¿El tiempo piensa, luego existe?

Está claro que la celebración de fin de año cada individuo la vive a su manera. Muchos se ponen sus mejores galas para despedir ese periodo de tiempo con elegancia, otros lo hacen desde la comodidad de sus casas y recuerdo que en mis tiempos adolescentes se llevaba lo de ir a un almacén y disfrutar con los amigos de una noche loca. El alcohol es el principal protagonista de la velada, confeti, fuegos artificiales, una cena copiosa y las esperadas uvas de medianoche; al menos en la tradición Española.

Ahora bien, en cada cultura se festeja de una manera diferente o incluso en una fecha distinta. En China se celebrará el día 1 de febrero del 2022; entrando en el año del tigre. Su tradición milenaria les lleva a hacerlo contando con la segunda luna nueva después del solsticio de invierno y se prolonga durante quince días. En la India tampoco se celebra debido a las diferentes etnias y lo hacen a través de un festejo llamado Diwali. En Sri Lanka se traslada hasta el 13 o 14 de abril. Corea del sur, al igual que China, lo realiza mediante el calendario lunar. Israel, entre septiembre y octubre coincidiendo cuando «Dios creó al mundo» y Arabia Saudita lo tiene terminantemente prohibido.

Ya sabéis que debido a los husos horarios, cada país lo celebra por «turnos». El primero en recibir al 2022 será una Isla llamada Navidad, en la República de Kiribati al noroeste de Australia. Le seguirán; las islas Chatham de Nueva Zelanda, Fiyi y Tonga, Rusia y la Isla Norfolk. En el mismo momento en el que ellos estén comenzando un año distinto, nosotros apenas estaremos en las 11 de la mañana del 31. En contrapunto, los últimos países en comenzar esta celebración serán; las Islas Baker y Howland de EEUU, Tahití, Islas Pitcairn y las Islas Revillagigedo en México.

¿Costumbres? Diferentes en todos los rincones del mundo y a cual más variopinta. En Dinamarca rompen platos en las casas de sus conocidos y también saltan encima de una silla acompañados de las 12 campanadas. En Italia, se comen lentejas. Colgar una cebolla o romper una granada (fruta) en Grecia. Bañarse en aguas heladas en Rusia y países del norte, además de quemar un papel con los deseos para el año nuevo y las cenizas arrojarlas en una copa de champán para después beberse el mejunje. Pasear maletas en Colombia, pero deben estar llenas, ojo; al Universo no le gustan los trucos. Fundir una herradura en Finlandia, a la que acto seguido arrojan en agua fría para descubrir forma que adquiere, ya que piensan que predice el futuro. En Japón se dan 108 campanadas en lugar de las tradicionales 12, conocidas como «Joya no kane» y su pretensión es acabar con cada uno de los pecados que habitan la mente humana.

En la India se encienden bonitas lamparas de aceite para simbolizar el triunfo del bien sobre el mal. En EEUU es tradicional un buen beso o de lo contrario te convertirás en un deshojador de margaritas nivel experto, al menos durante 365 días, y cuyo origen proviene de la fiesta romana de Saturnalia. En Escocia las calles se colman de antorchas, barriles en llamas y demás derivados ígneos para ahuyentar los malos espíritus y reclamar abundancia. En Irlanda los hogares se llenan de muérdago; las muchachas ponen ramitas debajo de sus almohadas esperando encontrar al amor de su vida y los muchachos golpean puertas con una barra de pan para atraer así la prosperidad.

Si lo miramos desde el lado puramente científico diríamos algo tipo: «¿Y este lío formamos por terminar una rotación alrededor del sol?». Sin embargo, yo considero que nos gusta, que en el fondo hasta los más acérrimos declarados no creyentes necesitan esa «vidilla» energética invisible que otorga buscar el bien, la suerte o tan simple como tener la excusa de compartir una cogorza monumental con los colegas. También esa noche, para algunos, es la traducción de un; «venga, que todo vale» y yo discrepo con ello. Si me preguntáis mi opinión; pienso que hay magia en cada minúscula partícula del universo, que el rio suena por que agua lleva y que la culminación de nuestros ciclos es fundamental. ¿Sabéis porqué? Pues porque aunque sea por unas cuantas horas la señora nostalgia nos une en vez de separarnos, rompiendo así la eterna costumbre impuesta sin razón aparente. La alegría nos invade, las tradiciones nos unen y si ponéis atención en todas hay un denominador común; invocar al amor, a la felicidad, vencer a las tinieblas y ahuyentar el mal.

No sé si el tiempo existe o no, si lograremos algo con tanta tradición y si a veces obviar la falsedad es bueno o malo. Pero lo que sí sé es que tenemos un final y nunca sabemos la fecha exacta de cuando ocurrirá. Así que yo, por si acaso, disfrutaré de estos lapsos melancólicos que me brinda la vida de forma desinteresada y, continuando con mi fidelidad a las pequeñas tradiciones; prepararé mi lencería roja, sacaré todas las risas que pueda (aun en la distancia) y tomaré mis doce uvas. Acto seguido, cantaré el «Auld Lang Syne» recordando a mi querida Inglaterra, sin olvidar jamás que estuve en Oz y que mi hogar siempre estará allá donde esté mi corazón.

Feliz año nuevo a todos, que en este 2022 se cumplan vuestros deseos, pero sin olvidar estar agradecidos por los aprendizajes pasados, ya que sin ellos jamás avanzaríamos.

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2 Comments

  1. Me ha gustado mucho leerte. Artículo de opinión súper interesante con mucha gotita cultural y buena aportación personal.
    ¡Gracias!

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