En favor del capitalismo

No es preciso retroceder hasta los planteamientos de Marx y su teoría de la lucha de clases como el motor subyacente de la historia para constatar que, en efecto, existen desigualdades inherentes entre los seres humanos. Estas desigualdades se manifiestan tanto entre grupos sociales y estamentos como, lo que es más significativo, entre individuos. Son diferencias que brotan de la naturaleza misma del hombre y, como tales, resultan insuperables.

Las desigualdades innatas no pueden ser erradicadas ni homogeneizadas. Algunos son dotados de mayor estatura y otros no; unos lucen atractivo físico y otros no, y las personas varían en cuanto a su grado de esfuerzo, su inteligencia, su sagacidad, su amor al riesgo, su capacidad para soportar los reveses de la fortuna y un sinfín de otras facetas. Estas diferencias, arraigadas en los individuos, conforman un tapiz inmutable en la tela de la vida humana.

El problema es cómo abordar las desigualdades de manera que la convivencia entre los individuos sea factible. Si se permite que los más dotados ejerzan su voluntad sin ningún tipo de límite, los menos favorecidos se verán inevitablemente oprimidos por ellos. Surge así la interrogante fundamental: ¿Cómo fomentar una cooperación equitativa entre ambas partes? ¿Qué clase de instituciones podrían evitar que los dotados de mayor inteligencia, destreza física y psíquica, fuerza de voluntad y virtudes afines, abusen de su posición en detrimento de aquellos que carecen de tales atributos?

La búsqueda de un equilibrio entre estas fuerzas desiguales se convierte en algo obligado para la convivencia viable en sociedad. La economía capitalista y la propiedad privada de los medios de producción, a pesar de sus imperfecciones, han demostrado ser soluciones superiores para esa convivencia entre fuerzas opuestas a las soluciones ideales que se les oponen, soluciones como el socialismo o el comunismo.

En el mercado, no prevalece el más fuerte, inteligente o emprendedor, sino el consumidor, es decir, todos los individuos. El poder del consumidor es absoluto, inapelable. Quienes deciden comprar o no comprar, o bien comprar esto en lugar de lo otro, o bien comprar algo de más o de menos calidad, etc. son los que dictan las reglas, y los productores deben acatarlas sin resistencia. Los productores procuran obtener beneficios y evitar pérdidas. Esta es su guía.

Para alcanzar los primeros y escapar de las segundas no pueden hacer otra cosa que obedecer a los consumidores. Si quieren conservar e incluso aumentar su riqueza, tienen que poner a disposición de ellos productos baratos de la manera más rápida posible. Este proceder constituye un maravilloso mecanismo que sitúa a los individuos mejor dotados al servicio de los menos favorecidos. En una sociedad dividida en clases o estamentos las élites superiores, dotadas de mayores capacidades, ejercen su dominio sobre las clases inferiores y utilizan la propiedad en beneficio exclusivo de sus intereses.

En el contexto del mecanismo del mercado libre, ocurre precisamente lo contrario. No solo porque, como se ha señalado, los individuos ponen sus capacidades al servicio de todos, sino también porque la propiedad de los medios productivos enfrenta una amenaza constante de deterioro y pérdida en el momento en que deje de ser empleada para satisfacer los deseos de la comunidad en su conjunto. De este modo, la libre compra y venta de productos es una especie de referéndum diario que obliga a los más cualificados a satisfacer los deseos de todos.

El sistema capitalista abre el camino a la acción de los “fuertes” para que, siguiendo su deseo principal, atiendan el de los demás. En ese terreno pueden dar rienda suelta a su superioridad mental, a su mayor capacidad de trabajo, a su iniciativa y amor al riesgo. Al hacerlo no perjudicarán a nadie, sino que beneficiarán a todos y cumplirán sus aspiraciones propias. ¿Qué otra cosa podría pedir?

Los grandes jefes de la producción económica están obligados a competir entre sí para llevar al mercado productos baratos y aceptables. El que triunfe será porque ha cumplido ese fin. El que no, se hundirá con toda seguridad y será expulsado del mercado. En resumen, este tipo de economía consiste básicamente en poner al alcance de las masas lo que satisface sus deseos por parte de los que tienen ciertas capacidades distintivas. De ahí la producción en masa. Muchos se quejan de que el nivel cultural de las masas ha descendido. Puede ser, aunque tal vez no han hecho una comparación precisa con la forma de vida de las clases inferiores de otras épocas.

El corolario de este tipo de actividad económica es la democracia liberal, el gobierno del pueblo, un gobierno que transforma a cada consumidor, igual a cualquier otro en el mercado, en ciudadano del Estado, igual a cualquier otro en derechos y deberes políticos. Ambos, economía de mercado y democracia liberal están fuertemente entrelazados. Una sola evolución mental y moral ha conducido hasta las dos. La economía de mercado prospera si hay democracia y la democracia se da sólo donde hay economía de mercado. Si una se destruye, se destruye la otra.

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