Soy una ‘antisistema’

Hoy, como cada día al despertarme, me he levantado de la cama y he ido haciendo esas cosas que toda chica hace cuando suena el despertador. Bueno lo habitual para la mayoría de los mortales.

De repente, cuando estaba frente al espejo, absorta, con los párpados casi pegados, me vino un pensamiento, una idea que ya me había sobrevolado antes pero no le había dado importancia. Abrí los ojos sorprendida y mientras de mi boca caía pasta de dientes sobre el lavabo, miré al espejo y dije: “¡Tate, soy una ‘antisistema’!” ¡Vaya! Era difícil de digerir; lo mascaba aún en la ducha negándome a mí misma la realidad moviendo la cabeza de lado a lado. Mientras me vestía, sacando a los perros, en el coche… No se me iba, no dejaba de darle vueltas. ¡Joder! si soy una antisistema de libro. ¡Qué movida! Verás el disgusto cuando se lo cuente a mis padres.

Y yo toda la vida pensando que eso era cosa de otros. Unos cuantos melenudos hippiosos radicales que vivían en tiendas de campaña, que se manifestaban los sábados y montaban raves de trance el resto de la semana. Pensaba que era cosa de perroflautas que ocupan casas, pero tienen el último smartphone del mercado y los domingos comen en el chalet con papá y mamá. Vamos que en mi cabeza tú me decías la palabra “antisistema” y me aparecía la cara de Pableras, ese que te dice que tires piedras contra la policía, que él ya las usará el para construirse un casoplón. Bueno, eso es lo que yo pensaba que era un antisistema. Valiente de mí. ¡Cuán equivocada estaba! Y no me malinterpreten, no soy ninguna anarquista, tampoco me tiño las axilas ni creo que haya que quemar contenedores. Pero a ver, que aquí donde me veis, hace no demasiado peinaba rastas y en mi walkman sonaba desde Wu-Tang Clan o Rage Against The Machine hasta Pearl Jam o Motörhead y era una habitual en salas de conciertos y festivales. Si sonaba punk, rap, metal o rock, ahí estaba yo. Y sí, siempre he votado a la derecha.

La cosa ha cambiado. El cuerpo ya no aguanta tanto, para qué negarlo. Aunque siempre que puedo doy el callo. Vamos que, seguramente, en la calle, pocos adivinan mis tendencias políticas, qué decir tiene que, en mi entorno cercano, a pesar de no coincidir con todos, nunca tuve ningún problema en manifestar mis inclinaciones políticas y no llevaba a una discusión interminable decir a quien había votado. Y es que, ese es el problema. Todo eso ha cambiado. Al principio lo achacaba a la edad. Cuanto más mayor, más convicciones políticas tienes, más implicaciones económicas y sociales y más riguroso te haces. Pero no, no sólo es eso. Es el mundo entero el que ha tomado un camino peligroso. Y vienen curvas.

Pues bien, señores, ahí voy. Occidente ha hincado la rodilla y con el auge de Internet, con la aparición de las redes sociales, la globalización, empresas con más dinero que los propios países o los grandes conglomerados de “desinformación” emitiendo tonterías las 24h del día, hemos revivido los fantasmas del pasado y los de arriba nos han regalado una nueva inquisición. Ya no hay lugar al libre pensamiento, no se permite cuestionar nada. Enseguida te insultan, te menosprecian y te apartan. Todo promovido por las instituciones que dictan el pensamiento único.

A veces siento que me he quedado parada en un sitio y el mundo entero ha seguido girando bajo mis pies. Mis ideas y formas de ver la vida han dejado de ser válidas. Parece que no puedo escuchar a The Clash y pensar que se están dejando de lado los intereses de mis compatriotas para cumplir las exigencias de unos pocos de fuera. Y claro, no puedes ser artista, pintor, músico, diseñador, actor o tatuador si no pasas por el aro. Y ahí está el señor Sherpa esperando a que algún progre le pida perdón por no dejarle tocar en su local por pensar como él piensa. Así es, si no repites lo que dicen, te echan a la hoguera. Que si lenguaje inclusivo, que si Matria, que si derechos LGTB, vacunación obligatoria… Todo eso, que es nuevo, se lo han sacado de la chistera para desviar la atención y si lo cuestionas, eres un facha y olvídate de encontrar trabajo. Esa etiqueta es muy fácil ponerla y muy difícil quitarla.

¿Veis lo radical que sueno? Alguno estará poniendo el grito en el cielo seguro. “Ya está la tonta racista antivacunas”, “¡Maldita negacionista! Nos quiere matar a todos”, “Seguro que va quemando antenas de 5G”. No es nuevo señora, me lo dicen cada día. Ya me he acostumbrado a que me llamen Victoria Abril o “Bebelejías”. Y fue duro al principio, la verdad. Porque ver que un amigo de toda la vida, lobotomizado, me señale, o me etiquete, a mí, que en mi casa entra todo el mundo, independientemente de su orientación, raza, religión o sexo, duele.

Pero sí, el sistema falla. Se ha corrompido y es que hay mucho dinero en la olla y mucho que perder y mucho que robar de tu bolsillo. Todo se ha mezclado; capitalismo, socialismo, intereses geopolíticos, China, Europa, los lobbies, los chiringuitos, Netflix, Facebook, Kamala y Von Der Leyen, todo junto. No se distinguen unos de otros. Todos van tomando decisiones, dictando nuestro futuro y pintándolo todo de color de rosa. Eso sí, que no se te ocurra usar el verde.

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