Del otro lado

La primera vez que escuché el vocablo ‘empatía’, hace muchos años, me costaba diferenciarlo semánticamente de ‘simpatía’ que, para mí, era ser agradable a los demás cuando la realidad de la acepción se alude a sentir lo mismo en un diálogo que el interlocutor, alegría o pena. La empatía hace referencia a la implicación en las situaciones que vive la otra persona metiéndote en sus zapatos, dicho metafóricamente, ponerse del otro lado para entender el porqué de sus reacciones para poder desplegar una relación de ayuda, sin simpatizar, con deseos de ser útil.

Muchos son los sentimientos positivos que le empatía inspira con su capacidad de análisis de la situación de la otra parte, generosidad, afectividad, gratitud etc. La persona empática, rara vez es intolerante, sino que es más comprensiva con los fallos y errores ajenos. Esto no quiere decir que, en general, aprobemos acciones deleznables y dañinas, sino que hemos entendido que detrás de estas hay circunstancias que te llevan a pensar el motivo del porqué esa persona gestiona de forma anómala lo que entendemos que favorece la convivencia.

Tanto lo social como lo político se tocan permanentemente. Solemos decir, temas sociopolíticos, al igual que hablamos de cuestiones sociosanitarias o socioeconómicas. En estos últimos tiempos, los sociopolíticos se han exacerbado al punto de convertirse los diálogos imposibles, ausentes de empatía, con la nula observancia de las reglas de comunicación, rindiendo tributo a la confrontación y la crispación. Lo más perverso de este asunto es que viene de la mano de instancias que debieran ser modélicas, instando a la sociedad a la imitación de las mentiras, a la incitación de las verdades a medias, a la relativización de los compromisos obligados para mantener el peso de la palabra dada.

Este Gobierno, que carece de empatía, que solo se pone en el lugar de los demás para sangrarlos a impuestos y que ha mancillado el honor de instituciones al utilizarlas sectariamente, nos induce a una crispación próxima a la rebeldía, a la pérdida de los paradigmas que, durante años, nos dieron prosperidad y libertad.

Cuando me pongo a ver u oír algunos datos que salen al ámbito general, he de analizarlos y contrastar esos parámetros porque, según las fuentes, varían sensiblemente. Esos datos de contraste, -¡Oh, casualidad!-, no son los gubernamentales, sino de órganos independientes. Es por ello que no podemos saber correctamente los datos de crecimiento y de paro. No sabemos por qué cuando se dan cifras de muertes por violencia doméstica, son claramente menores que los de contraste… y así sucesivamente.

Mi triste observación es que nos estamos dejando engañar con tanta frecuencia que estamos a un tris de perder el tan trabajado Estado de Derecho. Sánchez, con su perfil personal digno de diván, no se pone más que en el lugar de los que le rinden pleitesía. Ya, en Navidad prácticamente, pongámonos la venda y disfrutemos de la convivencia que nos hemos arado sin interferencias del staff político gubernamental. Después de todo, eso sigue estando en nuestras manos.

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