¿Qué necesidad había?

A estas alturas, poco se puede añadir a lo que dijo Puigdemont tras la firma del acuerdo. El Estado ha claudicado al relato de los precursores y ejecutores del 1-O. La Justicia ha quedado a merced de las decisiones legislativas y se ha roto definitivamente, si es que no lo estaba antes, la división de poderes. Se espera que el Estado resquebrajado sea unido, aún con las piezas que falten, por el método de la modernidad ejecutora, un tipo de pegamento que simula lo que no consigue, pero que convence a aquellos que no tiene la capacidad de verlo con la óptica de la cultura política que se nos negó en los centros de enseñanza y que, cada reforma educativa, queda más lejos.

El estímulo de la visceralidad a través de la falta de conocimiento, de la excesiva acomodación de los criterios de educación social, en los núcleos familiares y extrafamiliares, con una centralización o universalización de los egos de los críos y adolescentes, sólo llevarán a estos a la salida violenta ante situaciones de impotencia que serán cada uno de los momentos en los que no consigan lo que quieran o pretenden a cambio de nada. El futuro está herido, gravemente, por el desafortunado hito de la modernidad construida en derechos, en la reinvención acomodada a intereses políticos de la Historia y a la decapitación de cualquier disidencia con el relato único apropiado al momento que más convenga por quiénes acaparen el poder. Bendito objetivo de cualquier dictadura impositiva.

Al amparo de “es por tu bien” hacen comulgar con ruedas amargas de molino que no sólo no consiguen atraer la claridad y la salida a una serie de crisis cada vez más profundas, sino que nos sumerge en tal oscuridad que los cuchillos afilados hacen su trabajo bajo el apoyo de las alimañas más dadas a ese ambiente, en el que no cabe la cordura, la razón o la honestidad, la honradez y el sentido común, el menos común, hoy en día, de los sentidos.

El algún lupanar voces silenciosas, algunas con coleta con total seguridad, comentarán el siguiente paso, que sin duda consistirá en reformar la reforma reformada tras la reforma de su reforma… con el objetivo de que el texto final pueda ser útil a los que allí se repartirán también la carne pagada por todos, o al partido que, al fin y al cabo, es el que mantiene el sistema que permite que la permisión de lo permitido continúe permitiendo que los permisos sean permitidos.

No hay de qué preocuparse, los cachorros de unos y de otros, amaestrados por el sistema y dirigidos y adoctrinados por el doble sistema, defenderán la calle pase lo que pase, reventarán la manifestación pertinente y, si es necesario, también la contra concentración de la concentración que se concentra contra la concentración reconcentrada en el desconcierto. Pero, independientemente de lo que ocurra, nada habrá cambiado. ¿Por qué? Porque aquí lo único que se trata de ganar es el poder. La comodidad y ganancias de los mismos; de unos, de otros y de los de más allá, está garantizada. La calle ya sólo es un juego de rol controlado por encuestas, por la inteligencia artificial que nos otorga y predice las respuestas antes de aplicar las acciones, que nos antepone a los escenarios y nos garantiza qué hacer para conseguir que lo que no queremos no suceda. Y, si sucede, será el poder el que ordene, en nombre de todos, las consecuencias. Por eso es tan importante el poder, porque el poder no se entiende si no se controla a la justicia, al Rey y a la prensa. Todos quieren controlar a la prensa.

Presa buena, prensa mala, prensa vendida, prensa comprada. Pero nadie se preocupó nunca de la prensa, de los que hacen o hacemos la prensa, de las condiciones de trabajo, de las garantías laborales en una de las profesiones más agradecidas para muy pocos y tan desagradecida para la gran mayoría. A nadie le preocuparon jamás los horarios de trabajo, las nocturnidades, los viajes, la precariedad ni la miseria de tanta gente que sólo intenta cumplir con su labor profesional esperando, al menos, el respeto al mismo y a principios básicos de los derechos fundamentales como es la libertad de prensa o la libertad de expresión.

Pasarán los años, analizarán la Historia y estoy absolutamente convencido de que la primera pregunta que se harán sobre tantas y tantas cosas que están haciendo, unos y otros, desde el llamamiento sinuoso y simulado a la violencia de los propios hasta la locura política más grande llevada a cabo contra el propio Estado que se dirige por las ansias de poder o por necesidad, la que tienen los partidos de poder financiarse, de tener cuotas de poder que justifiquen su existencia y que coloquen a los suyos para seguir manteniendo esa estructura de voto que tan necesaria es para optar a las mayorías será si había necesidad real de hacerlo.

Y también hablarán del sistema electoral, dirán que no entienden cómo se cambió cuando era tan necesario para limitar el ascenso o el poder decisorio de minorías políticas y territoriales sobre el Gobierno. No comprenderán cómo dejamos que la cámara de representación de todos se haya convertido en una cámara de representación territorial, de cómo diputados de territorios con competencias asumidas pueden votar y decidir sobre esas mismas competencias en otros territorios que no las tienen. No comprenderán cómo en nombre de la igualdad se crea tanta desigualdad, cómo en nombre de las mujeres se gasta tanto dinero pero no se elimina la violencia machista e incluso se incrementa, no entenderán cómo los problemas, tantos y tantos, se enquistan o recrudecen mientras aquellos que prometen acabar con ellos siguen viviendo de los votos de quiénes confían en ellos mientras les defraudan.

A veces no entiendo nada porque tengo la impresión de entenderlo todo. Las cosas no ocurren por casualidad sino que son la consecuencia de muchas otras. Nos llevamos las manos a la cabeza con lo que está ocurriendo estos días y no somos consecuentes en asumir que hay muchas cosas que no se han hecho bien, muchas que ni siquiera se han hecho, montones que quedan por hacer, mientras muchos de nuestros políticos gastan su tiempo entreteniendo nuestras mentes con juegos malabares que no nos llevan a ningún lado. Todos lo han hecho mal, absolutamente todos; los unos, los otros y los de más allá, los que lo han hecho, los que lo han permitido, los que no pusieron límites para que no pasara, los que no dieron alternativa y los que silenciaron lo ajeno en un intento de silenciar lo propio. No ha pasado el tiempo y yo ya me pregunto. ¿Qué necesidad había? Y no era la del Estado. Nunca lo fue.

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