Alberto Führer Feijóo

Por primera vez, el viernes pasado estaba terminando de escribir con tiempo de sobra el artículo que se publicaría hoy en Minuto Crucial. Estaba tranquila y relajada sabiendo que había hecho mi trabajo y que, para variar, no lo entregaría sobre la bocina. Ya me imaginaba un fin de semana sosegado, pero no. Mi querido Alberto Núñez Feijóo, que llevaba un tiempo bastante calladito, tuvo que venir a hacer de las suyas y trastocar todos mis planes. El caso es que pretendía, en un futuro no muy lejano, escribir sobre él y sus fechorías así que, aunque en alguna ocasión me distraiga y me salga del guion en este artículo, intentaré centrarme en lo que nos atañe.

Resulta que hace unos días nuestro Führer, en uno de sus alardes de megalomanía, tomó la decisión de imponer la versión más moderna de su particular brazalete con la Estrella de David bordada, el certificado Covid. Ese documento que segrega a la población en buenos y malos, y en sanos y enfermos que, si sirviera, por ejemplo, para discriminar a pacientes de VIH de otros no contagiados, sería inmediatamente repudiado por el mundo entero. Don Alberto que, a pesar de pertenecer al Partido Popular, en el fondo (o no tan fondo) es un socialista infiltrado y al igual que lo fue Benito Mussolini, es un totalitario de libro. Alberto se jacta de ser socialdemócrata, como si decirlo no fuese más que unir dos palabras que suenan muy bonitas por separado pero que juntas no significan absolutamente nada, y no deja de dar lecciones de moralidad a todo el que pilla por delante, sea o no de su partido.

El affaire de Feijóo con el Covid empezó hace 16 meses, cuando no le preocupó en absoluto la salud de la población para celebrar las elecciones gallegas, con un virus aún desconocido y a sabiendas de que las encuestas le daban ganador por goleada. Probablemente, si las elecciones se celebraran mañana, el resultado sería muy distinto, quién sabe. Tampoco le importó impedir la libertad de voto a los que por aquél entonces se encontraban confinados. Todo muy social y muy democrático. Más tarde empezó su lucha personal contra el virus y la población. Si la pandemia no mataba lo suficiente, ya estaba él para acabar con la economía de las familias gallegas. Según soplaba el viento, imponía restricciones basándose en datos que solamente él daba importancia, entrando en guerra con Madrid y comparándose con la capital sin tener en cuenta datos “nada” importantes como la densidad de población, la movilidad de los ciudadanos o las infraestructuras.

Parecía que nuestro protagonista nunca estaba contento, pero apareció la tan esperada vacuna y pudo hacer lo que más le gusta, metérsela hasta el fondo a los gallegos. Cuando se enteró de que podía metérsela dos veces, explotó de alegría. Su propósito era llegar al 100% de inoculados y poco le importaba que se siguieran contagiando exactamente igual aquellos que ya contaban con la pauta completa. Él había oído que llegar al 100% era lo más de lo más y como buen narcisista, tenía que llegar al 100%. A pesar de ser de las regiones con mayor número de inoculados, intentó exigir el Pasaporte Covid en pleno verano, pero los jueces se lo tumbaron y como no podía quedarse tranquilo, porque a él no hay quien le lleve la contraria, lo recurrió. Consiguió que el Supremo le diera la razón, pero finalmente no lo impuso. El por qué todavía no lo sé.

Ahora Alberto ha vuelto a las andadas. Le han dicho que los contagios están aumentando y los medios de comunicación, por supuesto, lo corroboran con porcentajes, intentando alarmar a la población. Porque si los números que manejas son ridículos, pásalos a porcentajes y sonará escalofriante. Así cuando pasas de 50 ingresados en toda la región a 100 con PCR positiva, independientemente de la razón por la que se esté ingresado, quedará más dramático decir que ha habido un aumento del 100%. Esto es de primero de propaganda y un buen dictador lo sabe. Y es que, esta medida impuesta de la noche a la mañana, no obedece ni a cifras reales ni a datos científicos, simplemente es una medida de discriminación social que se aplica para que aquellos que no tenían miedo al Covid, teman a la exclusión social y puedan tenerlos controlados. El Cacique Feijóo lo exige en los espacios que él considera y a las horas a las que le sale del higo, y los ciudadanos, que muy listos no parecen, se creen eso de que en su trabajo es imposible contagiarse, pero cenando con amigos ya es otro cantar. Un pasaporte que lo único que certifica es que al portador le han inyectado, váyase usted a saber qué, en un gimnasio municipal, pero que, a pesar de que 3 de cada 4 hospitalizados están inoculados, te dicen que lo exigen por tu seguridad.

Este pseudo certificado no es más que una copia barata del pasaporte sanitario que ya impusieron los nazis para poder entrar en edificios públicos. Sólo sirve para señalar a ese 5% de la población gallega que no hemos querido inyectarnos una vacuna en fase de prueba y que pisotea los derechos y libertades de los ciudadanos que la Constitución recoge. Al Führer no le importa que el gobierno vasco, por poner un ejemplo, diga que el pasaporte Covid sólo es una medida de control cívico y que nada tiene que ver con la salud, al Führer sólo le importan las cosas del Führer.

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