El disputado voto

La que se ha liado, pollito, con lo de los diputados que se han saltado la disciplina de voto en la Ley de la Reforma Laboral. Lo del otro que se equivocó de “tecla” también tiene su aquel, pero a mí me gustaría reflexionar sobre lo primero. ¿De quién es el voto? ¿Es lícito y moralmente aceptable separarse de la línea marcada por el partido por el que fuimos elegidos y votar en sentido contrario?

Para acompañar mis disquisiciones, transcribo tres frases que en Hora25 de la Cadena Ser, pronunció hace unas horas el que fuese vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias: “La gente vota a los partidos”. “Si usted va en la lista de un partido y usted sale elegido, usted hace lo que le dice el partido”. “En nuestra democracia, la gente se supone que vota a los partidos”. Comprobará el avispado lector que la primera y la tercera afirmación parecen no casar muy bien. O se vota a partidos o se supone que se vota a partidos; y no casan porque efectivamente, en España no votamos a partidos, votamos a personas que, agrupadas en listas, pertenecen a determinados partidos políticos. Si votásemos partidos, los escaños serían suyos y no de las personas y esto no sucede.

Lo que planteo se vuelve irrefutable en las elecciones al senado en las que se podemos escoger personas de diferentes grupos siempre y cuando no elijamos a más de las que nos correspondan. La segunda frase es más bien el reflejo de la costumbre parlamentaria española que un dogma ético o moral. Efectivamente, suele suceder que se siga la disciplina de partido, pero no es norma o ley, es sólo una costumbre, bastante mala, por cierto, de nuestros parlamentarios.

Y todo esto lo sabe perfectamente Pablo Iglesias. Es cierto que no le gusta un pelo e igual por eso quiere levantar toda esta polvareda, para tratar de desviarnos de ese que sí es el mejor camino y que no es otro que hacer justo lo contrario de lo que él dice: Tratar de que los votos cada vez sean menos de los partidos y más de las personas. Crear listas abiertas y desbloqueadas para que podamos “castigar o premiar” a nuestros representantes en las siguientes elecciones.

No es bueno que los partidos tengan tanto poder. No lo es porque se cae fácilmente en confundir el objeto de servicio de la acción política que no es otro que el ciudadano. Muchas veces lo que se dirime en las negociaciones son cuotas de poder y no el bienestar del pueblo. La elección de los jueces es el mejor ejemplo. El peor enemigo de la democracia es la partitocracia y lo es porque se le parece mucho. Lo saben los pablos de un lado y los del otro, por eso hablan así, confundiendo y faltando a la verdad. En nosotros está el no dejarnos engañar.

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