Musulmanes por el mundo

Hemos desarrollado un mundo construido en gran medida en torno a lo que consideramos como derechos fundamentales inscritos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Llama la atención de lo Universal, no ya tanto por el hecho de que también queramos ratificar tales derechos más allá de nuestro planeta, supongo que esto ya iría incluyendo a los astronautas, y, sin embargo, aún son demasiados los países que no han reconocido esa Declaración y no sólo no aplica sus fundamentos en sus estados, sino que ni siquiera sus leyes tienen ese sustento.

Principalmente se trata de países musulmanes, aunque también hay de otras confesiones. Por ejemplo, nos encontramos con que el mismísimo Estado del Vaticano tampoco ha reconocido tal documento. La relación es obvia. Hablamos de un tratado que bien podría considerarse una doctrina social basado en el propio hombre y no en Dios. Claro, es que si hablamos de cualquier visión deontológica del mundo estaríamos hablando de la voluntad de Dios y no de los hombres sobre sí mismos.

Y esto, curioso, a pesar de que, al menos las doctrinas judeocristianas habla de que Dios creó al hombre libre. El libre albedrío del ser humano convertiría a los propios representantes de Dios en la Tierra en simples transmisores de la voluntad de Dios, pero en nadie con la autoridad de exigir al resto de los hombres que sigan las creencias del mismo. Esto, a no ser que realmente esos representantes de Dios en nuestro planeta se otorguen ese papel o aseguren que el mismo Dios se lo ha cedido. Mejor no mirar en el espejo de la Historia porque las sorpresas no serían nada agradables.

Y todo lo dicho viene a colación del atentado de Algeciras en días pasados, a la reacción del mundo musulmán a la quema de su libro sagrado por parte de un político de Dinamarca o a los mismísimos atentados de EE.UU del 11-S o los de Madrid del 15-M. Mirar y profundizar en las distintas creencias, a veces, nos da respuestas que, en ocasiones no son las que esperaríamos.

Decía que la mayoría de los países que no aceptaron la Declaración Universal de Derechos Humanos son estados musulmanes, precisamente aquellos en los que ha habido una mayor reacción a la quema del político danés. La blasfemia cometida por éste no sólo no tenía defensa del derecho de libertad de expresión en dichos países sino que trascendía a la universalidad del pecado contra lo sagrado en una confesión que ni tiene una única lectura ni necesita cismas porque cada lugar, cada Imán puede hacer una lectura del mismo libro sagrado, si es cierto que la costumbre y la tradición marcan un camino común que forma parte de la esencia de la propia religión.

Si resulta poco curioso que, a pesar del tiempo transcurrido, continúe siendo una religión con una visión absolutamente androcentrista, debido a que en ningún momento se ha concedido el menor espacio público con poder de decisión sobre sí mismas a las mujeres ( los católicos al menos tienen sus conventos de autogestión y sus prioras), sí resulta espeluznante ver cómo un desalmado es capaz de realizar ataques terroristas o/y con fines de persecución de otras confesiones, sino que haya tantas personas musulmanas cuya reacción ante los ataques sea la lectura de diversas aleyas del mismísimo Corán en las que habla de un islamismo pacifista de un Dios, Alá, que condena radicalmente el asesinato de otro ser humano.

Y es que, la lectura e interpretación de los versos del mismísimo libro que condena el asesinato y declara la universalidad de la paz para unos, del libro que para unos inspira una vida pacífica y de ayuda a los demás, para otros puede traducirse y se traduce en el libro que encierra al propio hombre en una burbuja teocentrista pero controlada por aquellos que tienen en su poder la interpretación de los textos. El absolutismo en cualquiera de sus formas no es, ni mucho menos, un régimen de paz, sino más bien un teorema del control total de los demás a través de unas normas dictadas por el propio absolutista, sea rey o sea Chávez.

La realidad triste que se sumerge en la radicalización de personas en torno a cualquier fe que proponga una superioridad de la propia creencia religiosa sobre el Estado no nunca irá a favor de las libertades sociales. En el caso del mundo católico no tendríamos que ir más lejos que a las palabras de Jesucristo cuando lo increparon sobre el César: “Dadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.

Cuando hablamos de las creencias de los musulmanes, más allá de que su cultura pueda buscar, esperar o ser propicia o no para su integración en los países occidentales, hablamos de multitud de visiones del islamismo, de lecturas en ocasiones contrapuestas de la propia realidad aunque, en la mayoría de las ocasiones con una fe que para muchos rozaría el fanatismo. El problema es no saber qué se cuece en la cabeza de cada creyente y hasta qué grado, lo que en principio lícitamente pueda creer o no se pueda o alejar de lo que en nuestra sociedad esperamos en un modelo de convivencia, de respeto y de la máxima aplicación de unos derechos fundamentales sobre los que en sus países de origen no creen.

Efectivamente, tan terrible sería que pagaran justos por pecadores en la debida consideración de quiénes son los responsables de sus propios actos y quiénes no, como de obviar una realidad que ya lleva a cuestas la vida de muchísimos inocentes en nuestros países occidentales. Es decir, no sería nada justo generalizar ni relacionar esas acciones con todos los creyentes de esta confesión como de insensato sería obviar la existencia de esa amenaza real que puede atentar contra la vida del sacerdote de la Parroquia de al lado como puede acabar con la vida del sacristán o de cualquier feligrés.

Se trata de un reto enorme que no pueden salvar del todo las fuerzas de inteligencia ni las fuerzas armadas con su control ciudadano, de redes sociales, de comunicaciones… Se trata de un reto al que no sólo no se le ha encontrado solución sino que se ha convertido en la consecuencia de no tener la previsión necesaria. Quizás aceptar de golpe a personas que vienen de otras sociedades, no sólo con otras culturas muy diferentes, como las que practican la ablación, sino las que podrían fomentar radicalizaciones religiosas ajenas de nuestro concepto de la vida y de la sociedad, sin disponer de ciertas medidas ha sido un error desde el principio.

Yo llevo demasiados años diciendo que unas sociedades como las nuestras deberían instruir a sus nuevos integrantes venidos de fuera en una formación sobre nuestro sistema, nuestras normas y las libertades y sus límites, así como un repaso a esos Derechos Humanos que no son reconocidos en sus países pero que forman parte sustancial de nuestro ordenamiento jurídico y de nuestras constituciones. A esto habría quizás que añadir una firma en la que exista no sólo el reconocimiento de este lugar en el que quieren residir como tal, sino que supongan la aceptación de nuestras normas, al menos en su justo derecho. Ese mismo Derecho que exige el máximo respeto a las distintas creencias y que instruye en sus leyes sobre las normas que nos hemos dado todos para poder salvaguardarlas en el respeto a la fe de cualquier ciudadano.

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