La catalepsia del PSOE

Observar que los plazos se están cumpliendo no es sinónimo de videncia, sino más bien de un análisis más o menos acertado de las evidencias. Hace dos semanas pocos sospechaban a estas alturas que en algo más de dos meses todos los españoles tendríamos que ir a las urnas. Mi única duda razonable estaba en los plazos, ya que me costaba hasta imaginar que Sánchez fuese capaz de convocarlas en pleno verano. Pero, como sí preveía hace meses, en su hoja de ruta estaba este golpe de efecto que evitara una recomposición de los auténticos perdedores de las elecciones municipales, sus socios de Gobierno de PODEMOS y sus coaligados territoriales, independentistas, y extremo izquierdistas. El PSOE era la hembra en esa relación de mantis religiosas que formaban en el Gobierno y se ha terminado al macho después del acto de la legislatura, y lo ha hecho sin miramientos.

Sí, la extrema izquierda ha sido víctima de la voracidad de falta de estrategia, algo que le sobra a Sánchez, pero también a Yolanda Díaz, a la que le ha dado en bandeja la cabeza de Irene Montero pero no así la capacidad para rearmar a tiempo un espacio que, como digo, ha sido víctima de sí mismo. La razón es más que evidente. Cuando se organiza un discurso político, se busca la diferenciación y se hacen proclamas extremas, llevando a veces a lo absurdo los planteamientos políticos, las propuestas y las leyes, no existe más razón en el interior oculto del mismo proyecto que el vacío inmenso de un grito contra todo pero a favor de nada. Así se cometen errores terribles de gestión que terminan por no conformar a nadie. Y es que, en partidos políticos de discursos radicales, el radicalismo se convierte en el amo, duelo y señor de todo discurso, en el ser mismo que acompaña a cada acción que se desprende de su ideario.

Así se explican tantas controversias, como predicar un discurso feminista pero perjudicar a los ideales de ese feminismo intentando llevar al extremo otra Ley que choca de lleno con lo que por otro lado se defiende, y a lo que las propias feministas no pudieron pasar impasibles. Así se entiende cómo pocas de las leyes que han salido del ministerio de la decapitada Montero han tenido ningún fervor popular lo suficientemente pleno como para justificarlas. Así se comprende cómo en el afán de ser más feminista que nadie, de gritar más que nadie, se elabora una Ley que, justamente, tiene el efecto contrario al que se pretende. Si unimos eso al orgullo que impide reconocer el evidente error nos encontramos con un discurso que lejos de conseguir manipular a la opinión pública, pone en evidencia demasiadas cosas nada positivas para quién ha sido hasta ahora la cabeza visible de un movimiento que su propio marido decidió abandonar después de un enorme chasco electoral.

Miren, en los partidos político y ámbitos excesivamente ideologizados, extremos, la gente suele reivindicarse dentro de esa micro sociedad identitaria fritando más que el resto, destacando, a veces, más en los desvaríos que en los escasos aciertos. De ahí que las personas que suelen escalar puestos son las que más gritan, las que más hirientes y contrarias a un discurso de unidad, o de entendimiento, pueda existir. El extremismo es imposición, es un punto político en el que no cabe negociar, en el que lo que se defiende se sublima y lo que se sublima es doctrina de partido, incuestionable. Y PODEMOS no es el único partido que se cuece en esos caldos, que también tenemos, en el otro lado, a un VOX cuyo futuro después del golpe a los de Iglesias, podría ser incierto. Ya no es voto de castigo o voto defensivo y esto, se verá reflejado en las próximas elecciones. Pero no sólo eso, sino que el desgaste de haber estado en alguna institución como el Parlamento de Castilla y León, con sus errores garrafales de contenido y de forma, junto a las cuantiosas denuncias de aquellos que pasaron por su organigrama, como aquél de Valencia que ha denunciado maniobras sospechosas de ilegalidad en el tratamiento de los presupuestos destinados a las agrupaciones locales, es síntoma de que el fuelle comienza a no dar para más.

Y, además, frente a ellos se acaba de plantar una Macarena Olona que, sin duda, les va a robar, en las ciudades en las que se presente, un gran número de los necesarios votos para poder aspirar a crecer en el Congreso, algo que tiene pinta de que, ni de lejos, podría ocurrir. Esto, unido al voto útil de la derecha depositado en un PP crecido más al amor del eclipse producido por una coalición nefasta, que ha escenificado multitud de errores y cuya consistencia ha condicionado que el PSOE pudiera corregir a tiempo y con contundencia la mala gestión de los morados, que por el proyecto político del que poco se conoce más allá de derogar aquello que no les gusta que hubiesen hecho los de Sánchez. Vamos, lo que viene haciendo cualquier Gobierno que accede al poder cambiando el color político del mismo.

Sin embargo, y aquí viene lo importante, el efecto que ha producido Sánchez al convocar elecciones y pillar a sus “socios” con el pie cambiado, no es una casualidad, como ya iba anunciando hace meses, sino que forma parte de una estrategia. Hoy en día no todas las expectativas las generan las encuestas, que tampoco parecen ser del todo claras en este caso, aunque marquen una tendencia. Seguro que muchos de vosotros habréis oído hablar de los metadatos, de los datos cruzados, de los estudios de campo y de hasta la inteligencia artificial. Sánchez puede recibir muchos apelativos por la simparía o no que acarrea entre los ciudadanos pero, sin duda, uno de los que no debería pasar inadvertido a cualquier buen politólogo es la de astuto. La astucia de Sánchez lo convierte en un peligroso rival, especialmente en las situaciones más complicadas. A partir del pasado 28 de mayo, todo en lo que respecta al todavía Presidente del Gobierno es estrategia.

Y bien sabemos de estas situaciones y cómo llegó a ser secretario general de los socialistas en las condiciones menos favorables, o cómo accedió al Gobierno tras una más que medida moción de censura. Si alguien piensa y cree que el sanchismo está acabado que se lo piense dos veces. Ya avisé, también, de la estrategia que iba a seguir de desprenderse de los lazos que pudieran atarle a los de PODEMOS, como también advertí de la estrategia de reeditar el miedo a la ultraderecha. Y ya tenemos a alguna de sus más fieles defensoras, la que fue delegada del Gobierno de Felipe González en Andalucía y hasta ayer presidenta de los socialistas sevillanos, Amparo Rubiales, pasándose de rosca y sufriendo las consecuencias. La primera de las estrategias, deben entender en el partido de Sánchez, es que la estrategia la dirige el propio equipo de Sánchez y aquí no cabe, como en el partido de los morados, gritar por encima del secretario general, porque en ese caso la cabeza puede rodar víctima de la propia furia desprendida.

Como buen observador y periodista político sí es verdad que ando algo desconcertado. La oposición, siempre con la sospecha bajo brazo, no ha dudado en señalar la fecha o el voto por correo como parte fundamental de esa estrategia. Yo estoy convencido que el conjunto de esto y de la cobra hecha a los partidos más a la izquierda son importantes, pero que Sánchez esconde algo más en el bolsillo, y es de carácter o político o relacionado con la corrupción o algún otro asunto de sumo peso que quiebre la confianza de muchos ciudadanos en el PP. Y, si no, tiempo al tiempo, que en este caso no es demasiado y se promete intenso. Sánchez parece algo desaparecido de la palestra, en una actitud, también estratégica y ya llevada cabo por él mismo, de dejar un espacio que lo desligue de los mensajes negativos que provocan otros o que pudieran acuciar a su propio partido, en este caso los resultados electorales. Posiblemente, también, esté sumamente concentrado en preparar la artillería que, no tengo la menor duda, sacarán los socialistas en breve para dar la vuelta a las encuestas. E insisto, Sánchez tiene a un equipo que maneja como nadie en este país los meta datos y los hilos que mueven y podrían cambiar cualquier decisión. Y si no al tiempo. La batalla va a ser dura.

Sánchez y el PSOE están en “modo catalepsia”. Por si alguien no sabe lo que significa este término, seguro que lo terminarán conociendo el 24 de julio cuando descubran que el muerto está muy vivo.

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