La verdad se bate en retirada

Tal vez ustedes ya conozcan los llamados experimentos de la conformidad llevados a cabo por Solomon Asch. El principal de ellos se basaba en mostrar a una cohorte de participantes un primer folio en el que se mostraban varias líneas verticales de igual grosor pero muy distinta longitud. A continuación, se les mostraba un segundo folio en el que solo aparecía una de ellas y debían decidir cuál de las anteriores coincidía. La clave de este ensayo se basaba en que la mayoría de los supuestos participantes estaban compinchados, eran actores, y señalaban una de las líneas que evidentemente no coincidía ni de lejos en longitud con la siguiente. El estudio se basaba por tanto solo en la decisión de los que juzgaban dejándose llevar por sus propios sentidos o bien por la opinión mayoritaria. En torno al 75% de los interpelados ofreció una respuesta errónea adaptándose a la percepción de la mayoría.

Aquello que quedó demostrado a mediados del siglo XX se reedita a finales del primer cuarto del XXI. En una sociedad cada vez más pastueña y amaestrada por la corrección, decir la verdad ya es un ejercicio de osadía intelectual. Muchos de los mantras y sortilegios del pensar contemporáneo, además de todo el supuesto andamiaje moral y ético que los sustenta, empiezan a resultar una oda al embuste. No hace mucho una chavala, al parecer activista contra la gordofobia y monologuista, presentaba su último libro y decidió interpelar a uno de los asistentes -un tipo algo impertinente- preguntándole cuál era su solución contra la obesidad. La respuesta de él no fue precisamente la de un premio Nobel, sino más bien cortita y al pie, como los buenos pases en futbol: <<Ejercicio y dieta estricta>> replicó el notas. La autora, presa de la indignación, decidió avisar a seguridad para que echaran al disidente de la sala ¿Cómo osaba?

Hará dos años, Juan Carlos Monedero, tuiteaba lo siguiente:“ Piensa @AlmeidaPP que si hubieras colgado la bandera LGTBI en el ayuntamiento, el asesinato de Samuel habría sido un poco más difícil”. Se refería el fundador de Podemos al asesinato Samuel Luiz en A Coruña, el cual se retrató de inmediato en prensa como crimen homófobo, si bien será la justicia quien finalmente concluya si se trató de un delito motivado por el odio a los gays. Al margen de esta cuestión, nada trivial por cierto, ¿De qué forma se evita un asesinato en Coruña izando una bandera a 600 kilómetros de distancia en Plaza de Cibeles?

Dejando al margen las publicaciones en prensa en relación a HazteOir que leo hace ya bastante tiempo ¿Qué tipo de incitación al odio hay en el puñetero letrero de aquel autobús que rezaba “Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva, Que no te engañen”? ¿Cuál debería haber sido el mensaje para no pisar las uvas de la ira? ¿Algo así como “Hay tantos géneros como galaxias”? En relación al tan manido concepto, cada vez más grueso, de violencia,  llevamos años contemplando el advenimiento de nuevos tipos. El más charlotesco fue aquel de la “violación inversa” que implica rehusar tener sexo con una mujer porque no te atrae físicamente ¿Cómo se puede hablar de una agresión sexual, nada menos, cuando se rechaza cualquier tipo de contacto íntimo con otra persona? ¡Porque si! ¡Porque Miami me lo confirmo!

Se atribuye a Daniel Webster una reflexión tan acertada como históricamente veraz. Aquella que sentencia que si tuviera que renunciar a todos los derechos menos uno, se quedaría con la libertad de expresión, porque merced a esta podría recuperar todos los demás. El problema de estos tiempos que nos toca vivir es que es este precisamente el primer derecho en ser conculcado o -digámoslo con otra moda- cancelado. 

Así, en junio de 2020 fue presentada en el Congreso de los Diputados una proposición no de ley para combatir el negacionismo de la violencia de género, reconociendo esta […] la existencia de una violencia específica contra las mujeres que se produce por el hecho de ser mujeres […] Ante esto, uno se pregunta por qué ese concepto de nuevo cuño de violencia intrafamiliar  se repudia por reaccionario ¿Acaso no llama más a la reacción el concepto de violencia machista? Los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas hombres no se reconducen a una sola causa, a una suerte de cajón de sastre. Las distintas causas, abyectas e injustificables todas, que conducen a un tarado a matar a su esposa van desde la celopatía hasta a un deleznable sentimiento de pertenencia, e incluso muchas que no llegamos ni a imaginar, y no necesariamente a un único sentimiento de misoginia embutido en una violencia específica dirigida solo hacia la mujer.

¿Terrorismo machista? ¿Podrían citarme una sola organización terrorista en el correr de los tiempos que tuviera o tenga como fin matar más y peor a mujeres, del mismo modo que las hay que ejecutan a personas por su credo, etnia, nacionalidad o ideario? Argumentar en contra de un constructo teórico no implica obviar espantosos episodios de violencia contra las mujeres, y menos aún validarlos, del mismo modo que no envolverse en la bandera arcoíris no implica que no tengas el debido aprecio y respeto a gays, lesbianas y personas trans, como es el caso de quien les escribe.

Sergio Candanedo, alias UTBH, nos señalaba desde su canal en YouTube la llegada al mundo de otro nuevo tipo de violencia, denunciada una vez más por toda una manga de pesebreros que cierran filas en torno al actual gobierno de coalición, y que consiste en defender con vehemencia tus propios argumentos superando al contrario. Ahora la violencia, al parecer, también puede ser argumental. El propio Sergio ya advirtió con pruebas que estaba siendo señalado como un reputado antifeminista en alguna clase de simposio destinado a entender a la generación Z en el que se mostraba el logo del gobierno de España. Hará varios años, el catedrático Pablo de Lora fue el blanco de las iras de un planeado escrache en la Universidad Pompeu Fabra, tras la publicación de uno de sus libros. Le tildaron de tránsfobo, machista, señoro, y le dedicaron los más cojonudos embelecos, además de boicotear su intervención. Para todos aquellos que tenemos la suerte de conocer a Pablo y haber leído sus libros, toda esa retahíla de pendejadas nos recuerda aquello de que judíos y comunistas incendiaron el Reichstag.

Recientemente una usuaria de Instagram -cuyo nombre no revelaré para no hacerle la puñeta-, herida en su psique por los reproches que otros usuarios le hacían a Irene Montero debido a esa ley parida desde su ministerio que obliga a los jueces a excarcelar violadores, publicaba: “Te crees que porque encierren cinco años más a un pederasta va a dejar de serlo. Vosotros usáis este argumento simplemente para atacar a Irene y nunca os ha preocupado juzgar a violadores. De hecho, sois los que dicen: no todos somos tal. Amore, pues dejen de violar y se acaba la cuestión. A ver si Irene va a tener la culpa de que los tíos no se adapten al mundo”. Me he tomado la molestia de corregir los errores gramaticales y de puntuación. En realidad, esta es otra muestra más de la retórica supremacista que salpica desde el Ministerio de Igualdad y que es asumida sin condiciones por el gran público. Tomen nota, faloportantes; ustedes deben disculparse y asumir su tanto de culpa por los horribles crímenes que comenten seres humanos cuya única similitud con ustedes es la de criar barba, testosterona y dos pelotas colganderas. 

El horizonte de sociedad que se nos presenta se asemeja a una inmensa cámara de eco, donde tu posición en un debate público sobre temas no baladís puede implicar tu cancelación en lo profesional o incluso un linchamiento no sólo mediático. Implica también que seas reubicado en las metafóricas trincheras de la izquierda y la derecha. Pecando yo de este mismo vicio, sostengo que a las osadas chavalotas de la izquierda se les debería recordar que la violencia no tiene género, sin miedo a que la fiscalía llame a tu puerta, como también a los caballeretes de la derechita punk se les debería informar que tampoco la violencia tiene raza, sin miedo a que te dejen la cuenta de Twitter como una letrina. Aquellos tiempos que profetizó Chesterton en los que sería preciso desenvainar un sable por afirmar que el pasto es verde, tal vez llegaron, pero parece que el que queda inerme es el cuerdo y el armado el charlatán.

Antonio Escohotado, en su más famosa obra, ya nos advertía sobre los enemigos del libre comercio. Actualmente deberían llamarnos la atención aquellos que son enemigos de la realidad. Aquellos que, tal como demostró el experimento de Asch, prefieren ser sofisticados borregos antes que procesar la verdad ante sus ojos. La verdad, día a día, se va batiendo en retirada.

¡Informado al minuto!

¡Síguenos en nuestro canal de Telegram para estar al tanto de todos nuestros contenidos!

https://t.me/MinutoCrucial

1 Comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*