Pródromo

Son muchos los avisos que nos brinda la naturaleza, que hay que ver cómo nos protege, a pesar del maltrato que le damos a diario. En la salud, en las amenazantes situaciones de riesgo que hemos de gestionar a diario en todos los ámbitos, familiares y sociales, tantos que, más de una y de muchas veces, conjugamos el verbo procrastinar. Seguramente, por eso, porque hay que tomar soluciones drásticas. En este momento, me acuerdo de Lope de Vega cuando decía eso de: “Qué tengo yo que mi amistad procuras… mañana le abriremos respondía, para lo mismo responder mañana”.

Gestionarlas es hacerles el triaje inicial; urgentes, importantes o insoslayables. Por mi parte, jamás hice este análisis, en relación con el ámbito de lo estrictamente político, aunque las cuestiones políticas están en todo sin percibirlas, como el metabolismo basal. Es así que percibí el pródromo cuando, en el año 2007, se encendió mi alarma política, justo cuando el presidente Zapatero salía en los medios y a la piedra del Congreso de los Diputados a decir cosas extrañas que, al decir de algunos pocos, suponían excitar a una población empleada en sus quehaceres cotidianos y una demasiada tranquilidad la que, por otra parte, una mayoría disfrutábamos. Solamente, la veíamos interrumpida por algunas huelgas de Sindicatos de izquierdas a modo de reivindicación que, en realidad, no era más que justificar las enormes sumas de subvenciones que el Gobierno les iba suministrando del erario público, síntomas inequívocos de intentos de romper la trabajada inestabilidad.

Algunos estamos bramando desde esa fecha. Confieso que es agotador toda vez que el mal ha ido in crescendo y que la opinión mayoritaria les trae al fresco a los auténticos muñidores de todas estas distopías. Reproches entre políticos es lo suyo, lo pagamos entre todos. Pero el hecho que estos desagradables acontecimientos que estamos viviendo hayan pasado y trascendido a lo familiar y social, no puede hacer más daño a la convivencia. El hecho es que existe una mayoría democrática que, aunque tarde, ha reaccionado por fin. Salvemos el honor; aunque, seguramente, no podamos salvar la unión constitucional que tan buenos réditos ha dejado en la convivencia.

Ya, al margen de los foros políticos, nos enfrentamos a una gran parte de ciudadanos españoles que se han puesto una venda en los ojos. Pero eso sí, poniendo la mano. No hay más ciego que el que no quiere ver, pero van a tener que ponerse sordinas también, ya que el ruido es y va también subiendo en decibelios, imparable. Si las leyes son tan imprecisas que no son capaces de colegir entre el texto escrito y el espíritu que las mueve, no nos queda más que la voz de la razón.

Esta prevalecerá, a pesar de los sufrimientos para esa mayoría -lo es si prescindimos de la Ley D’hondt- que haremos resonar pacíficamente sin cansarnos, sin desfallecer, sin olvidar donde nos aboca esta falsa progresía que nada tiene que ver con el progreso y sí mucho con la alineación a los países con menos libertades y más pobres de la tierra. No sabemos el poder que tiene nuestra voluntad férrea. Con la ayuda de terceros países, con el apoyo de Europa o no, lo lograremos y volveremos a no tener que hablar de bandos ni colores.

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