El Papa de Hitler

El 9 de octubre de este mes marcó el sexagésimo quinto aniversario del fallecimiento del Papa Pío XII. Este venerable pontífice presenció y desafió valientemente la alianza, seguida de una feroz lucha a muerte, entre el comunismo y el nacionalsocialismo, dos regímenes en busca del hombre nuevo. A los dos se enfrentó este hombre, ya viejo, que no tenía ninguna división a su mando, según la burla de Estalin, y de los dos salió victorioso, aunque debió quedarle una llaga en el alma por el sufrimiento que hubo de ver y padecer. Sin embargo, persiste la tendencia a etiquetarlo como “el Papa de Hitler”. Todavía en septiembre de este año 2023, se ha hecho un intento por reavivar esta infamante designación en El País, apoyándose en una carta desclasificada hace poco por el Papa Francisco. De ella se extrae una doble acusación: que el Papa Pío XII ya tenía conocimiento en 1942 de las atrocidades contra los judíos y que no hizo nada para detenerlas.

“Papa de Hitler” es un título que aparece por vez primera en un libelo publicado en 1963, El vicario, de R. Hochhuth, un dramaturgo que ya había escrito sobre una supuesta trama criminal ordenada por Churchill y que tuvo que pagar 50.000 libras por fraude a uno de sus protagonistas. Se convirtió en película, que dirigió Costa Gavras. El libelo, la película o ambos influyeron en personas como Hanna Arendt y Mario Vargas Llosa, que agregaron sus voces a esta historia indigna. Hochhuth, por su lado, reapareció en 2005 como admirador de un tal D. Irving, historiador según el cual fallecieron “más mujeres en el asiento trasero del coche de Edward Kennedy que en las cámaras de gas de Auschwitz”. Un ejemplo de criterio imparcial.

Algo más tarde, en 2007, Ion Mihay Pacepa, el agente de inteligencia de mayor rango que desertó del Bloque del Este, declaró que la obra de Hochhuth fue parte de un plan de desacreditación del Vaticano ordenado por Nikita Jruschov y llevado a cabo por el KGB. Escohotado añade que la obra fue muy rentable a su autor por este motivo. De Pío XII dice además que salvó a más judíos que todas las demás organizaciones del mundo juntas.

Pero vayamos a los hechos. Para ordenarlos, tomo la doble acusación vertido en El País. Primero: si Pío XII no se enteró de las matanzas hasta 1942; segundo, si no hizo nada. Voy de la mano de Burleigh, historiador de varias universidades inglesas y americanas.

En cuanto al primer punto, es importante señalar que Pío XII ya tenía conocimiento de los horrores que se estaban desarrollando, al menos desde 1940, mucho antes de lo que dice el acusador del matinal independiente. Harold Tittmann, el diplomático estadounidense que representaba a Roosevelt en la Ciudad del Vaticano durante la guerra, informó de que los obispos polacos habían advertido al Papa sobre las “terribles represalias” que estaba sufriendo la población. El obispo de Danzig incluso escribió al Papa una carta, el 14 de enero de 1940, avisando de que los mandos de la Gestapo estaban coléricos por los comunicados radiofónicos del cardenal Hlond, que alentaban la resistencia del pueblo polaco. Esto había llevado a la detención, tortura, ejecución o deportación al Este de numerosos sacerdotes y maestros católicos. Con gran pesar, el sucesor del cardenal Hlond ordenó detener esas emisiones para frenar los ataques nazis contra la comunidad católica. Mientras tanto, Casimir Papée, el embajador del gobierno polaco en el exilio, en Londres, instó al Papa a ser más explícito y agresivo en su condena al nazismo, aunque las fuentes papales en el terreno recomendaban lo contrario.

En cuanto al segundo, parece evidente que la diplomacia vaticana tenía que ser muy prudente. Y lo fue. No en vano se ha dicho que Pío XII era a la sazón el mejor diplomático del mundo. No obstante…

Josef Müller, católico, miembro de la resistencia alemana al régimen nazi, cuyo trabajo al servicio de la inteligencia militar alemana para asuntos italianos le llevó en varias ocasiones a Roma, contactó con Ludwig Kass en 1939. Kass, también católico, que conocía a Pacelli y pertenecía asimismo a la resistencia alemana contra Hitler, tenía a su cargo la Basílica de san Pedro. Su trabajo le llevaba a viajar con frecuencia, lo que le permitió establecer contacto con representantes de países aliados.

El secretario del Papa, Robert Leiber, una vez informado por Kass de los planes de la oposición militar alemana a Hitler, pidió a Pío XII que pusiera en conocimiento del gobierno inglés estos planes y que le pidiera unas condiciones honrosas para los conspiradores si el golpe triunfaba. Se ha dicho muchas veces que el pontífice era demasiado cauto. Sin embargo, no dejó pasar más de 24 horas para aceptar una petición que le implicaba en una conspiración para derrocar al Führer. Leiber habló con Müller. El Papa directamente con los británicos. Su Santidad le comunicó a D’Arcy Osborne, embajador inglés en el Vaticano, el 12 de enero de 1940, que había tenido una reunión con varios generales alemanes y con un representante de ese país en la que se le había puesto al corriente de dos puntos importantes: que sus planes para destituir a Hitler estaban muy avanzados y que en cuanto les dieran comienzo se suspenderia una ofensiva que se estaba preparando para febrero en el oeste. ¡El plan estaba preparado para el mes siguiente! Esto último, que alertó a Inglaterra sobre planes nazis, fue una muestra de buena voluntad.

Los conspiradores pedían un acuerdo de paz honorable. Eran conscientes de que su triunfo podría desatar una guerra civil en Alemania, a la que seguiría una dictadura militar que desembocaría en un gobierno democrático. Pedían generosidad a los británicos. Pío XII dio toda esta información secreta a Osborne, que la traslado a Halifax, quien a su vez la comunicó al primer ministro, Chamberlain, y al rey. Pero todo se detuvo en Chamberlain. Falto de imaginación y audacia, sobrado de cautela y superficialidad, dejó pasar la ocasión con excusas irrelevantes. El interés de los ingleses se esfumó, los planes de los conspiradores decayeron y sus jefes fueron ejecutados cuando se descubrió la trama en Alemania, entre ellos el almirante Canaris.

La estrategia de Pío XII no se detuvo en esta extraordinaria secuencia de hechos. Müller, conocedor de la ofensiva que los nazis preparaban para el mes de mayo de 1940, informó a sus contactos del Vaticano y el “Papa de Hitler” informó inmediatamente a los nuncios de Bruselas y la Haya, para que éstos a su vez lo comunicaran a Londres, París y los gobiernos amenazados.

En conclusión, el “Papa de Hitler” no solo conspiró con los enemigos alemanes de Hitler, sino que reveló planes militares nazis a sus enemigos. Y no comenzó a conocer las masacres de los nazis en 1942, sino mucho antes. Era uno de los que mejores conocedores del nazismo, sabía hasta dónde podía llegar e hizo cuanto estaba en su mano para detener aquella maldad.

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