La magia del fútbol

El fútbol es ese deporte capaz de levantar odios y pasiones a partes iguales. Eso en los bares lo sabemos bien. Tiene la capacidad de transformar a gente absolutamente normal en seres furibundos que blasfeman y sacuden los brazos como si se les fuera la vida en ello. Algo similar les ocurre a algunas personas con el coche. Es subirse a él y convertirse en pequeños Míster Hydes que vocean a la gente, pitan compulsivamente y se van pegando al culo de los demás mientras exclaman:

– ¿¡Dónde vas dominguero!?¡¡ Los demás no tenemos todo el día!! Dónde te han dado el carnet, ¿en una tómbola?

Bueno pues este tipo de actitudes también las provoca el deporte estrella. Hay un señor que me produce especial gracia porque es una persona ya mayor, con un aspecto que no llama la atención pero que cuando abre la boca salen rayos y centellas. Es facha, de los de antes, no de los de ahora que ya de tanto usar esa palabra se ha roto y ya no tiene significado.  

Siempre está diciendo cuando tiene ocasión que hay que sacar los tanques y acabar con tantas tonterías o que menuda juventud de vagos y maleantes y que esto con Franco no pasaba. Pues bien,  se da el caso curioso de que este hombre es del… ¿adivinen?

Seguro que estáis pensando que del Madrid, pero no amigos, no, es del Barça. Y además es un fanático lo cual da tema de sobra para risas y burlas entre los clientes. Cuando hay partido y ya lleva algún vinito de más se pone a soltar perlas como:

–  Vamos, pero corred ¡coño! Que estáis pasmados. Si fuera yo el entrenador ibais a saber lo que es bueno. ¡Inútiles!

Los demás espectadores le miran de vez en cuando porque está todo el rato soltando improperios. Como a mí me hace mucha gracia, porque sé que lo hace exageradamente para picar a la gente, me guiña el ojo y se sonríe.

– Yo si viene este tipo, no vengo más a ver los partidos – me dijo un día uno mientras estaba pagando. Yo no le di ninguna importancia porque sabía que iba a seguir viniendo, como así fue efectivamente, porque en el fondo se divierten.

Es tradicional que en los derbis Real Madrid – Barcelona, se monte alguna pequeña discusión que no suele trascender a más. Que si por qué no han sacado a tal jugador, que si ha pitado un penalti que no lo era o que el árbitro está comprado.

En una ocasión, tenía el bar lleno de gente viendo el clásico. En una de las mesas había un par de señores mayores, que pasaban de los 60 años:  canosos, bebiendo whisky, justo detrás había un caballero muy pijo, repeinado, con traje tomando algo con un amigo. A mitad del partido observé que ambas mesas se habían enzarzado en una riña:

– Es usted ¡un imbécil! Cállese y déjenos escuchar.- ante esto el tipo de canas se levantó como si fuera un chaval de un respingo y le empujó.

– ¡A mí tú no me llamas imbécil!

Ante mi asombro el trajeado le respondió dándole un sonoro tortazo que el otro iba a devolverle si no llegan a meterse de por medio sus amigos. Y ésta amigos, debe ser parte de la famosa magia del fútbol, caballeros respetables dándose de tortas para defender el honor de sus equipos.

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