Crimen y ¿castigo?

Verano en España es sinónimo de fiestas populares. Los problemas desaparecen; ya no importa que los precios se hayan disparado, Ucrania no está tan cerca y, con el turismo, las cifras del paro son inmejorables… para Yolanda y su ministerio, por supuesto. Las corbatas desaparecen para ponerse el tradicional pañuelo y lo que toca es comer, beber y bailar en las miles de verbenas que adornan la geografía nacional.

Son momentos de relax ¿para todos? Pues no. La temporada alta no es propiedad exclusiva del turismo. Los “negocios” regentados por amigos de lo ajeno también tienen sus meses de ganancias y reparten dividendos. Estos “empresarios”, muchas veces subvencionados con ayudas públicas, poseen delegaciones por todo el país, el cual poco a poco se está convirtiendo en el destino favorito del protagonista del Código Penal. Todo el mundo lo sabe y lo critica, pero en una sociedad que peca de egoísta, mientras no le pase a uno, no existe el problema.

Volviendo a las fiestas, Aste Nagusia o Semana Grande de Bilbao, es un ejemplo de la falta de seguridad pública en una urbe española. Los datos están ahí: un hurto cada diez minutos, 157 detenidos y 15 agresiones sexuales. Resumiendo, un aumento delictivo respecto a las últimas fiestas prepandemia y un Consistorio que concluye con un balance positivo en materia de seguridad. Ver para creer lo que entiende Aburto por normalidad. La inclinación del Partido Nacionalista Vasco hacia la izquierda comienza a ser preocupante.

Si al Señor alcalde de Bilbao le parecen números bajos, debería de tener en cuenta la tendencia de los organismos públicos a aumentar o disminuir las cifras según sus intereses, algo a lo que los españoles desgraciadamente se están acostumbrando. Pero lo que es peor, es la cantidad de hurtos, robos y otros delitos que no se contabilizan porque el ciudadano no denuncia entonando la clásica frase “si no sirve para nada”. Eso es lo preocupante, y aún lo es más, que el delincuente lo sabe y hace su agosto, nunca mejor dicho, con toda tranquilidad.

Las familias o aquellos que emprenden un negocio lo que ansían es seguridad cuando sus hijos llegan tarde a casa o cuando han bajado la persiana de sus tiendas. A ellos no les importa ver cuerpos de seguridad por las calles, ni que les abran comisarías en sus barrios, pero eso no vende y el político de turno pretende hacer ver que en sus dominios todo es maravilloso, un remanso de paz y prosperidad. Pues no, no lo es. España no es Suiza o Austria, los países más seguros de Europa. Aquí el malhechor actúa cuando le da la gana, si no, que se lo pregunten al top 1 de las fiestas bilbaínas, un menor detenido todas y cada una de las noches en la capital vizcaína y cuando han finalizado, ha decidido que era buen momento para escaparse del centro de menores donde estaba tutelado. En este país hacen falta profesionales que detengan al maleante de turno y un sistema de legal que lo meta donde debe estar: entre barrotes.

No es de recibo que cientos de distritos de las grandes ciudades no conozcan lo que es un policía mientras cada noche sufren oleadas de robos en sus locales o viviendas. Pero claro, para ciertos partidos políticos, levantar un retén policial en un barrio de 50.000 personas es dar imagen de represión arcaica o si no, que se lo pregunten al señor Aburto cuando se deje caer por Santutxu. Desgraciadamente, para el delincuente, España se está convirtiendo en un paraíso donde siempre es temporada alta. La receta es muy fácil, la de siempre: al enemigo ni agua. En esta película, está muy claro quién es el malo, pero la cuestión es: ¿por qué no se va a por ellos?

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