La batalla por Madrid

No, en este artículo no hablaremos de uno de los capítulos más importantes de la Guerra Civil que asoló nuestra Nación. Estas líneas tienen que ver con uno de los capítulos más importantes de la política en una década. El 4 de mayo por la noche marcará el futuro de la inmensa mayoría de los partidos con representación nacional. Algunos podríamos pensar que se trata simplemente de una réplica del terremoto murciano. Pero no. Afrontamos lo que para muchos es la antesala de un eventual adelanto electoral cuyo rumor ya corre -o vuela- por las cloacas de la Moncloa. Iván Redondo tiene las manos desgastadas de tanto frotárselas desde que el vicepresidente comunista subió a sus redes sociales ese execrable video más digno de una entrega de Aló Presidente o de una llamada a la sublevación que a un comunicado de uno de los cargos políticos más importantes del país.

Pedro Sánchez y su camarilla saben que si Ángel Gabilondo resiste la embestida de Pablo Iglesias en las urnas y logra aumentar la ventaja con Podemos y Más Madrid en el que a todas luces es la última bolsa de resistencia podemita -tras la debacle en Galicia, el estancamiento en Cataluña y la ruptura total en Andalucía- tendrán vía libre para llevar a los 47 millones de españoles a las urnas en lo que supondría el funeral más caro de la Historia. Sería una estocada limpia y profunda en el mismo corazón de lo que un día fue el 15M, hoy ya convertido en la agencia de colocación más rentable de España. Al camaleónico PSOE no le costaría en absoluto desempolvar la bandera nacional, volver a la socialdemocracia “moderada” y lograr que su presidente pueda volver a dormir tranquilo -dudando seriamente de si alguna vez ha dejado de hacerlo-.

Iglesias ha tomado la única salida que le quedaba. Se ha ido cinco minutos antes de que lo echen y eso, en política, se puede considerar como un gran éxito. Con su popularidad bajo mínimos fruto del aburguesamiento y de los casos de financiación ilegal y chanchullos varios en el seno de su partido, además de su absoluta inutilidad para materializar sus principales propuestas programáticas incluso formando parte del Gobierno, su puesta de pies en polvorosa evidencia la pérdida total del poder que un día tuvo acaudillando a “las huestes del cambio”. Ha pasado de ser el tonto útil de Sánchez al “mártir de Galapagar”. Se ha sacrificado en pro de aguantar cinco minutos más viviendo a costa del erario público. Pero, eso sí, ha entrado en la política autonómica como un elefante en una cacharrería. El macho alfa daba por hecho que el maltrecho Errejón se iba a poner a su servicio ya que, al fin y al cabo, le ha hecho el gran favor de no enviarle a uno de sus matones callejeros piolet en mano a hacerle la visita que los comunistas suelen brindarle a sus disidentes favoritos. Pero, de nuevo, Iglesias ha sido traicionado por uno de sus antaño más preciados acólitos. Y le han rechazado empleando para ello el argumento que a su banda tanto le ha gustado usar para señalar a todo bicho viviente: el machismo. No es no, Pablo.

Pero es Pablo Casado quien no las tiene todas consigo. Ya sabemos que su máxima aspiración es gobernar la Comunidad de Madrid sin necesitar a Vox o, al menos, que los de Santiago Abascal se conformen con recibir una palmadita en la espalda a cambio de su apoyo incondicional a Isabel Díaz Ayuso. Pero en la desdichada Génova saben que es prácticamente imposible, primero, alcanzar la mayoría absoluta y, segundo, que el Vox que en 2019 dio soporte a los gobiernos autonómicos y locales de Partido Popular y Ciudadanos lo vuelva a hacer tras los viles ataques personales de Casado a Abascal en la moción de censura a Pedro Sánchez y el discurso de confrontación instalado desde entonces a instancias de García Egea.

Ahora Vox es un partido consolidado como tercera fuerza política nacional y en pleno crecimiento y deberán ser el verdadero muro que separe la civilización de la barbarie, esto es, Madrid de la feroz garra del comunismo. Ayuso se ampara en su gestión antagónica de la pandemia frente al totalitarismo de Ferraz. Pero esa libertad está más que garantizada por Rocío Monasterio. Más allá de una gestión eficiente, Madrid debe ser el epicentro de la batalla cultural frente a una izquierda hegemónica en el lobby de los grandes medios de comunicación. Y el Partido Popular -que a día de hoy es Casado, no Ayuso- ya hizo pública si renuncia a plantar cara a la imposición ideológica socialista con la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo, es más, llegando a alimentar el consenso progre con un respaldo inequívoco al globalismo de la Agenda 2030, a la ideología de género, a la criminalización del hombre -sumándose al 8M- y al chiringuito climático. La batalla por Madrid es el frente de una guerra política en la que nos jugamos mucho. Demasiado. En Madrid se podría iniciar un efecto dominó que entierre el sanchismo y quede en el recuerdo como el episodio más oscuro de la democracia española.

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