Volamos hacia Moscú

En estos tiempos rápidos de series para un fin de semana y escándalos que mueren en 24 horas, creo que no estaría de más que nos parásemos un poco y revisásemos alguna de las joyas que ha parido el género humano en las últimas décadas.

Todo esto que está ocurriendo con la pandemia, las teorías de la conspiración, los que abjuran de las vacunas junto con los que abjuran de los que abjuran, me recuerdan un poco a esa sala de operaciones en la que transcurre parte de la genial película de Stanley Kubrick que tuvo por título en España: Teléfono rojo, volamos hacia Moscú. El destino de la humanidad en manos de unos auténticos tarados.

Los que saben y a los que nadie escucha versus los que dicen saber y a los que los medios de comunicación no dejan de poner el foco y luego, cada uno de nosotros, eruditos todos, pontificando en redes sociales. El virus no es un virus, sino que en realidad es una suerte de moderna fluorización en la que ganan los malvados chinos. El virus no es un virus, es la excusa perfecta para poder proclamar a los cuatro vientos las más absurdas teorías y justificar los más insolidarios comportamientos.

Precisamente es esa sinrazón llevada al extremo de una guerra fría salvaje lo que se critica en la película. Precisamente de esa sinrazón es de la que deberíamos huir ahora que el destino nos pone a prueba con esta plaga bíblica de mascarillas y geles hidroalcohólicos. Y en mitad de todo este barullo Borrell, el ministro de asuntos exteriores de la Unión Europea, visita Rusia.

Es muy complicado entender cuáles son las verdaderas razones que llevan a realizar un viaje de estas características, pero hay que alabar la valentía del mismo. Meterse de lleno en la boca del oso ruso no es nada sencillo y mucho menos hacerlo poniendo en entredicho la limpieza de su sistema judicial y criticando abiertamente alguna de sus políticas.

Por esto mismo a nadie ha de extrañar la reacción del ministro de asuntos exteriores ruso Serguéi Lavrov. Lo menos que se podía esperar era que apelase al comodín de los políticos presos catalanes. Otra cosa es que nos quedemos sólo en eso.

Hay multitud de intereses geoestratégicos que lidiar entre Europa y Rusia que justifican el viaje. Desde la vacuna al gas, desde las relaciones con y en los países del antiguo telón de acero a la crisis siria. En un escenario en el que los EE. UU. han de redefinir su acción exterior igual no es tan desafortunado el tratar de establecer una posición de ventaja europea frente al gigante americano. El problema es cómo y con qué armas.

Borrell ha acudido con una Europa dividida en cuanto a su política exterior lo que implica escasa fuerza negociadora y este es el auténtico talón de Aquiles de la construcción europea. No estamos unidos. Pero qué vamos a decir los españoles si precisamente el vicepresidente Iglesias da la razón a Lavrov mientras la ministra González Laya se la quita. ¡Qué desastre!

Volamos de nuevo hacia el Moscú del sinsentido, más débiles, menos unidos… esperemos que a nadie se le ocurra apretar el botón rojo.

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