Entre juramentos y banderas

Si existe un acto reconocible por todo el mundo, y no solo en el ámbito castrense, es la Jura de la Bandera Española. Por mucho que transcurran los años y gobiernos, el juramento de la insignia es un momento recordado por todo aquel que lo ha realizado, de hecho, desde la instauración de la forma civil, son numerosas las personas que desean recuperar el compromiso que adquirieron en su día. Más allá del eterno debate a favor o en contra de la mili, la profesionalización de las Fuerzas Armadas favoreció al estamento militar. Contar con unas tropas modernas en las que cada miembro es consciente del puesto que ocupa y conoce perfectamente cuál es su labor, es sinónimo de buenos resultados, le pese a quien le pese.

Ayer domingo se celebró en Valencia, al igual que en otras ciudades de la geografía, la Jura de Bandera Civil en la que participaron más de 1600 españoles que, bajo un sol de justicia, deseaban formalizar su compromiso con la nación. Tal y como anunció por megafonía el mando que llevaba a cabo las funciones de speaker, poco más de 800 hombres y casi 800 mujeres desfilaron por delante de la Enseña Nacional a la vista de autoridades y familiares que inmortalizaban el momento a golpe de teléfono móvil.

Es de suponer que la ministra de Igualdad estará contenta de ver la paridad existente incluso no habiendo ninguna ley que obligue a ello. Si bien es cierto que ceremonias de este estilo no son del agrado de la señora Montero, tanto ella como el resto de las autoridades que no comulgan con el ejército, deberían de mostrar un mínimo de educación y acudir allí donde son invitadas, porque al final, lo cortés no quita lo valiente.

Pero volviendo al acto en sí, nadie puede negar que se trata de un momento lleno de respeto y solemnidad, marcado por la marcialidad de los militares, poniendo firmes incluso al público presente, que no dejaba de aplaudir cada paso de los distintos regimientos que desfilaban por el paseo habilitado y que tuvo su momento culminante, con permiso del juramento propiamente, en el Homenaje a los Caídos con “La Muerte no es el final” coreada por los allí presentes.

Cabe recordar, sobre todo para aquellos que se enorgullecen de liberalismo y progresismo, que estos soldados son los que van a la otra parte del mundo a defender a unos seres humanos que desconocen el significado de las palabras libertad o igualdad. Aquellos que se enfrentan a piratas del siglo XXI con el fin de que el resto de los ciudadanos podamos tener algo tan básico como pescado encima de la mesa. O quienes, durante la pandemia, desinfectaban las paredes de cualquier municipio, sin tener en cuenta si el vecino que miraba de reojo era votante de izquierdas o de derechas.

Y es que todo lo relativo al ejército gusta, o al menos, llama la atención. En un estamento, por un lado, tan cerrado y desconocido (a pesar de que Rufián y compañía deseen sacar a la luz eso que llaman secretos de Estado) y por el otro, tan cercano. Quién no tiene algún amigo, familiar o conocido cuyo uniforme de trabajo se encuentra adornado de galones y distintivos y por defecto profesional se dirige a la gente tratándola de usted, un término que, si fuera por algunos, estaría desechado del diccionario de la Real Academia Española.

Lo que está claro es que los civiles que juran la bandera rojigualda no van a personarse mañana en la frontera de Ucrania o sustituir el bolso por un fusil, pero sí tienen claro que hay otras maneras de defender el país y se comprometen, tal y como reza el juramento a “… guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, con lealtad al Rey…”

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