Crónica de un Gobierno anunciado

España vive en estos momentos una encrucijada política sin precedentes. Nunca en nuestra historia democrática había sucedido que, tras unas elecciones, no quedase nada claro que quién consiguió más votos no fuese a formar Gobierno. Todos los argumentos se dan de bruces con una serie de realidades que definen cómo hemos llegado a esta situación y que definirán, asimismo, su desenlace.

El problema es que estas realidades, sentencias firmes sobre los resultados electorales y las alineaciones en torno a dos grandes bloques, no son cómodas de aceptar por ninguna de las partes, bien por conveniencia electoralista y de posición estratégica para la izquierda o bien por razones de estrategias de apoyos, no sólo en cuestiones de investidura nacional, sino de convivencia en otras instituciones autonómicas y locales en las que cualquier coque a nivel nacional puede tener repercusiones no deseables, lo que constituiría para el bloque de la derecha un descalabro en su situación de poder territorial en estos momentos.

La primera de esas realidades es que la izquierda ha conseguido en los últimos años, desde el Gobierno de Zapatero, instaurar un relato ideológico firme, basado en el pasado de este país, dibujado sobre una idílica II República y una nación violentada y destruida, asesinatos selectivos incluidos, por un poder que identifican claramente con la derecha, y motivos no les sobra. La estrecha relación de Franco con la Iglesia, el movimiento nacional falangista, que si bien tuvo un origen de izquierdas fue redirigido hacia una instrumentalización del régimen, el clasismo y el poder férreo de las clases económicamente dominantes en la dictadura no son sino el anticipo de una transición en la que destacados miembros del poder franquista se alinearon, crearon y formaron parte de esa Alianza Popular que el ex ministro Fraga dirigió hasta su muerte.

Al fin y al cabo, una de las principales motivaciones, más allá de las circunstancias concretas en las que se encontraba el país en el 36, muy lejos del idealismo romántico que algunos pretenden presentar, no fue sino “salvar a España del enemigo rojo” y de la enorme influencia que el comunismo ruso tenía en nuestro país y en su Gobierno de Frente Popular. Lo cierto es que la visión romántica del periodo de la II República y la culpabilidad histórica de un levantamiento militar cuyas motivaciones son mitigadas al simple odio a la izquierda por una derecha dominante y dictatorial han conseguido profundizar en gran parte de la ciudadanía y es la realidad en la que ha conseguido apoyarse la segunda realidad, la existencia de un partido político que, lejos de un Partido Popular que ha sabido amoldarse, quizás al verse sin alternativa a ello, al progreso en políticas sociales, asumiendo los avances en esta materia, o al menos los argumentos o diagnósticos que han originado múltiples acciones políticas, como el matrimonio entre personas del mismo sexo, no sin antes un recurso ante el Constitucional que parece que muchos ya han olvidado, o la igualdad, o el concepto de violencia de género… que han evitado que los populares perdieran definitivamente la batalla por el poder.

Ir a remolque en estas materias de la izquierda tampoco ha sido un beneficio palpable en votos, ya que el PP ha ganado elecciones cuando la gente llegó a votar en contra de la izquierda por ciertos desencantos políticos, generalmente económicos, o bien por causas relacionadas con la corrupción, que por cierto tanto consiguen limpiarse a costa de señalar al adversario en sus fechorías y corruptelas. Por supuesto que los populares tienen un voto fiel, eso es innegable, y que suele provenir de las clases acomodadas o de aquellos que no compran el discurso de la izquierda o ven en ella la decepción respecto a lo que ideológicamente esperarían de un partido de ese rango ideológico.

La realidad de todo esto está relacionada con la otra que, ya lo avisé en muchos momentos, resulta ser la más incómoda de aceptar, no sólo por los partidos de uno u otro lado, sino especialmente por sus protagonistas. Y es que la derecha en este país nunca conseguirá llegar al poder mientras un partido como VOX sea decisivo o se presente como posible apoyo o socio de Gobierno en unas elecciones generales.

El paso dado por algunos de los dirigentes del partido de Abascal, al abandonar el partido, no es sino la constatación de la aceptación por estos de esa realidad. VOX tiene un techo electoral que no podrá superar y que se encontraría en el 20 por ciento, aunque probablemente, después de los resultados electorales y de la gestión de estos en algunos gobiernos autonómicos, como el de Castilla y León, se haya reducido considerablemente. VOX representa a esa derecha que no acepta los avances en progreso social que sí llegó a asumir el PP y, en materia económica, significa un liberalismo demoledor, más aún ahora que los más templados han abandonado el barco. Y digo demoledor porque lleva a tal extremo la libertad económica que representa el poder absoluto del que tiene los recursos monetarios sobre los que ejercen la mano de obra, y llevando a cabo un ejercicio de desigualdad en derechos fundamentales sumamente peligroso para la estabilidad de un país democrático en los tiempos que vivimos. Y mejor no hablar de sus negacionismos, que van desde poner en cuestión El COVID-19 a echar por tierra los orígenes, consecuencias y realidad del calentamiento global.

Más allá de sus eslóganes grandilocuentes, de sus discursos con sentido dirigidos y en los que victimizan a la ciudadanía española, desprecian a personas por su orientación sexual, perpetúan los conceptos de ciudadanía ultra nacionalistas y categorizan a las personas en derechos de primera, segunda y tercera categoría dependiendo de su origen, de sus recursos y de su identidad. Este análisis superficial podría ser escalofriante si analizáramos muchas declaraciones, los propios programas electorales o las acciones que han llevado a cabo en las ocasiones que han tenido o tienen alguna cuota de poder. Todo, disfrazado de esos discursos, con cierto sentido, pero alejados de todos los sentidos y obviando aquella parte de la realidad que no les conviene o interesa. Una visión tan parcial y sesgada, tan próxima en muchos parámetros a discursos de otros tiempos y otras realidades, que termina convirtiéndose en aquel partido que una inmensa mayoría de españoles no quiere que gobierne nunca.

La tercera realidad es que muchos de los votos a la izquierda de las pasadas elecciones pudieron ser votos a los populares pero cambiaron su dirección en las urnas por el miedo a que VOX pudiera ser decisivo. Eso es parte de lo que las encuestas no consiguieron reflejar.

La cuarta realidad es que en este país, en lo relativo a partidos nacionalistas, ese nacionalismo está por encima de la propia ideología con la que se vendan; no está permitido el ultra nacionalismo español y, sin embargo, se ha aplaudido, mimado y aplaudido a los ultranacionalismos vasco y catalán, independientemente de su ideología, de izquierdas o derechas, y a pesar de que en sus discursos pueden ser tan destructivos y enemigos de los que no piensan como ellos como lo pueden ser en VOX.

Y esto representa un gran problema cuando la gobernabilidad pudiera depender del partido que la mayoría de españoles no quiere que tenga capacidad de decidir, VOX, o de estos otros partidos que buscan el beneficio territorial y, si me apuran, hasta el económico y personal, subiéndose al carro de unos nacionalismos viciados en la construcción de realidades históricas y presentes que nada tienen que ver con la realidad. Hace unos años hasta hacía gracia que, en algunos foros, nacionalistas catalanes dijeran aquello de que Santa Teresa, Cristóbal Colón o Cervantes eran catalanes y se había cambiado su origen por interés de los opresores españoles. Hoy en día, sólo el recuerdo de esos relatos a los que asentían entusiasmados tantos asistentes no es sino el reflejo de hasta dónde es capaz de llegar el fanatismo dirigido.

La penúltima realidad es que el discurso nacido en el seno del zapaterismo de mantener un talante conciliador, un talante negociador, un talante de acuerdos… no funciona con los grupos nacionalistas que tienen su propia hoja de ruta. O se la compras, o no se venden. Y comprársela no sólo supone desembolsar cuantiosas sumas de dinero a una región en detrimento de otras, generalmente las más necesitadas en materia de financiación, ni siquiera que ese dinero tenga que salir de nuevas subidas de impuestos que pagamos todos y todas, sino que el fanatismo creado y sobre el que se sustentan estos partidos, quieren avances, realidades sobre lo que siempre les han prometido. Y esos avances, casi siempre, salpican y sobre pasan la legalidad constitucional. Siempre habrá un límite legal en esas negociaciones o, simplemente, la avaricia de los que pacten con ellos pude ser tan grande que se puedan sobrepasar límites admisibles bajo la oscuridad de las firmas en despachos cerrados a cal y canto.

La última realidad no es otra que los grandes partidos políticos en este país tienen un reto común, y es acabar con el éxito electoral de sus socios potenciales. Sí, es cierto que al PP le corre más prisa y le es más imprescindible, pero Sánchez, astuto y estratega, no dejará de sonreír a una Yolanda de la que no les es cómodo depender y que le roba a su partido no sólo todo el protagonismo del poder, sino gran parte de la financiación que necesita para seguir conservando su estructura nacional. Si consiguió deshacerse de Pablo Iglesias haciendo uso, además de la propia vicepresidenta, sólo le quedarán dos opciones, o trabajar su destrucción a través de su propio partido o absorberla como propia garantizándole una continuidad y una vida futura que no podría conseguir nunca desde la dirección de un proyecto que, tarde o temprano, decaerá por su propio peso.

A veces la opinión es incómoda para quién la lee, otras veces lo es para quién escribe o para ambos. Lo cierto es que, si la opinión está basada en hechos reales y demostrables, se convierte en crónica. Y en no pocas veces esa crónica es de una muerte anunciada.      

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1 Comment

  1. Todas las afirmaciones sobre vox son absolutamente gratuitas y tienen la culpa del resultado electoral. Una vez más haciéndole el juego a la izquierda

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