Crónicas parentales: de gafas rotas y otras aventuras

Todo comenzó con la llamada épica del instituto. Mi querido hijo pequeño, esa criatura que comparte mi ADN pero que parece provenir de algún rincón lejano del cosmos, rompió sus gafas. ¡Caos en el paraíso visual! Su padre y yo, como superhéroes sin capa pero con gafas de repuesto, corrimos a casa. Imaginen la escena: dos adultos maduritos transformados en corredores de maratones por unas simples gafas. En nuestros tiempos, habríamos seguido la clase a ciegas, enfrentando las épicas broncas que nuestros padres nos hubieran lanzado por semejante desastre.

Este episodio insignificante ha sido la chispa de mi reflexión sobre la crianza actual. En medio de esta sobreprotección desbordante, hemos creado un ambiente donde nuestros hijos ni siquiera saben qué pedir a los Reyes Magos ¡porque nosotros ya lo hemos comprado todo! De ser guías sabios, hemos degenerado en colegas de recreo. Y claro, los teléfonos móviles, ese regalo estrella que deslumbra a los niños de sexto antes de tiempo, terminan siendo la fuente de nuestras quejas cuando se convierten en adictos a las pantallitas y las redes sociales.

No nos engañemos, buscamos culpables por doquier. Profesores, número de alumnos, la Lomloe y cualquier excusa que se cruce en nuestro camino cuando las cosas académicas se tuercen. ¿Y qué pasa con la falta de «codos»? Esa maravillosa palabra que ha caído en desuso, eclipsada por la sobreprotección que se extiende hasta la treintena. Sí, amigos, ahora rescatamos a nuestros vástagos de fiestas a altas horas de la madrugada hasta los 30, para que disfruten de sus calimochos sin incidentes.

Gastamos una fortuna en teléfonos, videoconsolas, juegos, cine, teatros, extraescolares, clases de refuerzo en los mejores centros, cosas que jamás nos gastaríamos en nosotros mismos. Supeditamos nuestros planes a los suyos. Pasamos años quedando con mamás y papás del cole, del fútbol o del tenis para que nuestros pequeños sociabilicen y, a partir de sexto, muchos de ellos ni se hablan. Les apuntamos a toda clase de extraescolares, porque hoy en día el inglés es fundamental, también a tocar un instrumento, hacer deporte, y, si es posible, jugar al fútbol como papá o como a papá le hubiera gustado. Luego llegan las vacaciones y hay un momento en que tampoco quieren venir, y ahí estamos, yendo donde ellos dicen, siendo marionetas de un mundo que nosotros mismos hemos creado.

Y como si eso no fuera suficiente, nuestros hijos ahora pueden demandarnos sin haber experimentado un atisbo de la realidad. ¿Generación libertad condicional? Parece ser el caso. Acompañamos a nuestros hijos a cada rincón, desde el pediatra a los cinco años hasta la solicitud de becas a los veintitantos. ¿El resultado? La pérdida de enseñar habilidades básicas y fomentar la independencia. Quizás sea hora de recordar que, más allá de los cantajuegos y los chiquiparks, como padres, tenemos la responsabilidad de enseñar a nuestros hijos a desenvolverse en la vida real.

Así que, entre anécdotas y reflexiones, nos plantamos frente a la desconcertante realidad de haber creado una generación donde la sobreprotección y la falta de responsabilidad van de la mano. Pero, ¿qué tal si le damos un giro a esta historia? Imaginen un instante en el que permitimos que los peques expresen sus lágrimas cuando las cosas no salen como esperaban. ¡Sí, dejemos que se den el lujo de experimentar la derrota de vez en cuando y, por supuesto, saborear el dulce triunfo de ganar algún que otro premio! ¿La razón? Pues bien, queridos míos, esto les proporcionará las herramientas necesarias para afrontar los desafíos con una sonrisa, como auténticos aventureros de la vida.

Compartamos momentos con ellos, escuchémoslos para que sientan nuestra presencia, pero sin convertirlos en seres incapaces. Enseñémosles a preparar unos macarrones deliciosos, a hacer una cama, a coser un botón con maestría, a desenvolverse en un autobús y un metro, y, por supuesto, a apreciar el arte sublime de aburrirse. ¿Qué podría salir mal con este conjunto de habilidades? ¿Quién sabe? Tal vez así evitemos criar una generación completamente distinta a la nuestra, y en el camino, mantendremos la cordura y el sentido del humor. ¡Bienvenidos a las crónicas parentales, donde las gafas rotas son solo el comienzo de la odisea!

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4 Comments

  1. Muchas gracias Raquel, toda la verdad! Espero ponerlo en práctica con el bebé que viene en camino, dejemos que sus cerebros crezcan, maduren y sean autónomos a la par de felices. Vivimos en un mundo donde lo regalamos todo, y es importante dar valor a lo que tenemos. Y, ¡muy importante el aburrirse para fortalecer esa creatividad! gracias!!!

  2. Me encantaaaaaaaaa, expones el problema de manera que nos echemos unas risas (es la triste realidad en muchos casos) y aportas solución.
    El pack completo.
    Gracias por las risas

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