Para qué ponerle puertas al campo, desde Atapuerca hasta el euro, como diría Fernando García de Cortázar, no ha sido posible embridar la inteligencia. Desde que el ser vivo es bípedo y reconocido como homo sapiens; entre guerras, contiendas y epidemia, el homo sapiens ejercía de tal y tras todos esos siglos de descubrir lo ignoro. Henos aquí, ante un homo capaz de fabricar humanoides, que entiendo que serán como réplicas capaces de hacer tareas que al ser humano resultan engorrosas, peligrosas o simplemente, le permiten liberar algo de lo mejor y finito que posee, su tiempo.
En un principio, eran máquinas. La robótica y la domótica les dieron vuelos y con las nuevas tecnologías llegamos al metaverso. La preocupación científica ya viene del siglo pasado. ¿Acaso estaremos dando paso a nuestra propia desaparición, la de los humanos? Ese interrogante, en la actualidad, está cobrando una enorme trascendencia por cuanto el robot humanoide es capaz de resolver, algoritmos que la inteligencia humana crea, pero que no es capaz de resolver a esa velocidad. Su precisión es perfecta, como diseñada por la inteligencia humana y mucho más segura al no estar sujeta a los sentimientos y a los estados de ánimo que rigen las acciones humanas.
La inteligencia artificial ejecuta y procede con inmediatez del quien no ha de valorar ni sopesar las consecuencias. Por ese lado, no habrá problemas hegemónicos, pero el lado oscuro muestra gran riesgo de autodestrucción a su propio creador. La bondad y la maldad, que son consustanciales al homo sapiens, van a continuar rigiendo nuestros destinos y continuidad de especie. Es ahí donde radica el verdadero peligro del avance.
En manos de la maldad será perdición o transformación. Si a eso le sumamos todos los nuevos géneros que se le reconocen al ser humano, a saber si vamos a mantenernos en este siglo con la normalidad imperante o seremos seres extraños de mil colores que están hartos de pasearse por la ciencia ficción. Alienígenas o zombis que esto va tan rápido que cualquiera sabe.
Estoy convencida de que a este Gobierno no le temblará el pulso a la hora de darle a los botones de la maldad, aunque solo sea por un voto con tal de ostentar el poder omnímodo, digo bien porque ya estamos viendo cómo los poderes que al margen del mismo mantienen la democracia, están siendo absorbidos por la maligna mano del dictador mentiroso más grande de todos los tiempos.
Es innecesario identificar de quién se trata, está en la mente de todos y cómo no, con la prueba del nueve en las hemerotecas. Lo primero que ha acometido es la derogación de los mecanismos de defensa que nos brindaba la Ley y ahora dará paso a todas las fechorías más inauditas. Sin soportes jurídicos, el Estado de Derecho es juguete en manos de la maldad. Esto, queridos lectores, no se trata de ciencia ficción, sino de la cruda realidad. Los que estamos estupefactos aún seguimos esperando el milagro.
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