Inicio, nudo y desenlace

Definitivamente, cada día estoy más convencido de lo ciegos que estamos con nuestra visión de la política nacional e internacional. Resumimos continuamente lo que sabemos o lo que nos permiten que debamos saber y convertimos nuestra escena de la opinión, de alguna manera, en continuas réplicas de esas discusiones de tascas a lo antiguo en la que en la barra del bar de turno los señores con su copa de vino de barril en mano, se apresuraban a alzar más la voz que el de enfrente con el único objetivo de hacer más cierto y tajante lo que su viajera opinión quería imponer en el ambiente conversacional.

Este tipo de conversaciones, normalmente, se ceñían a una serie de pautas, al estilo de los libros antiguos clásicos, con su trama inicial, su nudo y su desenlace. El objetivo primero consistía en crear la polémica, atacar a aquello que tocara en ese momento, bien por ser la temática de moda o bien, si la ilustración de la persona en concreto lo permitía, introducir un nuevo paradigma que deslumbrara más y, así, poder dirigir con más soltura la conversación. Todo inicio de este tipo tenía como objetivo provocar la disputa o conversación que, posteriormente, en el nudo, reflejaría en el tono de las intervenciones su acierto o su debilidad, bien por la posibilidad de encontrar el aplauso fácil de aquellos que oyeran la interpretación, o bien por la capacidad de crear una verdadera polémica que presidir.

Por supuesto, el grito final dependería del grado de acaloramiento de la disputa. De venirse a más no eran pocas las ocasiones que, acalorados por un alcohol que termina inflamado en la sangre provoca un incendio que concluye en pelea y, tradicionalmente, en la calle. En caso contrario, ese final apoteósico, generalmente se lo reservaba esa persona que era capaz de alzar más la voz, contener mejor el discurso e inventarse, si era necesario, cualquier añadidura que diese mayor credibilidad a su versión.

Hoy en día sucede muy parecido pero, como pasa con los tiempos modernos, acelerado, muy rápido. En primer lugar, porque cada día hay menor capacidad de debate y, en segundo lugar, menor capacidad de aguante. Si a esto le unimos ese maniqueísmo totalitario que recorre nuestra sociedad sometiéndonos a una identificación necesaria que nos catalogue ideológicamente, y sin necesidad de inventar nada porque los propios bulos nos conceden el permiso para poder aproximarnos más a la razón a costa de lo que sea necesario, finalmente la misma cuestión está servida, así como la precipitación hacia el final con el golpe duro del desprecio al oponente.

En lo que no hay absolutamente ninguna diferencia, a pesar de la era de la información en la que estamos, es en la limitación que tenemos de la misma. En política nacional nos llevamos las manos a la cabeza con una facilidad pasmosa al no saber de cuestiones tan importantes como las conversaciones que dan como consecuencia los acuerdos para poder mantener un Gobierno, sin darnos cuenta de que es algo que se ha producido durante todo nuestro actual periodo democrático. Hasta el propio nacimiento de este periodo estuvo lleno de esos momentos, de esos acuerdos, de esas conversaciones que hoy en día muchos se inventan y otros ignoran intencionadamente. Que el PP de Aznar no se reunió con ETA para escuchar su acento, sino para alcanzar algún tipo de acuerdo, a ver si nos enteramos. Que el propio Aznar debió llegar a algún acuerdo en las Azores que se nos escapa para terminar apoyando la guerra del Golfo.

Y en política internacional, estando claras las intenciones de las alineaciones de Rusia, Irán, China y Corea el Norte, aún no me quedan claras las de Trump, tan defensor de la patria y tan amigo de un Putin del que se dice le ayudó a ganar unas elecciones, y que contribuyó, asimismo, a la ruptura de Europa con la salide de Reino Unido a través del proceso del Bréxit, un primer paso sin el que, posiblemente, no se entendería cierta declive de nuestro potencial estratégico ni de nuestra debilidad a la hora de instaurar fórmulas que beneficien a todos y nos hagan crecer como potencia fruto de la unificación de potencias.

La salida de Reino Unido dibujó un perfil de Europa muy al estilo del que ha logrado el independentismo en España, curiosamente también ayudado y alentado desde el Kremlin, por mucha Ley de Amnistía que quiera borrarlo del mapa. Una nación dividida y con una falta de cooperación en la práctica que termina convirtiendo a los distintos estados del viejo continente en puros fagocitos de los intereses que pueden terminar por sacar partido a una institución que parece va a terminar por convertirse en tan útil como lo está siendo la ONU con los conflictos armados en el mundo.

El mundo está cambiando, sin duda, no porque hayamos dejado de creer en él, sino, más bien, porque lo dirigen y permitimos que lleguen a dirigirlo personas que sólo creen en sí mismas.

¡Mesero! ¡Pongame otra, pero sin alcohol, que no quiero salir ardiendo!

FIN

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