Conservadores

Según un texto que Francisco José Contreras toma del último artículo de Scruton, se comprende mejor lo que es la vida cuando se ve llegar su fin y entonces se da importancia a lo que realmente la tiene, que es lo bello, lo verdadero y lo bueno. Puesto que Contreras y Scruton son filósofos, saben que la belleza, la verdad y el bien son trascendentales del ente, que eso significa que toda cosa es bella, verdadera y buena y que si merma en algo entonces se hace falsa, mala y fea, al menos en parte.

Añade Scruton que a estos dones de la vida se tiene que responder con gratitud y preocupación. Gratitud por haber podido gozar de una realidad así, y preocupación al descubrir que las cosas bellas, verdaderas y buenas que los hombres han logrado construir laboriosamente y empleando en ellos muchas generaciones, se destruyen con suma facilidad y en un tiempo asombrosamente breve. La libertad, la propiedad, el comercio, la familia, las buenas costumbres, la concordia, la religión, el derecho, la ciencia, el arte, etc., son algunas de las buenas cosas de la vida que merecen ser conservadas.

Se destruyen fácilmente por causa de su propio portador, el hombre, un ser de doma y amaestramiento que tiende a la dispersión y tiene que conducirse como Sísifo en el Tártaro, que estaba condenado a empujar hasta lo alto del monte una piedra que caía al llegar arriba para tener que volver a subirla de nuevo. Al hombre no le ha sido dada una naturaleza cerrada y completa, como al resto de los animales, y tiene que lograrla por sí en cada generación, además de mantenerla una vez lograda. La physis, que para otros es algo dado desde el principio, es para él una tarea ardua. De ahí que, si dedica tanta energía a la construcción y defensa de instituciones como las mencionadas, es para servirse de ellas contra un desorden siempre presto a emerger de lo profundo. La suma de sus instituciones es la cultura y a ella se aferra como el niño a las faldas de la madre.

Pero los filósofos que han nutrido las ideologías de nuestro tiempo, Rousseau, Marx y Freud, llevan a muchos a vivir en un mundo de ficción. El primero les ha convencido de que los hombres nacen buenos y la sociedad los hace malos y de que el origen de este mal reside en la propiedad, luego -piensan- hay que demoler sociedad y propiedad. El segundo de que el derecho y la política son instancias opresoras, luego hay que demoler el Estado. El tercero de que el superyó social es básicamente represor de la libido, luego hay liberarse de él.

Pero las instituciones no oprimen al hombre, sino que lo salvan. Lo salvan ante todo de sí mismo, de la dispersión y el desorden que habitan en su interior. Le falta la adaptación filogenética de otros animales y tiene que construir su propio nicho para estar al abrigo de sus propias pulsiones, aprendiendo a redireccionarlas y a aprovechar lo que pueda extraer de una naturaleza que ha sido poco generosa con él. Construye su mundo y en él se siente seguro.

El hombre es fundamentalmente conservador porque fuera de ese mundo está la intemperie. Los que creen que es posible modificar una institución obedeciendo a un antojo del momento que creen reprimido, como el deseo sexual por el matrimonio o el deseo de lo ajeno por la ley que protege la propiedad, denigran a los conservadores porque ellos comprenden que es necesario conservar esas cosas -y mejorarlas cuando sea el caso- por el bien de todos.

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