya aspiración principal es tener una vida digna, libre y llevar el pan a casa- se sienta culpable por problemas en los que él no ha colaborado de ninguna de las maneras. La imposición cultural del globalismo ha provocado que ese trabajador se sienta culpable del hambre en África -donde él no ha tenido nada que ver- pero que nadie le defienda cuando es despedido de su trabajo por la subida del coste del combustible, por el expolio fiscal estatal o por la gestión de la crisis del virus chino.

La imposición cultural del globalismo ha provocado que ese trabajador pierda poder adquisitivo de una nómina que no crece porque su gobierno decida que hay que subir los impuestos para la lucha contra un supuesto cambio climático que amenaza con acabar con la especie humana. Tú, que llevas a tus hijos al colegio en coche antes de irte a trabajar. Tú, que te das el lujo de trabajar en una fábrica o de llevar durante horas un camión por carretera. Tú eres el culpable de los tornados en el centro de Estados Unidos, de los huracanes en el Caribe y de las inundaciones en China. Y tú, debes pasar por caja a redimirte de sus pecados. Paga cada vez más impuestos para solucionar problemas que son intrínsecos de la naturaleza y de los que, obviamente, no tienes nada que ver.

La imposición cultural del globalismo ha provocado que ese trabajador se sienta culpable de la supuesta opresión a las mujeres occidentales pero que, a su vez, sea señalado públicamente si denuncia que es en la mayoría de países de África u Oriente Medio donde las mujeres tienen pocos derechos más que un perro. El enfrentamiento social por sexo es un arma más del enemigo al que nos enfrentamos. Y su patrocinio también corre a cuenta de los impuestos de la familia que lucha por levantar la persiana de su negocio día tras día.

¿Hay vacuna para esta infame enfermedad que amenaza con corroer los cimientos de lo que hemos sido y que busca retorcer lo que somos y condenarnos a lo que ellos quieren que seamos? Sí. La vacuna es la Libertad. Pero no habrá remedio posible si no secundamos la batalla cultural que muchos valientes están dando ya desde algunos partidos políticos o desde unos pocos medios de comunicación incansablemente asediados por las huestes globalistas sedientas de venganza por motivos que ellos mismos desconocen. Es obligatorio plantarse ante la avalancha de nuevos dogmas que buscan machacar al individuo para que no pueda convertirse en nada más que en un autómata esclavo de la producción. Ya lo dice el Foro de Davos: no compres una vivienda -vive de alquiler-; no tengas coche -compra una bicicleta-; no tengas hijos -adopta un perrito-; no tengas nada y serás feliz.

La destrucción del individuo, de la Familia y de la Nación como paso previo a una suerte de soberanía mundial de las grandes corporaciones y gobiernos multinacionales. Porque si para ellos es bueno que tu no tengas nada prometiéndote una felicidad que no llegará, tampoco debes tener Nación que implique la existencia de poder de decisión de los ciudadanos sobre su modo de vida. Renuncia a tu Familia, renuncia a tu cultura, renuncia a tu Historia, renuncia a tus tradiciones, renuncia a tu Patria, renuncia a tus derechos y a tu Libertad. Y serás feliz.

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