La falacia de la multiculturalidad

Reflexionemos sobre este asunto y analicemos algunas verdades incómodas. El éxito o el fracaso de una sociedad viene dado por su cultura. La occidental es el modelo social más exitoso de nuestra época. Cada cultura posee aspectos fuertes y débiles.

Cuando nos piden asumir el fenómeno llamado multiculturalidad, nos están pidiendo un imposible. Es más lógico que cien culturas que conviven con nosotros se adapten a la nuestra. Todas ellas nos pueden parecer muy exóticas e interesantes, pero al final, no dejan de ser culturas fracasadas que han provocado el éxodo de sus integrantes. Permitir aquí su implantación solo nos puede abocar al desastre que provocaron en sus propios países de origen.

La imposición de cualquier cultura ajena a la propia está destinada al más dramático de los fracasos. Tenemos claros ejemplos con lo ocurrido en Afganistán; durante veinte años, se intentó cambiar este país y el resultado fue sencillamente el fracaso más absoluto. Con la excusa de la lucha contra el terrorismo, en Afganistán se intentaron imponer los valores culturales, morales, económicos y políticos de occidente. El gran problema que no se tuvo en cuenta: la nula disposición de la población a relegar sus propios valores culturales en favor de otros ajenos.

Tras veinte años de intervención, el país afgano está mucho peor que al principio; infraestructuras destruidas, industria destruida, población diezmada… Les hemos proporcionado el caldo de cultivo perfecto para la radicalización: la protección de su cultura, religión y forma de vida. Lógicamente, los de Kabul se aferran a su propia cultura contra un invasor que pretende imponerles otra bien distinta que, a sus ojos, resulta inmoral. Exactamente lo mismo a lo largo y ancho del mundo. No viene el caso de nombrarlos a todos, pero siempre es lo mismo.

Analicemos otro ejemplo completamente diferente: Roma. El país romano conquista Grecia, pero es la cultura griega la que asimila la romana. Horacio decía que “Grecia cautiva a su salvaje conquistador”, hasta el punto de que hoy en día hablamos de la famosa cultura grecorromana. ¿Estamos dispuestos a desaparecer? ¿Por qué creemos que aquí podría ser diferente? ¿Por qué íbamos a estar nosotros más dispuestos a renunciar a nuestra propia cultura que, además, ha demostrado ser un modelo exitoso para la sociedad? Nos dedicamos a intentar “imponer” nuestra cultura en otros lugares del mundo y, sin embargo, no somos capaces de defenderla en nuestra propia tierra. Eso ¿cómo se entiende?

La ley Sharia; el hiyab, el burka… todos ellos son ejemplos culturales incompatibles con nuestra forma de vida. ¿Por qué nos piden que los aceptemos? Ya existen zonas en la Unión Europea catalogadas como “NO-GO” -No entres- en caso de ser musulmán. Existen miles de esos espacios; solo en Francia, podemos contabilizar unas 600 zonas en las cuales no rigen las constituciones de los distintos países ni los derechos fundamentales como pueden ser el derecho a la vida o la libertad de expresión. Son áreas regidas por la ley islámica. La policía no entra en esos territorios y, de hacerlo, lo deben incorporarse al lugar fuertemente armados. Las ambulancias, salvo que lleven protección policial, tampoco lo hacen. Todos esos territorios que podemos encontrar en toda Europa son un caldo de cultivo que atenta contra nuestra sociedad. La radicalización y el terrorismo campan a sus anchas y sin ningún control efectivo.

En España vamos teniendo el mismo problema incluso acrecentándose. En muchos barrios como el de El Príncipe en Ceuta, ya solo queda una familia cristiana. Suecia está muchísimo peor; de hecho, están a un paso de islamizarse, aunque su nuevo Gobierno parece haber decidido solucionar el problema implementando medidas radicales pero necesarias. Nuestra cultura, tradiciones, religión y forma de vida están siendo amenazadas. Siglos de lucha femenina por la igualdad, ¿ahora van a irse directas a la basura? ¿Por qué debemos aceptarlo? Sobre el papel, la multiculturalidad puede resultar muy atractiva. Sin embargo, la realidad nos ofrece un panorama completamente diferente. Las culturas alternativas no conviven se asimilan y fagocitan unas a otras. ¿Estamos dispuestos a renunciar a nuestra cultura? Yo desde luego que no.

Tras lo expuesto, tan solo puedo sacar una conclusión mínimamente viable y es la siguiente: son nuestras costumbres las que se tienen que respetar y es nuestra cultura la que debe asimilar a los que quieren integrarse en nuestra sociedad y no todo lo contrario. Pretender otra cosa, solo nos llevará al fracaso y la discriminación, al racismo, la xenofobia y a la violencia. El buenismo no funciona y trae consecuencias; por ese motivo, se tiene que acabar. Todo es cuestión de supervivencia.

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