Una campaña de tigres y leones

Hoy termina, definitivamente, una campaña electoral marcada por las ausencias y por las presencias que poco han podido aportar a lo que la mayoría ya conocíamos. La campaña se podría reducir en una simple frase, “los unos han alertado sobre los otros”. Los bloques, la derecha y la izquierda, ante un centro que, también ausente, se encuentra en la UCI intentando reanimar un aparato con cables no originales y un discurso que ha podido perder su auténtico valor con las mareas que lo estuvieron arrastrando allá dónde el interés político pareciera ser el objetivo.

Hablamos de ausencia porque tuvimos a un Presidente que faltó al contacto en actos multitudinarios en las plazas y calles de muchas ciudades, al tradicional estilo de campaña democrática. También hablamos de ausencia cuando nos topamos con un segundo debate en el que el líder de la oposición se excusa en el signo político de una cadena pública y sus periodista para no asistir, haciendo pagar con ello a los electores del acto público electoral por excelencia, ese foro en el que se contrastan opiniones y se purgan deudas, antiguas y nuevas, se promete y se acusa… en definitiva, un pleno del Congreso dedicado a las audiencias de la televisión.

Hablamos de presencias cuando el protagonista de un debate a dos termina siendo el partido político que no está, cuando los protagonistas del debate a tres son los nacionalistas, independentistas y herederos de la vileza sufrida en el País Vasco.

Hablamos de presencias, aunque mucho más tenue que en otras citas, cuando lo hacemos de los millones de personas que se acumularon frente a sus televisores para ver estos debates, pero a la vez hablamos de ausencia cuando los ciudadanos no se sienten identificados en debates personalistas, llenos de continuas acusaciones que los terminan convirtiendo en la excusa de esa especie de circo.

En definitiva, nada nuevo, unos que meten el miedo a la ultraderecha, que se gana a pulso ese rechazo social mayoritario con consignas contra políticas sociales y colectivos como el LGTBI o el de las feministas, que el mismo derecho tienen que cualquier otra organización a defender y a propugnar por lo que consideren oportuno, y otros que acusan al Gobierno de la ya pasada legislatura de grandes errores, como una Ley de consentimiento que terminó poniendo en la calle a más de mil maltratadores y violadores o una reinterpretación del feminismo que aún nadie ha podido explicar y que las mismas feministas que el Gobierno defiende como propias, rechazan.

De fondo, la economía, las jubilaciones, unos que quieren subir impuestos, otros que los quieren bajar, el trasfondo de la viabilidad del sistema de pensiones, Europa, la Justicia, los servicios públicos, que unos ven peligrar si gobiernan los otros y los otros callan mientras en los territorios en los que gobiernan traen al sistema sanitario y a sus profesionales por la calle de la amargura.

Unos que dan, otros que quitan y, en definitiva, que nadie da nada gratis, aunque pudiera sonar como más fuerte mensaje la amenaza en la reducción de derechos sociales si los de Abascal asumen alguna cuota de poder.

Por otra parte los sindicatos, especialmente los de clase, y a los que los trabajadores deben tantos avances laborales y sociales, señalados por una derecha extrema que invita a no tenerlos como interlocutores y sí a los sindicatos profesionales, quizás bajo el lema de divide y vencerás, pero con un mensaje que es cómodo para un posible socio de Gobierno y postulado como posible ganador de las elecciones para el que aquellos representan quiénes levantan todas sus vergüenzas, que nadie es perfecto, pero hasta en eso hay grados. De fondo, la financiación, como si unos, otros, y los de más allá nunca la hubiesen recibido y si no fuese gracias a ella han podido seguir haciendo política. Y en este punto me viene a la cabeza más de uno de los de Abascal que renunciaron a sus cargos públicos en Valencia al verse obligados a hacer aportaciones del dinero destinado a grupos municipales para fines nacionales. Algo, por cierto, de una más que dudosa legalidad.

Como si, en el fondo, de todo de lo que se habla, de a lo que se aspira en la mayoría de los casos no tuviera un trasfondo económico. Prometer asfixiar económicamente a sindicatos y movimientos sociales les garantizo que no ha sido una idea de genios, sino más bien de empoderados por encima de las necesidades que requiere cualquier sistema democrático moderno. Más astuto hubiese sido, por ejemplo, decir que esas ayudas o subvenciones por parte del Estado tendrían una regularización por Ley.

Lo cierto es que algo nos dice a la inmensa mayoría de los españoles que el domingo no ganará el mejor sino el que más miedo ha sido capaz de aportar en sus discursos, aquellos que hayan dibujado el peor escenario en el contrario y se haya dado el mejor golpe de efecto sobre una población que, en la desesperación de una crisis post pandemia, no es capaz de llegar a final de mes mientras que otros, a la vieja usanza, echan las culpas a aquellos que, mendigando una oportunidad, han podido poner en riesgo sus vidas por llegar a formar parte de una sociedad que tampoco ha encontrado la varita mágica de la integración ni la fórmula de la creación del oro con el que ayudar a tantas necesidades sin hundir el laboratorio.

Dos días para descubrir el resultado y cuatro años para sufrirlo o disfrutarlo, dependiendo de parte de qué bloque estén nuestros intereses. Y es que pocas veces se ha hablado más en la historia de nuestra Democracia de los intereses particulares y menos de los intereses comunes, teniendo en cuenta la realidad no imaginaria de la verdadera situación de cada uno, que en esta campaña electoral por parte de algunos partidos. Pronto saldremos de dudas.

Y es que, como decía el desaparecido y apreciado Torrebruno en una de sus canciones, “tigres, leones, todos quieren ser los campeones…”.

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