Tambores de guerra

Suenan tambores de guerra en la Moncloa. La izquierda haciendo lo que mejor sabe hacer: fagocitarse entre luchas internas en continua rememoración de las pugnas entre bolcheviques y mencheviques. Pedro Sánchez ha catado la sangre de su enemigo natural, Podemos, y no piensa soltar a la presa hasta su más absoluto sometimiento. Yolanda Díaz toca las últimas notas antes de su hundimiento frente a una jauría de sindicalistas a sueldo que saben que se avecinan tiempos muy oscuros para ellos. No les quedará más remedio que buscar un empleo. “¡Buf! Y habrá que madrugar y todo…” Pablo Iglesias soltó las llaves en mitad de la jaula de los leones -y leonas- y se marchó sin mirar atrás camino de un horizonte donde ya solo se pone el Sol. Se marchó como vino: con su flauta y su perro. “Con su música a otra parte”.  

Batet desde su atalaya vislumbra el decaimiento del “gobierno más social de la Historia”. Desde su posición apenas puede diferenciar una polvorienta muchedumbre que entre gritos vacíos y jirones de tela se abalanza de un lado a otro. Es como una riña de gatos -y gatas-. Parece no enterarse de que la polvareda de la vergüenza ya le ha alcanzado a ella. El busto de Rubalcaba prefiere no mirar. Rufián y los bilduetarras -no es el título de un cómic- asisten estupefactos a la dantesca escena. “nos van a joder el negocio”. Ferreras lanza el pactómetro por la ventana. “¡Es el fin! ¿Dónde está Soraya?” Son tiempos difíciles para la superioridad moral. Suenan tambores de guerra en la Moncloa.

En la calle, el PSOE lanza a sus feministas “de las de antes” a por Ireno Montera en un aquelarre sin precedentes. Buscan venganza contra la menestra. Al partido ya no le queda ni el significado de la “O”. Los camioneros preparan sus bocinas. “A la huelga”. El Gobierno terminará por pagar el peaje de jugar con fuego. Sánchez sigue sin despeinarse. La altura de vuelo en la que permanentemente se emplaza le impide ver la cara de sus enemigos y mucho menos la de sus administrados. Nada es culpa suya. “Seamos resilientes”, se repite una y otra vez. Señala con su perfecto dedo índice a su secretaria mientras aclara su entrenada voz. “Llama a Iván, él sabrá que hacer”. Solo responde Casado. “Por favor, Pedro, baja. Negociemos. Podemos solucionarlo. ¡Aún nos queda Andalucía!”.

En Génova se palpa el miedo. Encierran en una sala atiborrada de cafés a sus grandes mentes. “Teo ha ordenado que preparemos el programa socialdemócrata”. Carreras por los pasillos y pelos arrancados. “¿Qué haría Mariano si estuviese aquí?”  Ayuso sonríe. Toni Cantó vuelve a sopesar el dejar la política mientras cuenta billetes. Siempre hay dos caras de la misma moneda. Cada gaviota vuela por su cuenta. Los naranjas lloran en un rincón. Se abrazan unos a otros en busca de consuelo. “¿A ti te han llamado para ofrecerte algo en Ferraz? ¿Y en Génova?”. Nada queda ya para los traidores. Abascal se descojona. “Están locos estos romanos”.

La voz artificiosamente acallada de los ninguneados parece ser la única que se escucha nítidamente. “Agenda España”. Las redacciones de los periódicos se echan a temblar. Hacen números. “Nada, no salen”. Buscan en sus agendas telefónicas a pijos izquierdistas que trabajen gratis. “No money, no party”. Al fin y al cabo, solo era un negocio. Suenan tambores de guerra en la Moncloa.

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