Ámate, 2parte

-Puedes leer ‘Ódiate’, la primera parte de mi artículo aquí-

Junto a la conformación hacia la suficiencia existencial con que se encauzan los impulsos vitales negativos o violentos hacia el deseo del odio a sí mismo de acuerdo a señas identitarias vinculadas a una perpetua deuda histórica que sirve para hacer sujetos tristes y avergonzados de sí mismos, existe también una gestión en los impulsos vitales de superación, cuyo efecto puede también procurar cohesión al sistema al ejercer mecanismos de manipulación sobre los individuos sujetos: la auto-condescendencia. 

El título de este artículo condensa el quid de la cuestión y complementa la otra parte, en la que odiarse a sí mismo constituía una efectiva forma de control de las emotividades humanas, dependientes así de una identidad que les precede y mancha. La existencia se convertía así en una larga purga por pecados y crímenes que realmente los individuos concretos no habían cometido, de modo que estos quedaban ligados a colectivos que establecen los ejes del bien y el mal en nuestras sociedades. 

Esta nueva versión del ser humano, simple y tergiversada, es inseparable de la mediación de los impulsos creativos hacia la conformación de la suficiencia existencial, para tratar así de contrarrestar la tensión existencial que supone tomar dominio de sí. La auto-condescendencia puede operar en esta dirección, camuflada como un atento cuidado de uno mismo que, sin embargo, es conformista y ultima el control de los individuos a través de sus emociones. Así, por ejemplo, todos los movimientos sociales que enfatizan ciertos rasgos identitarios como razones suficientes para hacer creer al individuo que son valedores de honor, dignidad, respeto y conocimiento por sí mismos, representan esta auto-condescendencia. 

Pensemos en la idea central que promueven las asociaciones, las cuales por cierto han pasado de ser movimientos sociales marginales que trataban de visibilizar a las minorías a convertirse en organizaciones supranacionales con mucho capital, mucha inversión, muchas subvenciones, poder mediático, líderes enriquecidos y con capacidad de tomar decisiones que afectan a gran escala como tradicionalmente era habitual en las grandes corporaciones y multinacionales propias de magnates que encarnaban el egoísmo caprichoso. Pues esa idea central de la que estaba hablando se reduce a la del sentimiento de orgullo. 

Orgullo de ser mujer, orgullo de ser de raza negra, orgullo LGTBI… pero es un orgullo en el que la única razón de sentirse así, es el hecho de poseer o cumplir esos requisitos. El varón blanco heterosexual no puede sentirse orgulloso de su identidad, porque sería machista, racista y homófobo…o directamente, nazi. En cualquier caso, apelar a condiciones de identidad como criterio para legitimar un valor de la persona es sencillamente negar el valor que la persona pueda forjar con su empeño, su sacrificio, su trabajo físico e intelectual. 

Pensemos que algunos de esos rasgos son, de hecho, directamente conferidos al nacer, rasgos biológicos como la raza o el sexo que, si son asociados a una virtud de por sí inherentes a dichos rasgos, basta con nacer así para ostentar mérito. No hay nada más auto-condescendiente que eso, pues invita al abandono de sí para ejercer el cuidado de la imagen proyectada. Una persona puede sentirse orgullosa de su trabajo, de sus estudios, de su forma de tratar a los suyos, a su familia o a otros seres humanos en general o incluso a los animales. Puede sentirse orgullosa por haber moldeado su figura con mucho esfuerzo y sacrificio, por haber superado enfermedades con empeño, por haber emprendido un negocio, por haberse dedicado a una labor con amor y profesionalidad, por haber tenido experiencias arriesgadas, por haber creado arte. Por un sinfín de acontecimientos que exigen entrega, constancia y excelencia… ¿Qué logro supone tener ciertos genitales? ¿Qué logro supone acostarte con alguien de tu mismo sexo o del sexo opuesto? ¿Qué logro supone tener la tez más o menos oscura? Es la circunstancia en torno a la persona, su compromiso con su desarrollo y crecimiento, lo que nos hace ser valedores y nos permite hablar de logros, incluso aunque fallemos en nuestros intentos. Presumir o enorgullecerse por condiciones identitarias es justo lo contrario, la auto-condescendencia más inútil que pueda haber, y que lleva a la complacencia, el conformismo y, en definitiva, a la dependencia emocional de la que os hablé al principio. 

Muchos argumentan que estos orgullos que se celebran en nuestros días son simbólicos y que sólo pretenden recordar los tiempos en los que ciertos grupos fueron segregados o perseguidos, pero esto no es cierto totalmente, dado que esos otros tiempos fueron realmente difíciles y crueles para todos los seres humanos y, a fin de cuentas, igual de repugnante moralmente es asesinar a alguien por su color de piel que por su ideología política o por mero capricho del poderoso para su divertimento. El acto criminal no es en sí mismo peor porque la víctima posea ciertos rasgos y el móvil del asesino sea precisamente que alguien los tenga. Ningún móvil es peor ni mejor, y las violencias jamás pueden justificarse. Esto es importante recalcarlo porque evidencia que no es cierto que estos movimientos sociales sólo quieran rememorar tiempos pasados, sino que los activistas se hallan implicados en la ardua tarea de extorsionar los actuales sistemas de códigos penales para que ciertos delitos de sangre sean peor considerados que otros, y aquí empieza la asimetría más injusta que tanto se asemeja a esos otros tiempos duros de los que dicen tener memoria histórica. 

La constante apelación a un pasado horroroso, siempre seleccionando la información que debe ser recordada y obviando otras, les sirve de excusa para perpetuar un eterno pasado que jamás clausura. Una deuda imposible de pagar que permite a estos grupos revictimizarse permanentemente para ir implementando esos cambios peligrosos hacia la asimetría. Pensemos que cada vez es más probable que en el caso de que unos criminales ataquen, por ejemplo, a tres hermanos, matando al mayor por su condición de homosexual, a la mediana por no haberse podido consumar un intento de violación, y al menor para robarle sus ahorros, el resultado podría ser que los dos primeros casos conllevarían agravantes de odio que elevaría la pena de los atacantes mientras que el que mata al último, al varón blanco heterosexual, le pondrían una pena menor. ¿Es esto normal? ¿Qué tipo de justificación se está haciendo de ciertas agresiones cuando se defiende la discriminación positiva? Estas asimetrías son aberraciones jurídicas que pueden costarnos muy caras en el futuro, pero de las cuales no parece haber una gran preocupación hoy en día, debido a que se llevan a cabo en nombre de causas con un mensaje tan simple y tan potente que capta y compromete a los individuos acríticamente, de modo que matizar o evidenciar estas funestas consecuencias que sus anhelados cambios promueven, significa ser tildado de retrógrado, fascista y regresivo. 

En la paradoja sobre la gestión mediática y cultural entre el amor superfluo y banal que aquí se ha explicado brevemente y el odio del que hablé en el anterior artículo, el individuo sufre una brutal alienación al quedar su emotividad supeditada a exigencias sociales marcadas de antemano por las categorías identitarias. Esta alienación anula a la persona respecto a la responsabilidad ineludible que cada uno de nosotros tenemos sobre nuestro ser y nuestra vida. Esto significa partir del reconocimiento de que no le debemos nada a nadie que nosotros mismos no hayamos pedido; que no somos responsables más que de las acciones que nosotros mismos hemos hecho y que no valemos más que a través de las acciones y decisiones que tomamos según moldeamos nuestro futuro desde la libertad y bajo el riesgo que ello supone. Lo demás es auto-condescendencia, infantilismo, ruido, conducta compulsiva y pensamiento reproductivo. 

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