Moría Europa en Moria…

Dentro de unos años, cuando en los libros de historia se estudie el año presente, estoy convencido de que vendrá acompañado de un adjetivo regio en plan: 2020 el Cruel o 2020 el Despiadado. Todo parece indicar que este annus horribilis que diría Isabel II de la Gran Bretaña, no será recordado para bien.

No obstante, si buscamos en esos mismos libros de historia otros años terribles podremos darnos cuenta que no son pocas las veces en las que en las peores situaciones el ser humano ha sido capaz de dar lo mejor de sí mismo, reinventándose y demostrando de lo mucho que es capaz.

En la semana pasada, entre las noticias de los contagios, las mociones de censura y los presupuestos del estado se ha colado la noticia del incendio del mayor campo de refugiados que hay en Europa, el de Moria en la Isla de Lesbos, Grecia. Las llamas no sólo han iluminado la situación desesperada de unas personas que vienen a Europa huyendo de la guerra y de una muerte segura, sino que han alumbrado la terrible crisis ética de un continente que, con los mayores índices de democracia, con los mejores datos de prosperidad y bienestar, ha olvidado los principios que propiciaron ese progreso para darlos completamente la espalda.

La Unión Europea tiene una Carta de los Derechos Fundamentales. Es este uno de los textos más bonitos que poseemos los europeos pues en él se dejan a un lado los tediosos artículos económicos para llenarnos los ojos de solidaridad, dignidad, derecho a la vida… ciudadanía, justicia, libertad… Recuerda un poco a los principios que impulsaron la Revolución Francesa o al pensamiento judeo-cristiano es, en definitiva, Europa en estado puro.
Desgraciadamente en su puesta en funcionamiento se nos fue olvidando ese ser europeo y primaron más los intereses cortoplacistas de naciones mediocres. Finalmente, el texto se ve limitado en su acción por el Tratado de Lisboa y lo que pudo ser un documento potente se queda a la mitad. No obstante, está ahí, es nuestro, lo hemos creado los europeos y para nuestra vergüenza está completamente demodé.

En estos tiempos complicados debemos pararnos y recordar quienes somos. Europa ha sido protagonista de episodios sombríos, pero también ha sido capaz de procurar paz, bienestar, cultura y salud a sus ciudadanos y no debemos renunciar a esa parte nuestra. Hay que huir del desánimo y acallar el desafinado canto de esas sirenas tristes que nos proponen un camino populista e insolidario para con nuestros semejantes.

No es fácil, pero nunca lo fue. La inmigración, sus causas y consecuencias no son un problema sencillo de resolver, pero no podemos ocultarlo en una isla lejana como si no existiese. Hemos de plantarle cara y demostrar que somos dignos herederos de aquellos que escribieron las mejores páginas de nuestra historia.

Igual así podamos cambiarle el nombre que le pongan los libros de historia a este 2020 que comienza su ocaso. Cambiemos a esta Europa moribunda por una que de ejemplo de buen gobierno. Está en nuestras manos, en las urnas, es nuestra responsabilidad. Exijamos grandeza a nuestros políticos.
No dejemos morir a Europa.

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