La cara ‘B’ del turismo

Cuando una va de boda a unos cuantos cientos de kilómetros de su casa, el enlace matrimonial se convierte en la excusa perfecta para pasar un fin de semana haciendo turismo por la tierra de los novios. Para una servidora, dejarse caer por Bilbao no es precisamente realizar una excursión, es casi como coger el metro e ir al centro a tomar unas copas.

El Guggenheim revolucionó la ciudad para bien; a estas alturas hasta los detractores de entonces reconocen que el enrevesado edificio de Frank O. Gehry puso la capital vizcaína en el punto de mira de aquel que buscaba algo diferente a playas o discotecas. Con las exposiciones del museo comenzaron a surgir hoteles, zonas verdes, acontecimientos universales y turistas. El turismo, uno de los motores económicos del país, llegó con lo bueno y con lo malo o, mejor dicho, con los malos. Cuando parecía que barrios conflictivos de la villa iban a agarrarse a la ola del efecto Guggenheim con el fin de desquitarse de un pasado poco glorioso, hicieron acto de presencia mafias y otros grupos sociales (denominémosles así), además de los clásicos del terreno que se dedican día tras día a sacar tajada de la llegada de visitantes y, si se ponen a tiro, de los propios bilbaínos.

Tomando un café por San Francisco o La Palanca, que decían antes, uno ve (y escucha de los propios interesados) que todo no es tan bonito y colorido como Puppy, el perro más fotografiado de Vizcaya. Carmen y María contaban cómo en su día a día esquivan las colillas que les tiran los vecinos de arriba, esos inquilinos que, no hace falta decir, son de los que no pagan la escalera y cambiaron la cerradura para poder entrar en “su casa”. La forma en la que, para llegar a la calle, han de esquivar la basura que, seguramente los mismos vecinos, han dejado por todo el portal, convertido en estercolero. Y lo peor, cuando han llegado a la calle, deben de estar con mil ojos porque a saber por dónde puede aparecer el que te va a pegar el tirón. Desgraciadamente, ambas saben lo que se siente cuando pasa esto último.

También habría que escuchar a los profesionales del turismo contar lo que para algunos son batallitas que quedan muy lejos, aunque ocurran muy cerca. Matrimonios que rehúsan el piso de alquiler al ver que el área donde está ubicado no es la idónea para pasar con sus hijos unos días de relax. O recepcionistas que llaman continuamente a la policía porque los amigos de lo ajeno se sientan tranquilamente frente a los hoteles esperando a que salga el turista con los bolsillos repletos de billetes. Para quien no conozca Bilbao, la zona de la que se habla en estas líneas no se encuentra en los extrarradios, ni mucho menos, está en el centro, en pleno corazón de una ciudad que quiere ser moderna y cosmopolita, a escasos metros del Casco Viejo, del teatro Arriaga, del Mercado de la Ribera… todos ellos puntos de interés en cualquier guía digital o en papel que se consulte al planificar unas vacaciones.

¿Y el Ayuntamiento? ¿Qué hace ante todo esto el alcalde y su equipo de gobierno? De qué vale reclamar eventos internacionales, si luego no sabes cuidar a quien viene a disfrutar de ellos. Algo que antaño era impensable, hoy en día es un hecho: Bilbao ocupando los primeros puestos del ranking de ciudades españolas con mayor delincuencia e inseguridad ciudadana. Y el bilbaíno lo sabe y, por desgracia, lo siente; cuando todas las encuestas y estadísticas coinciden, algo de razón llevan…

Desde estas líneas de Minuto Crucial, nunca me cansaré de defender la labor policial. Es necesaria la presencia de agentes, con uniforme y sin él, en las calles. ¿Acaso el PNV se está dejando arrastrar por las políticas mal llamadas sociales de las formaciones progresistas y prefiere dar la imagen de paraíso terrenal, aunque la delincuencia campe a sus anchas? ¿Es que tiene miedo de que la izquierda le tache de fascista represivo por dar seguridad policial a los vecinos y a quienes vienen de fuera a dejar unos cuantos euros en las arcas bilbaínas?

Señor Aburto, no juegue con fuego que a este ritmo a Bilbao le va a pasar lo que a la Barcelona de Ada Colau, que uno está más pendiente de que no le roben en vez de disfrutar de los encantos de la ciudad y de sus gentes. Ponga a la policía a trabajar ya o hablando con propiedad, apóyelos y deles el respaldo que necesitan y verá como la única limpieza que hará falta a ambos lados de la ría será la que efectúen cada mañana los servicios municipales con sus camiones y escobones.

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